Nadie es ilegal. Mike Davis

Nadie es ilegal - Mike  Davis


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masacre de veintiocho mineros chinos en septiembre de 1885 por miembros blancos de los Caballeros del Trabajo en Rock Springs, Wyoming (que obligó al presidente Cleveland a enviar tropas federales para proteger a los supervivientes), detonó la violencia en el lejano oeste. Alexander Saxton lo describe así: “El presupuesto de furia y descontento acumulado por los trabajadores (en la crisis económica de 1884-86), como por ejemplo la ley de Gresham, se convirtió en la moneda más barata del movimiento anti-culí”. En la primera mitad de 1886, emergieron comités de vigilantes para abatir y eliminar a los chinos en treinta y cinco ciudades de California, incluyendo Pasadera, Arroyo Grande, Stockton, Merced y Truckee. Fue una limpieza étnica sin precedentes y miles de chinos fueron expulsados de esos pequeños poblados y ciudades. La mayoría de ellos huyó a fortificados barrios chinos en San Francisco, donde se vieron reducidos a “luchar en los callejones de basura y pescado podrido”, mientras los agricultores –acostumbrados a captar suplentes para el trabajo– se quejaban por la escasez de mano de obra barata10.

      En los años siguientes, la agitación anti-china hirvió lentamente, hasta que la depresión de 1893 puso en marcha otra ola de chovinismo y violencia pandillera. En Napa Valley, la Unión Obrera Blanca se organizó para sacar a los chinos de los viñedos, mientras otros vigilantes atacaron a inmigrantes chinos en Selma y mataron a dos campesinos cerca de Kingsburg. El vigilantismo también se diseminó por los naranjales del sur de California y cientos de hombres blancos expulsaron, “a punta de fusil”, a los inmigrantes chinos de la opulenta ciudad de Redlands. Gracias al representante Geary, del condado de Sonoma, el Congreso legisló que los chinos requirieran certificados de residencia, creando, como señaló Street, “el primer sistema de pasaporte interno norteamericano”. El “Plan Redlands”, popularizado por un sheriff local, usó la Ley Geary para legalizar la expulsión de los chinos locales no registrados. Pero en muchas ciudades citrícolas –Anaheim, Compton y Rivera– los blancos desempleados no se limitaron a los asuntos legales; simplemente formaron pandillas y fueron a atacar a los chinos en sus campos11.

      Cuando la depresión se profundizó, el vigilantismo continuó activo durante todo el invierno, la primavera y el verano de 1894. Los agricultores gradualmente fueron cediendo al terror, contratando vagabundos y desempleados blancos que reemplazaran a la fuerza de trabajo china, vieja y soltera, cuyas filas fueron disminuyendo rápidamente debido a la ley de exclusión y a sus enmiendas. Durante medio siglo los chinos brindaron su sangre y su sudor en la construcción del Estado: ahora eran brutalmente segregados. Las nuevas generaciones tendrían pocos indicios del irreemplazable rol que jugaron los trabajadores chinos en la construcción de la principal infraestructura (calles, ferrocarriles, acueductos, huertos y campos) de la vida moderna de California12.

      1. Royce Delmatier, et ál., The Rumble of California Politics, 1848-1970 (Nueva York: John Wiley, 1970), p. 77.

      2. William Locklear, “The Celestials and the Angels: A Study of the Anti-Chinese Movement in Los Angeles to 1882”, Southern California Quarterly 42 (Septiembre de 1960), pp. 239-54.

      3. Alexander Saxton, Indispensable Enemy: Labor and the Rise of the Anti-Chinese Movement in California (Berkeley: University of California Press, 1971).

      4. Pierton Dooner, The Last Days of the Republic (San Francisco: Amo Press, 1880), p. 257.

      5. Cf. Victor Davis Hanson, Mexifornia (San Francisco: Encounter Books, 2003); Daniel Sheehy, Fighting Immigration Anarchy (Bloomington, IN: RoofTop Publishing, 2006); y Tom Tancredo y Jon Dougherty, In Mortal Danger (Nashville: WND Books, 2006).

      6. Street, Beasts of the Field, pp. 311 y 319.

      7. Saxton, Indispensable Enemy, p. 264.

      8. Ibíd.

      9. Ibíd., pp. 348-51.

      10. Saxton, Indispensable Enemy, p. 205. Sobre las formidables defensas de Chinatown ver p. 149.

      11. Ibíd., pp. 377-86.

      12. Como observó un agricultor de Hayward, durante el debate sobre la exclusión: “Nuestros huertos y viñedos son obras de los trabajadores chinos. De no estar ellos bajo nuestras órdenes, no habría en el Estado árboles frutales o viñedos… no existieran frutas, ni fábricas de conservas ni los inmensos almacenes de vino”. Citado en Fearis, “The California Farm Worker”, pp. 51-52.

       Capítulo 4

       “Aplastar al japonés”

       Subyacente a este problema con los japoneses está la proposición fundamental de que éste es un país de hombres blancos y así debe permanecer.

      Liga de Exclusión de Asiáticos (1909)1

      Los primeros grandes flujos de japoneses inmigrantes hacia California vinieron de Hawai: plantadores que escapaban de los bajos salarios y las condiciones infrahumanas en los campos de caña. Después de la anexión de las islas en 1898, la migración hacia el continente, así como la inmigración directa desde Japón, era fácil. Los trabajadores japoneses rápidamente reemplazaron a los chinos en los cultivos de remolacha e inmediatamente adquirieron el estatus de parias. Ya en 1892, cuando aún la población japonesa era insignificante, el fanático incansable Denis Kearney, vociferaba: “¡Los japoneses deben irse!”, aunque, como enfatiza el historiador Roger Daniel, el prejuicio hacia los japoneses “era sólo la estela dejada por el cometa anti-chino”.

      Sin embargo, poco antes del terremoto de San Francisco, los japoneses ya eran una porción significativa de la fuerza laboral agrícola, con una creciente reputación de mantenerse firmes en sus principios. De hecho, fueron los pioneros del sindicalismo agrícola en el siglo XX y organizaron una impresionante huelga junto a los mexicanos en los cultivos de remolacha de Oxnard en 1903. Pero los poderosos sindicatos de San Francisco despreciaban a los nuevos inmigrantes y organizaron en mayo de 1905 la Liga de Exclusión de Japoneses y Coreanos (en parte, según Saxton, para distraer la atención de los escándalos dentro del Partido Sindicato-Trabajadores)2. Puesto que la envejecida población china estaba declinando, los japoneses, más jóvenes y económicamente dinámicos, pasaron a ser la nueva encarnación de la amenaza amarilla.

      En San Francisco, la violencia hacia los residentes japoneses se convirtió en un problema, con incidentes particularmente significativos durante y después del terremoto de abril de 1906. “Se informaron diecinueve casos de asaltos contra los residentes japoneses… a pesar de que el gobierno japonés había enviado fondos hacia la ciudad abatida”. Cuando el renombrado sismólogo de Tokio, el profesor Fusakichi Omori, se presentó con la donación de un nuevo sismógrafo para la Universidad de California, él y sus colegas fueron golpeados y apedreados por una pandilla en la Mission Street. Los gamberros fueron luego alabados por la prensa local, considerándolos héroes populares3.

      Pero en 1908 el sustrato social de la agitación anti-japonesa fue transfiriéndose de los movimientos obreros urbanos hacia la clase media urbana y rural. Con extraordinario trabajo y solidaridad comunitaria, los “isei” (primera generación de inmigrantes) y sus hijos fueron ahorrando dinero y comprando o arrendando tierras. Crearon nichos dinámicos de horticultura, cultivo de fresas y flores, viveros y jardines. Los agricultores californianos y los horticultores acaudalados, como antiguamente los magnates hawaianos del azúcar, estaban consternados con la valiente determinación de los japoneses de convertirse en amos, “competidores más que empleados”. Carey McWilliams nos comenta que los grandes productores agrícolas se oponían a la posesión de la tierra de los japoneses ya que “amenazaba la existencia de las grandes unidades de producción y disminuía el suministro de obreros agrícolas”4.

      Asimismo, los inmigrantes japoneses se topaban con la cólera de los pequeños agricultores, resentidos por los diestros e intensivos métodos de cultivo que aplicaban los japoneses, que conducían al aumento del valor de la tierra y de los arriendos5. Los liberales de clase media, obsesionados con los conceptos darwinianos de competencia racial, defendieron la “agricultura


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