Pickle Pie. George Saoulidis

Pickle Pie - George Saoulidis


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pero en verdad se ve que no cuadra con las Posters”.

      “No hay problema”, gruñó Héctor mientras continuaba viendo a su inversión. Sí, era completamente diferente. Cabello corto, aumentación excesiva en todo su cuerpo en contraste con las demás Posters que sólo tenían aumentación en los pechos, una armadura real que Héctor no podía ver claramente desde donde estaba pero que ya había aprobado. Se mantenía en una rara ‘pose sexy’ intentándolo mucho pero igualmente fallando mucho en ese intento.

      Hubo una erupción en el estadio. Héctor pensó que se había vuelto sordo, apenas se podía oír al comentarista. El equipo contrario había entrado y la multitud rugió de pie, lanzando la comida al aire, sacudiendo las puertas de metal mientras que los guardias de seguridad los hacían caer usando sus tasers con impunidad.

      “Damas, caballeros y las otras variaciones, les presentamos a las ¡Daaarlings de la Deeestrucción! Dijo el comentarista con voz retumbante.

      “¿Me imagino qué son las favoritas para ganar este partido?” Gritó Héctor para que pudiera ser oído.

      “Seguro que sí, hombre. Me encantan las Posters cualquier día de la semana, pero las Darlings… Bien, ya verás”. Se besó las puntas de los dedos.

      “Oh, guao, esa es una armadura excelente”, dijo Héctor evaluando el valor de cada artículo a medida que las Darlings pasaban y las veía en un close up de RA.

      Tony se volvió hacia él. “¿Qué, no tienes polla?”

      Héctor se ahogó. Asintió explicando, “No – Sí, están muy buenas, pero sus armaduras son verdaderamente hermosas, no estoy bromeando”.

      Tony se rió. “Estás dañado mi amigo”

      Los dos equipos tomaron sus lugares en el campo. Un referí colocó una calavera en el medio y esperaron formando una línea en extremos opuestos. Había un montículo hecho de algo color naranja y suave detrás de cada equipo. Tenían armas, espadas y una cadena con una bola, que parecían hechas de material para prácticas, con bordes suaves y extremos enormes.

      Entonces un tambor comenzó un ruido sordo y profundo que reverberaba a través de la multitud que aclamaba.

      Las atletas se lanzaron hacia adelante, cubriendo la distancia en un segundo. Héctor no podía seguir la acción. Alguien golpeó a alguien, cayo arrodillada, las de contextura más pequeña corrieron hacia la calavera, las golpearon pero una ¿esquivó el golpe con los brazos? “¿Por qué las otras no esquivan los golpes con los brazos también?”

      “Sólo las Qwiks pueden hacerlo, ahora cállate”, dijo Tony fijándose en la acción y tomando un sorbo.

      Algo pasó en el medio, golpeada con una espada, una mujer cayó sobre su espalda, la acción continuó. Una bola con una cadena hizo un amplio arco y golpeó a una chica Poster, su cabeza se movió hacia un lado y voló hacia atrás con tanta fuerza que cayó a cinco metros de distancia esparciendo sangre rosada en el aire. La multitud se volvió salvaje.

      Entonces una Qwik bajó la calavera con fuerza.

      Un referí pitó. Héctor estaba asombrado. “¿Qué diablos? ¿Once segundos y ya anotaron?”

      Las repeticiones estaban en bucle, la pobre chica golpeada en la cara, su cabeza siendo empujada hacia atrás una y otra vez, con la sangre esparciéndose en el aire.

      “Ciberpink, el deporte más rápido que hay. Te acostumbrarás a él. Toca el botón de repetición en tu veil. Cuando entiendas las reglas se te hará más fácil”.

      “Ok. A riesgo de parecer estúpido, ¿Por qué la sangre es rosada?”

      “Oh, en realidad eso es algo ingenioso. Debido a que las reglas de transmisión de los medios no permiten que muestren sangre en la pantalla, tienen una máquina de IA – Inteligencia Artificial – que cambia el color de la sangre en la transmisión en tiempo real”.

      “Pero no estamos viendo una transmisión, estamos aquí en vivo”. Héctor abrió la palma de su mano débilmente hacia el partido.

      Tony movió sus manos. “Es una luz con una amplitud de onda específica, más una RA algo opaca y se ve rosada incluso cuando estás aquí en el estadio.

      “Guao. Eso es…”

      “Brillante, ¿Correcto?”

      “Enfermizo. Eso es… enfermizo”.

      “¿En verdad? Quiero ver tu cara cuando cobres el cheque por el partido, dueño”. Dijo esa palabra como si le supiera amarga.

      Héctor se calló. Seguro, era un hipócrita. ¿Pero qué podía hacer? Su negocio se estaba desmoronando. No era que él hubiese pedido poseer una atleta, simplemente le cayó de la nada, podía venderla tan pronto como fuese posible y tener una buena ganancia. A Tony le encantaría ponerlo en contacto con las personas conocidas del mercado y asegurarse que todo fluyera con facilidad si le tocaba una parte.

      Se llevaron a la chica Poster en una camilla y un reemplazo la sustituyó. Era Patty Roo, llevaba una espada larga y se veía incomoda.

      ¿Y quién no lo estaría? Una chica del equipo caída y ya con un punto perdido. Este era un juego loco.

      Los tambores comenzaron de nuevo y las atletas se lanzaron hacia adelante, una vez más una ráfaga de golpes, paradas repentinas y estocadas hacia adelante, gritos y…

      La Qwik anotó.

      “¡Coño!” Exclamó Héctor y se levantó con la gente alrededor de él gimiendo con él.

      Tony sonrió y tomó un sorbo. “¿Ya estás enganchado?”

      “Vamos, ¿apenas ha pasado un minuto y ya estamos perdiendo?”

      “No te preocupes, a las atletas le pagan lo mismo, ganen o pierdan. Aunque las ganadoras obtienen los bonos, por supuesto”, musitó para sí mismo, asintiendo, “y los patrocinios, la comercialización, el sexo, y el…”

      Héctor le hizo un gesto para callarlo. “Entiendo”. Se sentó hundiéndose en el asiento. “Tengo una perdedora”.

      “Sí, hombre. Se te olvida quien fue el dueño anterior. Diego, hombre”.

      “Sí”, exhaló”.

      “Hay un corte comercial, voy corriendo a orinar. Debí haberte hecho caso acerca de los refrescos”.

      CAÍDA DOCE

      Héctor se haló el cabello.

      Todo era tan estresante. El partido continuó y apenas podía seguirlo. Espadas, bastones, bolas y cadenas volaban y golpeaban a todas la que estaban jugando.

      No tenía idea de qué estaba pasando, volvía a ver las repeticiones y observaba a Patty Roo.

      Parecía buena en lo que hacía pero le faltaba algo. Blandía su espada larga con precisión, evitaba los golpes esquivándolos por apenas una pulgada, pero el equipo contrario como un todo parecía mejor. Mucho mejor.

      Lo único que las chicas Posters tenían eran sus tetas. Héctor revisó sus estadísticas. Sensualidad 3, Sensualidad 2, Sensualidad 3. Las estadísticas útiles eran sólo Sensualidad. Seguro, era un paquete de propaganda dulce pero eso no les iba a hacer ganar juegos. Con culo o sin él, todavía era un deporte, ¡maldición!

      ¿O quizás eso ni siquiera importaba?

      Héctor estaba muy cerca de arrancarse un puñado de pelos. Desde un punto de vista comercial era una locura. Las chicas Posters usaban una armadura muy corta que apenas las cubrían, eran más para ser sexys que para protegerlas. Los cascos, nada que ver.

      No era extraño que las estuvieran moliendo a golpes. ¿Dos atletas caídas con semanas para recuperarse y posible daño permanente?

      Una locura.

      Se sentó en el borde


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