Opiniones. Rubén Darío
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Rubén Darío
Opiniones
Publicado por Good Press, 2019
EAN 4057664182449
Índice
LIBROS VIEJOS A ORILLAS DEL SENA
ALGUNAS NOTAS SOBRE JEAN MOREAS
A PROPÓSITO DE Mm. DE NOAILLES
LA EVOLUCIÓN DEL RASTACUERISMO
GORKI
E aquí un autor cuya boga es ciertamente justa; este ruso que viene después de Gogol, después de Turgueneff, después de Tolstoï, después de Dostoieuski. Su nombre, recién descubierto, resuena y va hoy por toda la tierra civilizada, de otro modo que las recientes importaciones polacas, ya en baja en la moda y en las librerías. Este autor es un exótico y un sincero. Los críticos franceses se quejan del imperio del exotismo, del triunfo de tantos nombres extranjeros en el público francés. La razón de la preferencia por tantas obras de otras naciones, es clara. El público de Francia está sujeto desde hace mucho tiempo a una alimentación intelectual especial, que equivale a la cocina nacional; platos exquisitos, demasiado bien hechos, muy pimentados y perfumados de la trufa gala; pastelería de gastados o de gentes de demasiado alegre vivir, en que se llega hasta el gateaux a base de kola. Es el reino de lo artificial. Cuando se importa un buen plato fortificante y natural—las gentes del Norte los tienen muy buenos—, los consumidores se regocijan y agotan el artículo. Así los beefsteacks de reno de Ibsen, o los rostbeefs de oso de Tolstoï. Otra cosa son las en extremo comerciales ensaladas de Sienckiewicz y compañía.
Siguiendo en comparaciones suculentas, diré que lo que trae Máximo Gorki es alimento fuerte y nutritivo; solamente semejante a una olorosa barbacoa, o a una carne con cuero, o asado al asador—tanto la estepa está en correspondencia fraternal con la Pampa—. La estepa sería la hermana pálida.
Gorki es una voz que clama en la estepa; y el mundo le escucha porque ha tenido la suerte de llegar en buena hora. Gorki es lengua de pueblo, y se hace oir con el aliento de todo un vasto pueblo; y como es hondamente humano, su palabra es comprendida por toda la pensativa humanidad. Es vasto pensador brotado entre las muchedumbres como un alto pino en una floresta. Observa en el mundo que ha rozado gestos y enigmas. Su espíritu es el espejo baconiano: speculumm quoddam incaotatum plenum spectris et visionibus. Su obra, que está repleta de vida, se siente, por lo tanto, llena de misterio. Es uno de esos autores, muy raros por cierto, que hacen comprender la divina afirmación de Shakespeare sobre las muchas cosas que hay en la tierra y en el cielo incomprensibles para nuestra filosofía. Es una alma inmensa que ha recogido y anotado los gritos, las violencias y los sueños de sus hermanos que sufren y caen. Es el San Juan de Dios de los malditos. Con todo esto, naturalmente, comprenderéis que no se trata de un literato. No es «el distinguido escritor», ni «el eminente novelista», ni «el célebre hombre de letras». En efecto, se trata de un atorrante.
Entendámonos. Un atorrante argentino, un tramp inglés o norteamericano, un gueux francés; es el feliz filósofo del arroyo, el príncipe de la miseria, el hermano de los perros, el abandonado que abandona, el ser a quien nada preocupa y nada estorba. Gorki no ha sido, pues, un atorrante; pero ha vivido la vida de un atorrante, de los tristes, de los pobres, de los hambrientos que en la horrible miseria rusa mascan tinieblas y beben aguardiente, el veneno nacional; luego, la vida de los obreros, peor por otros motivos que la de los vagabundos; y en esa enorme nación, cuasi oriental, en que ha nacido y sufrido, ha sentido las palpitaciones y los suspiros de las masas pasivas, las manifestaciones de esa enigmática alma rusa, tan propicia a la visión y al misticismo, entre las labradas arquitecturas, sobre el país extensísimo y frío, y bajo la opresión de un Gobierno semiteocrático, y de una vida social abrumadora, extraña a la piedad, en un ambiente de fatalismo. Gorki trata asuntos que otros escritores rusos han tratado, y tiene algunas veces semejanza con ellos, con Korolenko, por ejemplo, o con Tolstoï; pero tiene más verdad que todos, puesto que extrae de su propia carne, de su propia experiencia; ha escrito «con sangre», como diría el gran loco del Zarathustra. En