El Retorno. Danilo Clementoni
la lengua por el lado izquierdo de la boca.
«Deja de decir tonterías. En cambio, ¿por qué no intentas readaptar nuestro sistema de comunicación secundario para esta tecnología?».
«Entiendo. Me quedan varias horas de trabajo en ese minúsculo compartimento».
«¿Qué te parece si comemos algo antes?», preguntó Azakis anticipando la solicitud de su amigo, que imaginaba llegaría algunos instantes después.
«Esta es la primera cosa sensata que te he escuchado decir hoy», respondió Petri. «Todo este alboroto me ha abierto el apetito».
«Vale, hagamos una pausa, pero yo decido lo que comemos. El hígado de Nebir que elegiste ayer se ha quedado en mi pobre estómago tanto tiempo que parecía que había echado raíces».
Unos diez minutos después, mientras los dos compañeros de viaje estaban aún intentando acabar su comida, en la Tierra, en el Centro de Control de Misiones de la NASA, un joven ingeniero detectaba una extraña variación de ruta de la sonda que estaba monitorizando.
«Jefe», dijo en el micrófono que tenía a un centímetro de la boca y que estaba conectado a sus auriculares. «Puede que tengamos un problema».
«¿Qué tipo de problema?», se apresuró en responder el ingeniero responsable de la misión.
«Parece que Juno, por algún motivo que todavía ignoramos, ha sufrido una ligera variación en la ruta establecida».
«¿Variación? ¿Y de cuánto? Pero, ¿a qué se debe?». Ya tenía sudores fríos. El coste de aquella misión era desorbitado y nada debería torcerse.
«Estoy analizando los datos en este preciso momento. La telemetría indica un desplazamiento de 0,01 grados sin ningún motivo aparente. Todo parece estar funcionando correctamente».
«Podría haber sido golpeada por un fragmento de roca», supuso el ingeniero anciano. «Después de todo, el cinturón de asteroides no está tan lejos».
«Juno se encuentra prácticamente en la órbita de Júpiter y allí no debería haber ninguno», aseguró con mucho tacto el joven.
«Y entonces, ¿qué ha sucedido? Tiene que haber necesariamente un fallo de algún tipo». Reflexionó durante un segundo y luego ordenó: «Quiero un doble control en todo el equipo de a bordo. Los resultados en cinco minutos en mi ordenador», y cerró la comunicación.
El joven ingeniero se dio cuenta repentinamente de la responsabilidad que le habían confiado. Se observó las manos: temblaban ligeramente. Decidió ignorarlas. Pidió ayuda a un compañero para que realizara un check-up diferenciado de la sonda y cruzó los dedos. Los ordenadores empezaron a realizar secuencialmente todos los controles programados y, después de algunos minutos, en su pantalla, aparecieron los resultados del análisis:
Check-up completado. Todos los instrumentos están operativos.
«Parece que todo está bien», comentó su colega.
«Y entonces, ¿qué demonios ha pasado? Si no lo descubrimos en los próximos dos minutos, el jefe nos pateará el culo a ambos», y comenzó a teclear desesperadamente los mandos del teclado que tenía delante.
Nada de nada. Todo funciona perfectamente.
Necesitaba inventarse algo, y tenía que hacerlo rápido. Empezó a dar golpecitos con los dedos en el escritorio. Continuó durante una decena de segundos, luego decidió apelar a la primera regla del manual de comportamiento en el lugar de trabajo: nunca contradecir al jefe.
Abrió el micrófono y dijo de repente: «Jefe, tenía usted razón. Ha sido un pequeño asteroide troyano que ha desviado la sonda. Afortunadamente, no la ha golpeado directamente, sino que ha pasado cerca de ella. Evidentemente, la masa del asteroide ha creado una mínima atracción gravitacional en nuestro Juno, provocando así la ligera variación de ruta. Le estoy enviando los datos», y contuvo la respiración.
Después de interminables instantes, a los auriculares llegó, orgullosa, la voz del jefe: «Estaba seguro. Hijo mío, el instinto del viejo lobo no se supera». Luego añadió: «Proceded a activar los motores de la sonda y corregir la ruta. No admitiré errores», y cerró la conversación. Un segundo después, la volvió a abrir diciendo: «Excelente trabajo chicos».
El joven ingeniero se dio cuenta de que la sangre estaba volviendo a fluir en su cuerpo. Su corazón latía tan fuerte que lo sentía palpitar en las orejas. Después de todo, podría haber sido así. Dirigió la mirada hacia su colega y, levantando el dedo pulgar, le hizo un gesto de satisfacción. El otro respondió guiñando un ojo. Se habían librado, al menos por el momento.
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