Cegados Parte I. Fransánchez
boca le provocó unas arcadas que no pudo reprimir, sin previo aviso y sin poder evitarlo vomitó sobre la prostituta. La chica, que ya había cobrado por adelantado, entró en cólera y encontró la excusa perfecta para finalizar su trabajo y largarle a base de gritos:
–¡Pero será asqueroso el gordo seboso este! ¡Como que me llamo Susana, que no me vuelvas a buscar en tu vida! ¡Cerdo! ¡A la puta calle!
Tras la colosal bronca, Rafa, muy avergonzado, salió apresuradamente huyendo de allí en un lamentable estado de ansiedad. Después de esta nefasta experiencia, su sexualidad continúo reduciéndose a su colección de películas porno y a su muy querida y fiel amiga «masturbación». Sus circunstancias vitales le provocaron un fuerte rechazo a la sociedad, un resentido y profundo odio general.
Aquella fatídica madrugada las cosas iban rematadamente mal. Estaba atascado, como espeso, no le salía nada bien. Decidió tomarse un descanso, ver un poco la tele. No había nada interesante, multitud de programas de concursos de llamadas, esos de respuesta muy fácil, ganchos para sacarle dinero a la gente vía telefónica. Encontró en un canal de televisión local una estupenda y guapísima chica, con unas curvas impresionantes. Realizaba un strip tease al ritmo de una suave música, a los cinco minutos ya tenía una erección y tras otros cinco minutos se limpiaba el semen con un pañuelo.
Siguió sintiéndose mal, fue al botiquín a tomarse su acostumbrada píldora antidepresiva pero en un arrebato, entre lágrimas, se tomó el frasco entero. Se tumbó a esperar en el sillón, mientras seguía viendo en la televisión lo que más añoraba, el suave y aterciopelado contacto humano de una mujer. Cada vez le costaba más sujetar los párpados, insistían en cerrarse, no podía con ellos. No supo por qué, movido por un resorte inconsciente, quizás el instinto de supervivencia, alargó el brazo intentando coger el móvil de la mesa, el cable que lo mantenía enchufado para cargar la batería lo impidió y este cayó al suelo hacia el otro lado. Rafa se levantó para recogerlo, sus piernas ya no le sostenían y también cayó al suelo. Tras arrastrarse, consiguió alcanzarlo, estaba apagado, lo encendió con dificultad. No podía fijar la vista para marcar el pin, pulsó el botón rojo de emergencias y al escuchar la voz de la operadora, solo alcanzó a suspirar «socorro» antes de perder el conocimiento…
Rafa salió del hospital convencido de la idiotez que había cometido, el lavado de estómago había sido una experiencia que no quería volver a repetir jamás. Le había costado convencer al psiquiatra de que la crisis autolítica había cesado y que se tomaría las cosas de otro modo, encarando los problemas de su vida.
Llegó a su casa, pero le aguardaba una desagradable sorpresa, la puerta estaba destrozada, solo se mantenía cerrada por unas pegatinas de la policía local con la leyenda de «No pasar». El interior estaba algo revuelto, estaba muy cansado para ordenar, le apetecía dormir, así que dejó el desorden para después y bloqueó la puerta con una simple silla. Se acostó dejando su dormitorio a oscuras, con las persianas completamente bajadas y la opaca cortina extendida, como era su costumbre. Mientras entraba en el sueño no pudo reprimir pensar en Alicia que le había causado una honda impresión, sabía que era inalcanzable, ella nunca se fijaría en un tipo como él. Se durmió mientras fantaseaba como podría conseguir atraer su atención.
Descansó durante varias horas, aunque, a pesar de tener un sueño profundo, unas voces lejanas le despertaron. Estaba empapado en sudor, volvió a oír voces, pero esta vez más cerca. Abrió la puerta del dormitorio y la voz se oyó con más fuerza, no entendía lo que decía, pero sí, era aquí en su piso, dedujo que alguien se había colado en casa aprovechando la rotura de la puerta.
–¡Un ladrón! —pensó preocupado.
Tenía unos equipos informáticos por valor de más de quince mil euros, se iba a enterar el «chorizo», cogió una pesada lámpara de la mesita de noche y se dirigió con sigilo hacia la cocina de dónde provenía el ruido. Entró y se encontró al individuo de espaldas, como no era del género valiente quiso evitar un enfrentamiento, no lo dudó y le asestó un fuerte golpe en la cabeza. El delincuente cayó al suelo inconsciente y un hilillo de sangre que manaba de la cabeza, invadió con rapidez el suelo de la cocina. La visión de tanta sangre le asustó.
–«Me lo he cargado» —pensó.
Se arrodilló y volteó el cuerpo dejándolo boca arriba.
–¡Mierda, pero si es el vecino!
No sabía ni cómo se llamaba, solo le conocía de «hola» y « adiós» en el pasillo. Le tomó el pulso y no lo encontró, no respiraba, efectivamente estaba muerto.
Le entró pánico y mil pensamientos brotaron en su mente: la policía, la detención, el juicio, la cárcel…
–Serénate Rafa —pensó en voz alta.
Podría alegar que fue en defensa propia, que estaba bajo los efectos de una fuerte medicación, además que demonios hacia el vecino en su casa, ¿curioseando? Pero, ¿y sí no estaba muerto?, él no era médico. Lo mejor era pedir ayuda, así que cogió el móvil y marcó el 112, la línea estaba ocupada. Volvió a intentarlo con el 061, línea ocupada, marcó entonces el 092, este si daba llamada, aunque no lo cogían.
–«Que vergüenza de país» —pensó.
Lo intentó con el 091, una grabación le indicaba que volviera a llamar pasados unos minutos. Decidió centrarse en el 112 y marcó de nuevo, ocupado, estuvo pulsando rellamada durante unos minutos y nada.
Observó más detenidamente al vecino, por el charco de sangre que había avanzado por la cocina y la creciente lividez de su cara, supo con certeza que había fallecido. Decidió bajar a la calle a pedir ayuda, nada más salir del portal se dio de bruces con un señor.
–Ayúdeme —le espetó.
Su interlocutor le respondió malhumorado:
–¿Qué?, ¿también está ciego?, ¿otro con la bromita?, ¡pues váyase a la mierda!
Y se alejó dando pequeñitos golpecitos de un lado a otro de la acera con su blanco y alargado bastón.
Rafa no entendía nada, de pronto se percató de un extraño alboroto y al prestar atención reparó en el paisaje, era dantesco. Multitud de vehículos habían colisionado entre ellos, otros fusionados por grandes impactos, irreconocibles, algunos humeaban, otros ardían, otros se hallaban empotrados en las tiendas y en los locales comerciales. Un automóvil de un conocido fabricante francés, colgaba peligrosamente del desnivel de una rampa de acceso a un aparcamiento subterráneo.
La gente pedía ayuda y auxilio sin cesar. Se movían con torpeza y sin sentido, tropezando con la maraña desordenada de coches, de hierros retorcidos, de piezas y partes de vehículos, defensas, retrovisores y puertas arrancadas, chatarra diversa esparcida por el asfalto.
Algunas personas envueltas en llamas, otras yacían inmóviles en el suelo, ensangrentadas, otras patinaban y caían cómicamente en la calzada por la capa de aceite y residuos que derramaban los coches destrozados. Otros, asustados, permanecían dentro de los vehículos accidentados. Algunos viandantes permanecían abrazados entre ellos, apiñados, formando una extraña reunión, como una melé en un partido de rugby.
Le causó una honda impresión un autobús de línea que había colisionado con una de las paradas de más afluencia, aplastando y arrollando a un numeroso grupo de ciudadanos, sembrando la acera de cuerpos mutilados en diferentes formatos, miembros amputados y vísceras bañadas en sangre.
En otra zona de la calle observó como una señora caía rodando por una escalinata, quedando inmóvil en el suelo. A otro señor, lo vio hundirse dentro de una zanja de obras, otro tropezó sobre una alfombra de cristales de un escaparate roto produciéndose varios cortes en manos y brazos. De pronto un vehículo humeante explotó, fulminando a las personas de alrededor y provocando una lluvia mortal de chatarra y escombros que alcanzó a otro grupo próximo.
Giró la cabeza para mirar calle abajo y el panorama era similar en toda la avenida, con diversos focos de incendios que provocaban una humeante niebla.
Rafa quedo petrificado por la sorpresa, ¿qué había pasado?, por mucho que lo pensaba no sabía que sucedía. Por sorpresa