Cegados Parte I. Fransánchez
unos siete años se abrazaba a su muslo, y casi al unísono, por delante, una madura señora de unos cincuenta años se abrazaba con fuerza a su cuello. Rafa estaba atrapado, rodeado y mientras todos voceaban, intentó zafarse con fuerza sin conseguirlo. No podía moverse, le estaban haciendo daño y se sintió muy agobiado, intentó razonar con ellos pero habían entrado en una especie de histeria colectiva, todos hablaban a la vez imposibilitando la comunicación. Ya no aguantaba más, se acercaban más personas, así que optó por perder el equilibrio y tirarse al suelo arrastrándolos a todos. Consiguió que algunos le soltaran, allí le fue más fácil desasirse del resto y rodar unos metros. Se levantó con rapidez, dolorido y erosionado dobló la esquina.
Intentaba reponerse del susto cuando de pronto alguien volvió a colisionar con él y volvió a cogerle fuerte del brazo mientras le imploraba y le imploraba ayuda. Le reconoció enseguida, era el encargado del supermercado de los bajos de su edificio.
–¿Qué le ocurre vecino? ¿Qué ha pasado? —preguntó.
–No veo, no veo nada, no hay luz, todo está oscuro, no puedo abrir los ojos —contestó.
–¿Cómo que no ve, es qué le ha caído algo dentro, algún líquido o arena? —replicó Rafa mientras le miraba directamente a los ojos.
Tenía los párpados cerrados y algo hinchados, sus pestañas estaban como soldadas por una pasta amarillenta y viscosa que le supuraba por los lagrimales.
–¡No, la luz cegadora, la luz cegadora!, —repetía sin sentido.
Rafa seguía sin entender nada y aquel hombre decía cosas incoherentes.
–¿Qué luz cegadora?, cálmese y cuéntemelo todo para que pueda ayudarle —le dijo.
El encargado se sosegó un poco, le narró cómo estaba en su supermercado, despidiendo a unos clientes, cuando de pronto todo se volvió blanco, una potente luz apareció de improviso y lo invadió todo durante unos segundos interminables. Después le surgió un gran dolor en los ojos y desde ese momento había perdido la visión, estaba ciego, le costaba mucho abrir los ojos, aunque consiguiera abrirlos, seguía sin ver nada. También le narró cómo escuchó los frenazos, los pitidos de los vehículos, las colisiones y el griterío. Le preguntó si había pedido ayuda, le respondió que sí, pero nadie había acudido, le comentó que había tropezado con varias personas, le parecía que estaban en sus mismas condiciones.
Hacía un calor extremo, inusual para esa época del año, Rafa seguía empapado en sudor y le costaba mucho pensar y tomar decisiones. Se soltó del brazo del encargado y se dirigió calle abajo, mientras este gritaba de nuevo solicitándole ayuda. Siguió caminando, eludiendo y esquivando a todo el que se encontraba a su paso, había aprendido la lección.
Al pasar junto a un vehículo estacionado se percató de que el conductor intentaba conectar repetidas veces con emergencias por el «manos libres», las líneas no funcionaban, esa historia le sonaba cercana. Mientras observaba esta escena, dedujo que no vendría nadie a ayudar, todo el mundo estaría llamando a las líneas de emergencias, además ¿y si los servicios de ayuda estaban igual y también habían perdido la vista?, ¿y si no había nadie para socorrerles?, ¿y si estaba él solo para encargarse de todo el mundo? Había muchísima gente, ¿cómo podría él organizarlo todo?, ¿qué hacer primero?, ¿qué decisiones tomar?, empezó a notar el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, le entró un fuerte pánico y echó a correr.
Mientras bajaba la avenida sin rumbo fijo, la visión de las calles adyacentes era muy similar: humo, gritos, desorden, caos, chatarra, cuerpos inertes, sangre, marañas humanas. Rafa dejó de correr enseguida, sus kilos de más y el sofocante calor se lo impedían. Tenía mucha sed, así que se dirigió a un bar cercano. Pero antes de entrar, una anciana llorosa, con una rapidez y habilidad inusitada le asió del brazo pidiendo que la ayudase, tenía una herida en la ceja que bañaba su rostro de sangre. Rafa la miró aterrorizado y sin pensarlo, casi por instinto le mintió:
–¡Ayúdeme usted, estoy ciego! —gritó Rafa.
La anciana le soltó, comprendiendo que estaba en la misma situación que ella y que de poca ayuda le iba a servir. Rafa, sorprendido con la facilidad con la que había resuelto el problema, entró en el vacío bar. Había una televisión conectada, solo emitía una imagen de una mesa vacía, sin sonido. Cambió de cadena buscando información sobre lo que había pasado, en algunas emisoras la programación era normal, películas, series, documentales. En otras era la hora de las noticias, pero no había noticias, en una enfocaban el suelo, en otra se veía una sala con gente tanteando las paredes, el panorama resultaba hasta cierto punto cómico.
Se auto sirvió una cerveza, luego otra tras otra, mientras reflexionaba. Se sentía superado, sobrepasado por los acontecimientos, impotente, se auto convencía de que su ayuda sería como una gota de agua en el inmenso desierto, que él poco podía hacer. Él ya tenía sus propios problemas con los acontecimientos de la pasada noche, además sentía rencor y odio hacia esta sociedad que tantas zancadillas le había puesto durante su vida. Siempre se había sentido marginado, humillado, ¿por qué iba a ayudarles ahora? Pensó que quizás ahora era su momento, le invadió cierta sensación de venganza. En ese momento una chica joven y hermosa entró dentro del bar, tanteando y dando brazadas al aire. Lucía unos esbeltos muslos por culpa de una cortísima minifalda que aleteaba al desplazarse, dejando al aire unos glúteos divididos por un mini tanga. Rafa se levantó y titubeó, los efectos del alcohol nublaron su razonamiento, se quedó pensativo unos largos segundos. Se acercó con sigilo por detrás, la empujó y la aprisionó con fuerza sobre una mesa, la sorprendida chica se revolvió con todas sus fuerzas mientras gritaba con gran desespero, a él no le importaron sus gritos, ya que estos se solapaban con los de la calle. Con su peso impidió el forcejeo de la chica y esperó con paciencia, trascurridos unos minutos las fuerzas de la chica fueron decayendo y ya con las defensas bajas, aprovechó y se introdujo con torpeza dentro de ella. Tras unos breves y fuertes vaivenes, se alivió después de muchos años de tensión contenida. La joven ya solo tenía fuerzas para llorar, Rafa se abrochó atropelladamente la bragueta y la invitó a sentarse para que descansara, le agarró con suavidad el brazo para guiarla pero la joven sacó fuerzas de flaqueza volviendo a agitarse en un ataque de histeria y al sentirse liberada salió huyendo a lo loco, tropezó con sillas y mesas hasta que se derrumbó en el suelo magullada y agotada.
Rafa salió del bar girando la cabeza en todas direcciones, asegurándose que nadie hubiera sido testigo de los hechos, dejando a la pobre chica allí abandonada entre lastimeros sollozos, pensando que su primera vez le había parecido incómoda y demasiado fugaz.
Caminaba sin remordimientos, convenciéndose de la justificación de sus actos, de lo mal que la sociedad se había portado con él, de lo moral y de lo inmoral, que debía adaptarse a la nueva situación y si esta le favorecía, la iba a aprovechar. No le debía nada a nadie, se sentía bien, casi eufórico, seguro de sí mismo, pensaba que sus problemas personales, que su complejo de inferioridad, podrían diluirse ante el inesperado giro de acontecimientos. No tenía obligación de ayudar a la comunidad, de la que nunca se sintió parte. Además no era un héroe, ni bombero, no era policía, no era médico, no era médico… ¡médico!, en ese instante recordó a Alicia, la intensa, buena e impactante impresión que le había causado. Ella sí merecía ser salvada, tenía que ayudarla, por ella sí era capaz de esforzarse, por ella sí podría ser un héroe, sería su héroe, así encontraría la forma de lograr atraer su atención.
Buscó un coche disponible, el que encontró, tenía las llaves puestas, sonaba música a bajo volumen en la radio. Quizás radiaban algún noticiario, sintonizó emisoras, sonaban programas varios, con seguridad de esos pregrabados, en una cadena la locutora pedía ayuda, se había quedado ciega. Siguió buscando y en una consiguió alguna vaga noticia, el locutor, que también había perdido la vista, aunque no los nervios, emitía repetidamente una especie de parte de emergencia. Narraba como la mayoría de las líneas telefónicas estaban saturadas, por un exceso de llamadas. Que todo se inició con una potente luz cegadora de la que desconocían las causas. Aventuraba varias hipótesis, podría ser por una bomba atómica, posibilidad poco probable, el país no sufría amenazas directas ni motivos para ninguna agresión. Tampoco se descartaba algún nuevo tipo de ataque terrorista.