El Retorno. Danilo Clementoni

El Retorno - Danilo Clementoni


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no aquellas que conocemos. El espacio de la cápsula posterior, que es el único lugar donde podría haber algo, es demasiado pequeño como para contener a un ser vivo».

      Mientras hablaba, Petri ya había comenzado a realizar un escaneo de la sonda, buscando cualquier tipo de signo vital que pudiera proceder de su interior. Después de algunos instantes, una serie de símbolos aparecieron en la pantalla y se apresuró a traducírselos a su compañero.

      «Según nuestros sensores no hay nada “vivo” ahí dentro. No parece que haya ni siquiera armas de ningún tipo. En un primer análisis, yo diría que esta cosa es una especie de explorador enviado en reconocimiento al sistema solar en búsqueda de quien sabe qué».

      «También podría ser eso», afirmó Azakis, «pero la pregunta que debemos plantearnos es: “¿Enviado por quién?”».

      «Bueno», supuso Petri, «si excluimos la presencia de misteriosos “alienígenas”, yo diría que los únicos capaces de hacer algo parecido son solo tus viejos “amigos terrícolas”».

      «¿De qué estás hablando? Si cuando los hemos dejado la última vez casi no eran capaces ni de montar a caballo. ¿Cómo pueden haber alcanzado un nivel de conocimiento así en tan poco tiempo? Enviar una sonda a dar vueltas por el espacio no es ninguna tontería».

      «¿Poco tiempo?», objetó Petri, mirándolo fijamente a los ojos. «No olvides que, para ellos, han pasado casi 3.600 años desde entonces. Considerando que su vida media era como máximo de cincuenta - sesenta años, eso significa que se han sucedido al menos unas sesenta generaciones. Quizás se han vuelto mucho más inteligentes de lo que imaginamos».

      «Y tal vez es precisamente por esto», añadió Azakis, intentando completar la reflexión del amigo, «que los Ancianos estaban tan preocupados por esta misión. Ellos lo habían previsto o al menos, habían considerado esta posibilidad».

      «Bueno, podrían habernos adelantado algo, ¿no? Encontrar este objeto me ha dado un buen susto».

      «Estamos aun especulando», dijo Azakis mientras con el pulgar y el índice se frotaba el mentón, «pero parece que esta teoría tiene lógica. Intentaré ponerme en contacto con los Ancianos y trataré de sacarles algo de información extra, si es que tienen. Tú, mientras tanto, trata de entender algo más sobre este aparato. Analiza la ruta actual, velocidad, masa, etcétera, e intenta hacer una previsión de su destino, cuanto hace que partió y los datos que ha almacenado. En definitiva, quiero saber lo máximo posible sobre lo que nos espera allí».

      «Vale, Zak», exclamó Petri mientras hacía volar en el aire, alrededor de él, hologramas de colores con una infinidad de números y fórmulas.

      «Ah, no olvides analizar lo que has identificado como una antena. Si realmente lo es, podría ser capaz de transmitir y recibir. No me gustaría que nuestro encuentro hubiera sido ya comunicado a los que han enviado la sonda».

      Dicho esto, Azakis se dirigió rápidamente hacia la cabina H^COM, la única en toda la nave equipada para las comunicaciones de larga distancia, que se encontraba entre las puertas dieciocho y diecinueve de los módulos de transferencia interna. La compuerta se abrió con el habitual ligero silbido y Azakis se metió en la angosta cabina.

      A saber por qué la habían hecho tan pequeña...se preguntó mientras intentaba acomodarse en el asiento, minúsculo también, que había descendido automáticamente de arriba. Quizás querían que la usáramos lo menos posible...

      Mientras se cerraba la puerta a sus espaldas, empezó a teclear una serie de instrucciones en la consola frente a él. Tuvo que esperar algunos segundos antes de que la señal se estabilizara. De repente, en el visor holográfico, completamente igual al que tenía en su habitación, empezó a aparecer el rostro surcado y claramente marcado por los años de su superior Anciano.

      «Azakis», dijo sonriendo levemente el hombre, mientras alzaba lentamente la huesuda mano en señal de saludo. «¿Qué te hace llamar, con tanta urgencia, a este pobre viejo?».

      Nunca había conseguido saber exactamente la edad de su superior. A nadie le estaba permitido conocer información tan privada de un componente de los Ancianos. Desde luego, vueltas alrededor del sol había visto muchas. Aun así, sus ojos se movían de derecha a izquierda con tal vitalidad que ni siquiera él habría sabido hacerlo mejor.

      «Hemos encontrado algo muy sorprendente, al menos para nosotros», dijo Azakis sin demasiadas formalidades, intentando mirar fijamente a los ojos de su interlocutor. «Casi chocamos con un extraño objeto», continuó tratando de analizar cada mínima expresión del Anciano.

      «¿Un objeto? Explícate mejor, hijo mío».

      «Petri aún lo está analizando, pero creemos que puede tratarse de una especie de sonda y estoy seguro de que no es nuestra». Los ojos del Anciano se abrieron de repente. Parecía que él también se había sorprendido.

      «Hemos encontrado símbolos extraños grabados en el casco, en un idioma desconocido», añadió. «Te estoy enviando todos los datos».

      La mirada del Anciano pareció perderse por un momento en el vacío mientras, mediante su O^COM, analizaba el flujo de información entrante.

      Después de unos larguísimos instantes, sus ojos volvieron a fijarse en los de su interlocutor y, con un tono que no mostró ninguna emoción, dijo: «Convocaré inmediatamente el Consejo de los Ancianos. Todo parece indicar que vuestras deducciones iniciales son correctas. Si las cosas están realmente así, deberemos revisar inmediatamente nuestros planes».

      «Esperamos noticias», y de esta forma Azakis cortó la comunicación.

      El coronel y Elisa estaban ya terminando la tercera copa de champán y el ambiente se había hecho bastante más informal.

      «Jack, tengo que decir que este Masgouf está divino. Será imposible acabarlo, hay demasiado».

      «Sí, es realmente excelente. Tendremos que felicitar al cocinero».

      «Quizás debería casarme con él y que cocinara para mí», dijo Elisa riendo un tanto exageradamente. El alcohol ya empezaba a causar efecto.

      «No, que se ponga a la cola. Primero estoy yo», se atrevió a bromear, pensando que no estaba tan fuera de lugar. Elisa hizo como si nada y siguió mordisqueando su esturión.

      «Tú no estás casado, ¿verdad?».

      «No, nunca he tenido tiempo».

      «Eso es una vieja excusa», dijo ella mirándolo sensualmente.

      «Bueno, en realidad estuve muy cerca una vez, pero la vida militar no está hecha para el matrimonio. ¿Y tú?», añadió, retomando un tema que aún parecía hacerle daño, «¿Te has casado alguna vez?».

      «¿Estás de broma? ¿Y quién soportaría tener una mujer que pasa la mayor parte de su tiempo viajando por el mundo para cavar bajo tierra como un topo y que se divierte profanando tumbas con millones de años de antigüedad?».

      «Claro», dijo Jack, sonriendo amargamente, «evidentemente, no estamos hechos para el matrimonio». Y mientras alzaba la copa, propuso un melancólico «Brindemos por ello».

      El camarero llegó con un poco más de Samoons13 recién sacado del horno interrumpiendo, afortunadamente, ese momento de leve tristeza.

      Jack, aprovechando la interrupción, intentó deshacerse rápidamente de una serie de recuerdos que le habían vuelto a la mente de repente. Era agua pasada. Ahora tenía una bellísima mujer junto a él y tenía que concentrarse solo en ella. Algo que no era demasiado difícil.

      La música de fondo, que parecía arroparlos delicadamente, era la adecuada. Elisa, iluminada por tres las velas colocadas en el medio de la mesa, estaba preciosa. Sus cabellos tenían reflejos color oro y cobre y su piel era suave y bronceada. Sus ojos penetrantes eran de un color verde profundo. Sus suaves labios intentaban separar lentamente un trozo de esturión de la espina que tenía


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