Opiniones. Rubén Darío

Opiniones - Rubén Darío


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de una presencia augusta embargaba mi corazón, que con fuerza de un júbilo extraño cesó de latir... De repente Charko se echó a reir. «—¡Já, já! Vaya una cara que pones. ¡Pareces un carnero! ¡Já, Já!—» Me asusté como si un rayo hubiese caído junto a mí. Era peor. Sí, mucho peor.»

      He citado ese pasaje porque encierra en sí mucha enseñanza, porque pone de manifiesto la imposibilidad de conciliación entre el intelectual y los elementos que desgraciadamente componen, tanto en Rusia como en el resto de la tierra, la joven aristocracia. Esto es lo que provoca lo que llama el Creador de valores nuevos, «la creciente del nihilismo».

      El porvenir habla ya por mil signos; ese destino se anuncia por todas partes; para escuchar esa música del porvenir todos los oídos están atentos. «Nuestra civilización europea toda se agita desde hace largo tiempo bajo una presión que va hasta la tortura, una tensión que crece de diez en diez años, como si quisiera provocar una catástrofe: inquieta, violenta, precipitada; semejante a un río que quiere terminar su curso, que no refleja ya, que teme reflejar.» La filosofía de Gorki es un substrátum de experiencia. Su escuela ha sido la desgracia en la edad de la ilusión y del amor. Por eso él mismo cree y afirma: todos los hombres que luchan por la vida, que están presos en su lodo, son más filósofos que Schopenhauer, porque jamás una idea abstracta tomará una forma tan precisa como la que el dolor arranca de un cerebro. Este potente candoroso es un extranjero delante de los retóricos, delante de los arregladores de fórmulas y de palabras. «Estos se extasían—dice—para sostener su reputación de hombres que comprenden la belleza, y no porque sientan el encanto sin par de la gran madre, fuente de toda vida, manantial de fuerza.» En el descanso de los azares de su vida algunas grandes almas han comunicado con él a través de los libros.

      No es un letrado, no es un leído, mucho menos un universitario; pero de cuando en cuando uno conoce, por una cita o por una comparación o reminiscencia, sus autores favoritos o los que han dejado alguna huella en su mente. Fuera de la literatura rusa se ve que ha leído a Shakespeare y a Cervantes, y a este último se nota que le ama, gracias al maravilloso Caballero, como Heine. Ha leído también a Swift, y debe haberle sabido áspero y fuerte como un trago de vodka. Mas su libro principal es mucho más vasto y más repleto de verdades. Hablando de un ingrato, dice:

      «Me enseñó muchas cosas que no se hallan en los más abultados libros escritos por los sabios; porque la sabiduría de la vida es siempre más profunda y más amplia que la sabiduría de los hombres.»

      Los libros de Gorki pueden parecer demasiado secos a los lectores de cosas bonitas, de libritos coquetos y sabrosos, hechos por desahogados diletantti o por industriales de la literatura; pueden aparecer inmorales a los hipócritas que se regodean con las peores obscenidades con tal que vayan disimuladas entre encajes de Francia o decoradas de estetismo italiano; pueden parecer absurdas a quienes van por el mundo como dormidos o privados por ingénita estupidez del don de comprensión y de meditación. El matrimonio Orloff es una obra maestra en todas partes; los cuentos de Gorki son diamantes en su género. Los tres es una novela de una fuerza y de un interés tales, que no puede abandonarse una vez empezada. Es un estudio de fatalidad, una reproducción verídica de una existencia atormentada y conducida al crimen por la violencia y la inflexibilidad de la suerte, en un medio cruel y temeroso. La obra interesa tanto a los sabios que buscan resolver el problema de la justicia, basados en el estado de la máquina humana y de los medios sociales, como a los que, espiritualistas esperanzados o convencidos, juzgan que no se mueve la hoja del árbol sin el influjo de una potencia suprema y secreta. ¿Le seguiremos llamando Dios, si gustáis?

EL POETA LEÓN XIII

       Índice

      «Ma gia morte s’appressa: ¡deh! in quell’ora

       Madre, m’aiuta lene, lene allora

       Quando l’ultimo di ne disfaville

       Con la man chiudi le stanche pupille;

       E conquisto il demon che intorno rugge,

       Cupidamente, all’anima che fugge

       Tu, pietosa, o Maria, l’ala distendi:

       Ratto la leva al cielo, a Dio la rendi.

      

UANDO La Nación, de Buenos Aires, me envió a Italia y comuniqué la impresión que hiciera en mi ánimo el augusto Papa blanco que hoy descansa en la muerte, citaba esos versos suyos, religiosos y pálidos como cirios. Como cirios son los versos de León XIII, por la palidez y por la llama, y porque, aun cuando en veces iluminasen cosas profanas, se consumen por Dios. Admirad y alabad al teólogo tomístico, al político progresista, al evangélico sociólogo, al sesudo autor de sus encíclicas. Yo celebro al poeta; yo celebro al pastor de pueblos que se detiene en sus paseos matinales a ver cómo crecen las flores del jardín de Horacio; al tiarado frecuentador del Dante; al viejecito transparente y delicado que se está muriendo y dice: «Escribid lo que voy a dictar»; y lo que dicta son versos. Versos puros y clásicos, versos que brotan con son castalio de una límpida fuente latina. Celebremos, los que guardamos aún como un raro tesoro, el entusiasmo, la pasión de un ideal de Belleza, la memoria del que, bajo el inmenso peso de su triple corona, conservó ligero y alado el pensamiento, y armoniosa y dulce la palabra, en relación apacible con las inmarcesibles musas. Pues el lírico que acaba de dejar su jaula dorada del Vaticano sabía amar la vida y celebrar sus dones, y en sus exámetros católicos oiréis un rumor de abejas paganas.... Son abejas que se han posado en las rosas de Virgilio y sobre los mirtos de Flacco... ¿Qué importa? Él llevaba a la pradera en que las ninfas de rosadas carnes han sentido el frescor del rocío de la aurora, sus pasos piadosos; junto a Filomela hacía revolar la blanca paloma del Espíritu Santo, y el gran Pan veía pasar entre las verdes hierbas, paciendo, maravilloso de candidez y de luz sublime, un corderito cuyos mansos ojos reflejan el universo, y cuyo contacto purifica la negra tierra: el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

      No otium, sino ars cum dignitatem... Se veía que se había refrescado en el agua de Juvencia; la vida lo amaba.

      El admirable Pontífice podía decir: «Entendámonos, una vez por todas. Hay sentencias que aceptamos porque sí, sin razón alguna, porque han sido dichas por personajes remotos, en una lengua muerta más o menos... Así, creemos como una verdad, porque está en griego, lo de que los amados de los dioses mueren jóvenes. No hay tal cosa. Los amados de los dioses mueren viejos... Y si, además de eso, son amados de Dios, mueren más viejos aún, como moriré yo, Arcade de Roma y Obispo del mundo, León XIII. Los que mueren jóvenes son los amados de los diablos...» Y a fe que hubiera hablado con mucha razón.

      Desde sus primeros versos hasta esa serena y sentida Nocturna ingemiscentis meditatio que, en los instantes mismos de su Extrema Unción, pulía y repulía clásicamente, el favor apolíneo se revela, al propio tiempo que el apego a las formas ilustres y a la lengua sabia, que hacen del sagrado scholar uno de los últimos cisnes que habría el de Mantua acogido con placer en su lago sonoro.

      No es de gran importancia saber si aquel canto nocturno fué el último, o si lo fué su composición en honor de San Anselmo:

      Puber Beccensi cupide se condere claustro

       Patricia Anselmus nobilitate parat,

       Sub duce Lanfrancus, studiosus et acer alumnus

       Sub patre Herluino crescit et usque pius;

       Florentem ingenio juvenem ad cœlestia natum

       Quem non perficiat tale magisterium?

       Hinc pastor fidel divinæ, hinc munere doctor

       Sublimi in superis vertice conspicuus.

      Es el caso que supo morir líricamente, y en belleza, como un cisne. Después lo descuartizó la Ciencia y lo expuso la Tradición...


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