Soy Tu Hombre Del Saco. T. M. Bilderback
almacenar las bolsas de compra y rellenar los estantes cerca de las líneas de pago.
Phoebe estaba tan inmersa en sus pensamientos mientras llenaba los estantes de dulces que el cliente que se acercaba a ella no llamaba su atención hasta que le hablaban en voz alta.
Sorprendida, Phoebe se dio la vuelta para ver a Tom Selleck en la fila de su caja.
–¡Oh, lo siento! ¡Me perdí en mis pensamientos y no te vi! – decía Phoebe mientras se apresuraba a su caja.
El hombre le sonrió generosamente con unos dientes que brillaban como cien vatios por lo blancos. Phoebe incluso pensó que había visto un destello de luz reflejado en ellos.
–No hay problema, no tengo prisa.
Comenzó a registrar sus compras.
–No te he visto antes acá o pasando por estos lugares.
El hombre sonrió.
–No, pero estoy planeando quedarme por un tiempo. De hecho, estoy buscando una casa de precio razonable que pueda comprar.
Phoebe, que continuaba registrando las compras dijo: —¡Oh, puedo ayudarte! Tenemos un asesor en la ciudad que dirige la Inmobiliaria Anderson. Está a un par de cuadras al este de la Plaza del Juzgado.
El hombre asintió.
–Gracias, quizás uno de los míos está allá ahora.
Phoebe les echó un vistazo a los números que de la pantalla.
–El total es 57,32 dólares, señor.
El hombre le dio tres billetes de 20 dólares y Phoebe contó el cambio. Cuando le entregó su cambio le dijo al hombre: —Gracias, señor. Espero que nos veamos pronto en Mackie's.
–Seguro que sí. ¡Gracias de nuevo! – el hombre recogió sus bolsas con una mano y con la otra se despidió.
Phoebe se preguntaba a sí misma quién sería ese hombre.
—¿LO TRAJISTE?
Mary Smalls casi saltaba de un lado a otro de la emoción.
Carol Grace Montgomery, que pronto sería Carol Grace Blake, asintió con la cabeza.
–Lo traje
–¡Ooooh, déjame ver!
Las chicas estaban en clases en la Escuela Secundaria de Perry. Ambas eran estudiantes de noveno grado y tenían trece años.
–No lo sé, Mary. Tal vez deberíamos esperar hasta el almuerzo.
–¡Oh, vamos, Carol Grace! – Mary casi se retorcía las manos de la emoción
Carol Grace pareció considerarlo y, entonces, se encogió de hombros.
–¿Por qué no? Probablemente no funciona de todos modos.
La joven adolescente metió la mano en su mochila que contenía libros y cuando la retiró, sacó un pequeño palo como del largo y el grosor de un palillo de tambor. Sin embargo, se parecía más a una clavija de madera que a un palillo, ya que ambos extremos eran lisos.
Mary miró el palo, casi como si la hubieran decepcionado.
–¿Eso es todo?
Carol Grace asintió.
–¿Esa es la varita que te dio tu tía Margo?
–Eso es todo.
–¿Puedo sostenerlo?
Carol le entregó la varita a Mary.
Los ojos de Mary se agrandaron al sentir un fuerte cosquilleo en sus manos y brazos.
–¡Wow! Esta cosa es capaz de dar una paliza, ¿no?
–Lo hace. Me asustó la primera vez que lo sostuve, pero la tía Margo dijo que reacciona a la magia dentro de ti. Dijo que es casi como una descarga eléctrica.
Mary asintió vigorosamente.
–¡Eso es lo que pensé al principio! ¡Sentí como si hubiera agarrado una cerca eléctrica!
Le daba vueltas a la varita mientras la observaba. Luego miró a Carol Grace y preguntó: —¿Qué deberíamos hacer con ella?
Miró a su amiga de forma exasperada.
–¡Nada! ¡Ay, Mary, nos vas a meter en problemas!
Mary sonrió astutamente.
–No tendríamos que hacer nada muy notorio… solo algo pequeño para ver si funciona.
Carol sacudió la cabeza.
–No, Mary, ¿recuerdas lo que pasó la última vez que usé magia en la escuela?
–Sí, pero no sabías que tenías magia en ese momento.
–No importa. Me sentí mal en ese entonces y me sentiré mal yendo en contra de lo que la tía nos dijo que hiciéramos.
Mary cruzó sus brazos, todavía sujetando la varita. Mientras lo hacía, envió un deseo sin que Carol Grace se diera cuenta.
Mary dijo en voz alta: —¡Eres irritante, Carol Grace! Abrió sus brazos y le devolvió la varita a Carol Grace.
La chica la guardó en su mochila.
–Lo sé… esa es la forma en que me hicieron, supongo.
Me pregunto si le di a Pam algún poder con ese deseo, pensó Mary para sí misma.
Las chicas se fueron a clases charlando todo el camino.
BILLY Y ALAN ACABABAN de sentarse en una mesa del restaurante Ethel’s. Billy levantó la vista justo cuando se sentaron y saludó a William Lewis, el agente literario residente de Perry.
«El hombre parece atormentado», «Como si no hubiera un mañana».
Ethel Hess, la dueña del restaurante, era una mujer arrugada y alegre de unos setenta años. A pesar de su edad podía servir una hilera de mesas más rápido que alguien con cincuenta años menos. Ahora se acercaba a su mesa. Colocó un vaso de agua helada y una servilleta enrollada con cubiertos delante de ambos hombres.
–¡Hola, Ethel! —dijo Billy.
–Recuerdas al inspector, ¿verdad?
Ethel cambió sus gafas para poder ver mejor a Alan.
–Hmmm… ¿no eras tú el mariscal de campo cuando Billy jugaba al fútbol?
Alan sonrió. —Sí, dama.
Ethel sonrió y apuntó a Alan.
–Eres Alan Blake, solías venir aquí a veces con una chica… no recuerdo su nombre, pero te casaste con Katie Ballantine, ¿cierto? ¿En la granja de Junior?
Alan asintió.
–Buena mujer, Alan. Debes de ser un buen hombre para haber cautivado el corazón de esa persona.
Intento serlo, dama.
Ethel sonrió.
–¿Qué puedo ofrecerles, caballeros?
Los hombres pidieron hamburguesas y porciones de papas fritas y Ethel se dirigió rápidamente a la cocina para encargar el pedido.
–Billy, seré honesto. Estos asesinatos me asustan y mucho.
Billy respiró profundamente.
–A mí también Alan.
Tomó un sorbo de agua.
–Sin embargo, no podemos dejar que nadie más sepa que estamos asustados.
La puerta de la cafetería se abrió y Billy le echó un vistazo al recién llegado. Era un joven con un traje de etiqueta y sus ojos recorrieron de manera breve la sala. Billy tenía la impresión de que el joven no se había perdido ni un solo detalle.
De repente, Billy tuvo una visión.
–Alan,