Soy Tu Hombre Del Saco. T. M. Bilderback

Soy Tu Hombre Del Saco - T. M. Bilderback


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hables con la boca llena Mary. Llámame cuando llegues, ¿de acuerdo?  Y dile a Katie que haremos algo este fin de semana.

      –Sí, señora.

      –¿Mamá? – dijo Derek.

      –¿Sí, bebé?

      –¿Catherine y yo iremos a casa de la abuela después de la escuela?

      –Sí, muchachito, van a ir.

      Pam le dio un codazo a los dos pequeños que terminaban de comer.

      – ¡Vamos, mocosos! Salgamos y esperemos el autobús.

      Mary se metió el último pedazo de sus huevos en la boca y dijo:

      –¡Oigan! ¡Espérenme!

      –Tengan cuidado— les dijo Phoebe.

      –¡Los amo!  ¡Mary, no hables con la boca llena!

      Phoebe la descubrió hablando con la boca llena frente a la puerta principal que se encontraba cerrada. Los niños ya se habían ido.

      Tuvo una sensación de recelo en su mente mientras se freía un huevo para tomar desayuno. Comió en silencio y cuando terminó, puso su plato en el fregadero, recogió su bolso, sus llaves y se fue a trabajar.

      MIENTRAS ALAN CONDUCÍA por su camino hacia la Universidad Comunitaria de Perry, pasó por lo que parecía ser una enorme obra en construcción. Observó varios equipos de movimiento de tierra, tales como excavadoras, grúas, volquetes y también a algunos hombres con cascos de seguridad que se encontraban en el sitio de ocho hectáreas. Parecía como si estuvieran cavando un enorme orificio en el suelo o como si ya lo hubieran finalizado. No podía distinguirlo con claridad debido a que se encontraba conduciendo.

      «Interesante. Esto es nuevo. Pasé por aquí hace tres días y no había nada más que un campo allí. Me pregunto qué será …».

      Hizo una nota mental para preguntarle a Billy más tarde.  Tal vez el comisario sabría algo al respecto.

      Sea lo que sea, parecía ocupar una enorme superficie del campo y dado que había algunos árboles situados a lo largo de la carretera, el lugar de trabajo solo era visible desde una pequeña zona, la cual se utilizaba como entrada y salida del campo.

      A medida que Alan se alejaba, volvió a pensar en los asesinatos.

      «Tenemos que capturarlo. Espero que no sea una amenaza para ninguno de nosotros esta vez, no quiero que se repita la noche en que Moses Turley irrumpió en la granja. No sé qué poder poseen las chicas o si el poder las posee a ellas, pero no quiero arriesgarme a desatarlo de nuevo».

      CLIFF ANDERSON, TODOS los días abría su oficina de bienes raíces puntualmente a las ocho de la mañana y hoy no era la excepción.

      Él poseía y administraba la empresa Subastas Inmobiliarias Anderson (¡La MEJOR del condado de Sardis!) exponía el cartel que resaltaba sobre la puerta. Asimismo, dirigía a su personal de diez personas que, a excepción de su secretaria, ninguno llegaba antes de las nueve. Cliff disfrutaba del tiempo a solas por las mañanas y le gustaba realizar acuerdos con los compradores de propiedades madrugadores que a veces llegaban antes de las nueve.

      Arlene Looper, su secretaria, trabajaba con él desde hace quince años y era muy buena en su trabajo. Ella llegaba antes de las ocho de la mañana para preparar el café y organizar su día.

      Cliff vigilaba de cerca las piernas de Arlene. Tenía unas piernas armoniosas y soñaba con un día tenerlas enrolladas alrededor de su cintura. De vez en cuando, le echaba un vistazo a su busto, pero su mayor sueño era tener sus piernas alrededor de su cintura. Había soñado con eso cada día que Arlene asistía al trabajo, pero solo había una cosa que le había impedido perseguir ese sueño y no era precisamente el miedo a recibir una denuncia por acoso sexual o por comportarse de una manera totalmente inaceptable en el lugar de trabajo.

      Arlene vivía en London, un pueblo que se localizaba más al sur del condado de Sardis.

      Cliff le tenía un miedo terrible a Londres y no había nada que pudiera hacer para poner un pie en el lugar. Algo en ese pueblo de los agujeros en la carretera le asustaba muchísimo. Podía sentir cómo su respiración se aceleraba al acercarse al pequeño pueblo y se le ponía la piel de gallina. Una vez que pasaba la señalización de los límites de la ciudad sus pelos se elevaban y comenzaba a sudar abundantemente, un sudor maloliente provocado por el nerviosismo. Cliff finalmente se había dado cuenta de que nunca más iría a Londres por voluntad propia, sin importar lo que pasara, así que cualquier acuerdo de propiedad inmobiliaria que tuviera que realizar en Londres se lo delegaría a alguno de sus empleados.

      El hecho de ir a Londres a buscar a Arlene para una cita o para después ir dejarla a su casa no era una idea para nada entretenida en la cabeza de Cliff.

      No había ninguna señal de que Arlene supiera sobre el deseo que su jefe sentía.

      Sin embargo …

      algunas veces cuando él no la observaba, ella sí lo hacía con una gran sonrisa, como si se divirtiera … o lo considerara su presa.

      Aparecía un brillo amarillento en su iris… un brillo amarillento como el de un animal.

      Esta mañana, antes de que Cliff se sentara en su escritorio para realizar su ritual de miradas y perderse en el tiempo observando la manera sigilosa con la que caminaba Arlene, el timbre de la puerta principal sonó y una cliente entró.

      La chica era bajita, rubia, bonita y tenía algunas pecas en el puente de su nariz que asemejaban a un ligero puñado de polvo.

      Cliff se dio vuelta desde donde se encontraba la cafetera y con una sonrisa en su rostro se dirigió a la mujer.

      –¡Buenos días!, me llamo Cliff Anderson. ¿En qué la puedo ayudar?

      Cliff esperaba que la joven preguntara por el alquiler de un departamento o quizás una casa poco costosa que pudiera alquilar por un par de semanas. Nunca la había visto antes, así que creía que era una empleada de la tienda Big box.

      Cuando ella le dijo lo que estaba buscando, la curiosidad de Cliff se disparó.

      –Hola.  Estoy buscando una granja que tenga al menos 40 hectáreas de pasto, una gran casa y un granero. Muy pronto enviaré un ganado desde la ciudad de Carson, Nevada, así que necesito un hogar para ellos. Pagaré en efectivo, si eso ayuda a acelerar el proceso

      Por su bien, Cliff evitó que su barbilla se le cayera hasta el piso.

      —ESTO ES MUY GRAVE—DIJO Alan.

      Intentaba mantener el desayuno en su estómago mientras inspeccionaba la escena del crimen.

      Billy asintió.

      –¿Alguna vez viste algo tan terrible en la ciudad?

      Alan pensó un instante y luego afirmó con su cabeza.

      –Una vez ayudé a limpiar una granja que había ocupado Esteban Fernández. A pesar de que esta se había quemado, encontraron dos cuerpos que pertenecían a los agentes de la Administración para el Control de Drogas. Los habían hecho picadillos. Pensamos que Fernández los había asesinado, así que los federales tuvieron que tomar medidas drásticas. La escena era bastante terrorífica.

      No se había removido nada. Billy quería que Alan examinara toda la evidencia en el momento y no solo con las fotos, puesto que creía que había algo que estaban pasando por alto.

      Alan respiró profundamente tres veces para poder calmarse. Comenzó a estudiar todo lo relacionado con la escena y, de forma metódica, analizó todo antes de moverse.  Cuando se sintió preparado, se colocó unos cobertores desechables de papel en los zapatos para no contaminar ninguna prueba microscópica. Poco a poco se acercó a los restos de la joven. Estudió la posición de cada órgano y cómo sus intestinos dibujaban la forma del corazón de San Valentín. Se detuvo para estudiarlo


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