Jesús, Nacido En El Año 6 «antes De Cristo» Y Crucificado En El Año 30 (Una Aproximación Histórica). Guido Pagliarino
1, versículos 21-28, Marcos describe la curación de un hombre poseído por un espíritu impuro que ha tratado de revolverse contra Jesús, pero calla y sale de esa persona en cuanto Cristo lo amenaza imponiéndole exactamente: «¡Calla! ¡Y sal de este hombre!»;23 «Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad, da órdenes a los espíritus impuros y estos le obedecen!”». La misión de Jesús tiene como objetivo la aniquilación de lo que es impuro: en el corazón, no según la mentalidad farisea y saducea de una impureza externa, material, derivada, por ejemplo, de haber tocado un cadáver o de haber entrado en la casa de un gentil. En Mateo, Cristo dice a la multitud, en particular a propósito de los alimentos impuros como la carne de cerdo o los peces sin escamas, pero también en un sentido general: «Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella».24 Igualmente, en Marcos.25 Son los propósitos malvados que vienen del corazón los que vuelven impuros, es decir, los pecados, las decisiones con la mala intención de hacer el mal. Según las enseñanzas de Cristo, la ruina de lo que es verdaderamente impuro, del pecado, es libertad para el hombre. Pecar es esclavitud y también aplaudirlo es esclavitud. Es precisamente esa servidumbre, inadvertida porque no han cambiado de mentalidad, la que crean por sí solos y para sí los líderes de Israel y los que les rodean: sienten amenazados por Cristo su admiración por la multitud y su poder. Jesús, hombre verdaderamente libre, debe elegir delante del poder constituido y de la ley formalista que sostiene el sistema, esta presunta «ley de Dios», abarrotada de preceptos humanos que abanderan los jefes de Israel. Para Jesús es muy arriesgado, y él se da cuenta.26 Cristo ha elegido al hombre y no hay ley que lo contenga cuando esté de por medio el ser humano hijo de Dios. Por tanto, afronta las situaciones que derivan de haber infringido, y continuar infringiendo, las normas. Llega además a lo que para la ley mosaica es una absoluta blasfemia; perdonar los pecados. Así es, por ejemplo, en la curación del paralítico, al cual, antes de sanarlo, le dice: «Hijo, tus pecados te son perdonados».27 Ese hijo lo dice, no el hombre, sino el Dios, Padre de todos, «Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?”». En la comunidad religiosa hebrea, según el pensamiento dominante fariseo, los pecadores, incluidos por este solo hecho los que servían al poder de Roma (mientras que los fariseos y los saduceos consideraban que se servían de ella) debían mantenerse a distancia. Jesús elige como discípulo a un impuro, un pecador, Leví Mateo, recaudador de impuestos para los ocupantes romanos y se sienta a la mesa con él y otros pecadores. Naturalmente, recibe una estupefacta reprobación de los escribas de la secta de los fariseos que pasan por ahí: «Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?”».28 No le hablan directamente, pues se debían sentir menospreciados, pero lo dejan caer. «Jesús, que había oído, les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”».29 Cristo no afirma que los publicanos sean justos. No equipara justos y pecadores. En cierto modo, al decir que llama a los pecadores se pone en la posición de los fariseos, que consideran a esas personas alejadas de Dios, pero, con fuerza y autoridad, Jesús se opone al sistema del aislamiento de los pescadores defendido por los escribas y los demás líderes, al sistema de falta de perdón, y estos se escandalizan. Llegan así nuevos reproches a Jesús, tanto de fariseos como de miembros de la facción de Juan el Bautista: lo reprueban porque come en vez de hacer ayuno como está prescrito para los días de cualquier norma formal de pureza.30 Esta vez Jesús lo dice con absoluta claridad, en bloque, que lo viejo está rasgado como ropa vetusta y está tan raído como los otros consumidos, que estos están a punto de romperse a la luz de lo nuevo que él lleva, del vino nuevo que será la sangre que ha de verter, la Salvación gracias a la muerte y resurrección del propio Cristo: dice que la viejas normas rituales están totalmente obsoletas y que del Antiguo Testamento queda lo esencial, que ha de verse y matizarse de acuerdo con el Nuevo que él porta. ¡Podemos figurarnos cómo podían entenderlo los jefes del pueblo, que basaban todo su poder en las normas!
El evangelista Lucas analiza sintéticamente la distinta mentalidad en el capítulo 11, versículos 37-53 y análogamente, en un entorno distinto, es decir, en una plaza, leemos en Mateo 23, 1-39.
En Lucas, invitan a Jesús a comer, junto a doctores de la ley, en casa de un fariseo, después de haber hablado ya muchas veces contra la mentalidad farisaica y saducea. Se puede suponer que querían conocerlo mejor, para entender lo grande que era la aversión de Jesús hacia ellos. Cristo, en su absoluta libertad, sin remordimiento, les complace plenamente, definiéndolos como sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre y copas limpias por fuera, pero sucias por dentro:
«Un fariseo lo invitó a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo extrañó de que no se lavara antes de comer. Pero el Señor le dijo: “¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? Dad más bien como limosna lo que tenéis y todo será puro. Pero ¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidáis la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, porque os gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de vosotros, porque sois como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!”. Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: “Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros”. Él le respondió: “¡Ay de vosotros también, porque imponéis a los demás cargas insoportables, pero vosotros no las tocáis ni siquiera con un dedo! ¡Ay de vosotros, que construís los sepulcros de los profetas, a quienes vuestros mismos padres han matado! Así os convertís en testigos y aprobáis los actos de vuestros padres: ellos los mataron y vosotros les construís sepulcros. Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos. Así se pedirá cuenta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, os aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto. ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave de la ciencia! ¡No habéis entrado y se lo impedís a los que quieren entrar”».
La afirmación de Jesús: «Dad (…) como limosna lo que tenéis y todo será puro» debe entenderse, no a través de los siervos, sino personalmente, y es revolucionaria en ese entorno, donde acercarse a los necesitados se considera impuro: dar limosna no tiene aquí solo el significado de compasión, sino también el de obras de bien material, incluso ensuciándose si hace falta. Jesús no se opone en conjunto a las prácticas farisaicas, pero sí a la costumbre de descuidar mandamientos esenciales y dar un peso excesivo a los secundarios, como por ejemplo lavarse al menos veinte veces al día manos y brazos hasta los codos, despreciando al que no lo haga. El fariseo le había reprochado, al inicio de la comida, precisamente porque no había realizado las abluciones: evidentemente, Jesús lo había hecho a propósito, para provocar lo que sucedió a continuación. Los fariseos no llegan ni a rozar los sepulcros, porque piensan que eso les haría impuros ante Dios y Cristo, en respuesta, los define como esos mismos sepulcros. Los escribas se consideran los portavoces de la sabiduría de Dios y Jesús los define como hipócritas que cargan pesos insoportables sobre otros y, personalmente, cuando no los ven, no los cargan. Además, llama a todos los presentes hijos de asesinos de profetas, también en esto hipócritas, porque, metafóricamente, esconden esos restos mortales en sepulcros que han construido ellos mismos, elogiando
23
Mc 1, 25-27
24
Mt 15, 10-20.
25
Mc 7, 14-23.
26
Se puede suponer que precisamente por ese motivo San Marcos lo presenta cuando se enoja en una situación que no parece irritante a primera vista: cuando en el capítulo 1, versículos 40-45, encuentra al leproso y lo cura, encontramos: «Jesús, conmovido» (pero, en algunos manuscritos más antiguos y, por tanto, cabe suponer que más fieles a la predicación apostólica, está escrito «
27
Mc 2, 5.
28
Mc 2, 15-16.
29
Mc 2, 17.
30
Mc 2, 18-22.