Judas Iscariote, el Calumniado. Juan Bosch
repulsivo designado con su nombre2.
Sobre el drama de la Pasión se ha escrito tocando todos los aspectos; hay libros destinados a probar las tesis más peregrinas, desde la no existencia de Jesús hasta su locura. Pero la imagen del traidor identificada con Judas persiste en las más diversas interpretaciones del hecho que dio impulso y trascendencia a la doctrina cristiana. Algunos escritores han tratado de justificar la conducta de Judas, pero sin apartarse fundamentalmente de la tremenda acusación que ha venido pesando sobre él. Se le ha llegado a considerar como instrumento de la voluntad de Dios para que cumpliera la glorificación de su hijo. Jamás, sin embargo, se le ha librado del estigma de traidor. En pocas palabras, cuantos han tocado el tema han dado por cometida la traición.
Unos la achacan a los celos. María Magdalena amó a Jesús, se ha dicho, y Judas amó a María Magdalena; he aquí por qué vendió a su maestro. Pero sucede que nada da pie a esa leyenda; no se encuentra en los evangelios ni en los Hechos de losApóstoles –únicos documentos básicos en que se menciona a Judas Iscariote– una sola palabra que permita llegar a conclusión como la anotada.
Si se exceptúa la frase que Juan pone en sus labios en el episodio del ungimiento, no hay palabra o acción de Judas antes de llegar a la aprehensión de Jesús que nos sirva para dibujar su carácter. Hilando demasiado fino, y aceptando que el Iscariote haya dicho, él sólo y nadie más que él, lo que asegura Juan, se ha pretendido hallar en los celos el origen de esa frase y por tanto la causa primitiva de la entrega de Jesús. Si fue María Magdalena quien derramó sobre los pies del maestro el ungüento de nardos, y si Judas estaba enamorado de ella, la protesta de Judas por lo que estaba haciendo María no se debe al derroche, sino a los celos, se ha pensado. Pero es el caso que se dan al olvido estos detalles; primero Juan dice claramente que quien unge a Jesús es María la hermana de Marta y de Lázaro, no la pecadora –esto es, la de Magdala–; y segundo, explica que Judas protestó, no porque tuviera celos, sino «porque era ladrón, y, llevando él la bolsa, hurtaba de lo que en ella echaban». Si se usa el testimonio de Juan es de rigor usarlo en todas sus afirmaciones y conclusiones, no apoyarse en él para inventar la leyenda de los celos.
[Juan, 12; 6]
No; la hipótesis de los celos no es legítima. Nada ofrece asidero para pensar que Judas estuvo enamorado de María Magdalena ni de otra mujer, como nada lo ofrece para pensar que Jesús fue amado por alguna de sus seguidoras con ese tipo de amor3, Jesús fue adorado por hombres y mujeres, por ancianos y niños, por judíos y gentiles, por soldados, artesanos, pescadores, por escribas y fariseos y hasta por miembros del Sanedrín. Las esposas, madres y hermanas e hijas de aquellos que le seguían iban con ellos tras el predicador de la buena nueva. Lucas nos da algunos nombres: «Yendo por ciudades y aldeas predicaba y evangelizaba el reinado de Dios. Le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades. María, llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes, y Susana, y otras varias que le servían de sus bienes». Es conocido el amor de las hermanas de Lázaro por aquel que a sí mismo se llamaba Hijo del Hombre. Ahora bien, de las mujeres que se acercaban a Jesús, y le rodean, ninguna recibe de él amor de varón, y probablemente ninguna le vio como tal, sino como profeta, Elías redivivo, el Hijo de David, valores puramente religiosos y morales en el pueblo de Israel. Así también le veían sus discípulos. Ninguno de ellos hubiera sido capaz de atribuirle otra personalidad. Además, si Judas hubiera sentido celos de esa naturaleza, ¿se lo habrían callado sus compañeros, algunos de los cuales, como Juan, se muestran tan pertinaces en acusarle?
[Lucas, 8; 1, 2 y 3]
Usando la libertad creadora, otros han querido hallar en la envidia la causa de la venta. Judas sintió envidia de Jesús, quiso suplantarlo y decidió entregarlo a sus enemigos. Ni siquiera vale la pena argumentar contra esa tesis. A la hora de enjuiciar seriamente a un personaje que tuvo papel tan importante en el drama más trascendente que recuerda la humanidad, esas invenciones pueden interesar como frutos artísticos, pero nada más que en tal sentido. Un estudio honesto de Judas, como de cualquiera figura histórica, tiene que basarse en los hechos comprobados que se le atribuyen, en las acciones conocidas con que él se produjo. En el caso concreto de Judas Iscariote no hay prueba de que fuera envidioso, y mucho menos de que envidiara a su maestro. Es, pues, caprichoso explicar la traición por ese camino.
Un autor que pretende estar escribiendo la biografía de Jesús (Emil Ludwig, «El Hijo del Hombre», edición Claridad, Buenos Aires, 1945; págs. 201-12) trata de justificar a Judas con otro argumento. Según él, Judas llega a poner en duda el origen divino de Jesús; esa duda aumenta hasta hacer crisis cuando, de vuelta al ambiente familiar de su juventud, Judas siente en Jerusalén el peso de las viejas creencias, la omnipotencia del templo y de sus servidores, la pompa de los oficios religiosos; además, sus antiguos amigos la alimentan con las burlas que hacen de Jesús y de la fe con que él le ha seguido. Torturado hasta lo insufrible, Judas resuelve precipitar los acontecimientos para salvarse a sí mismo en su fe y convencerse de que Jesús no es el hijo de Dios. Lo será si adivina que es él, Judas, quien va a traicionarle. Mas Jesús no lo adivina. Judas, entonces decepcionado, lo entrega.
Esta nueva hipótesis tampoco tiene base documental. Desde el punto de vista de la Historia, ¿cómo puede Ludwig probar que Judas vivió durante su juventud en Jerusalén, que tenía allí amigos a quienes volvió a ver y frecuentar?
Lo único que se sabe de Judas sin lugar a dudas, antes de que prendan a Jesús en Gethsemaní, es que a él le tocaba guardar el dinero de la comunidad formada por Jesús y sus discípulos, y que su padre se llamaba Simón de Kerioth. Estos datos se los debemos a Juan, el más implacable de sus acusadores. Por el hecho de que él se llamara Iscariote –es decir, natural de Kerioth o Cariote– y su padre también, se deduce que Judas había nacido en tal lugar. Kerioth estaba situada a una jornada al sur de Hebrón, en las lindes del desierto, esto es, bastante al sur de Jerusalén; y de ser así, es lógico que para ir a Galilea, Judas tuvo que pasar por Jerusalén, puesto que Galilea queda al norte de la que entonces era capital de los judíos. Nadie puede decirnos, sin embargo, si él hizo ese viaje siendo niño, adulto o viejo. De la necesaria realización de ese viaje a afirmar que vivió durante su juventud en Jerusalén, y que tenía amigos allí, y que los encontró de nuevo al volver con Jesús a la ciudad, la distancia es mucha para admitir como opinión seria la que en tal suposición se base. Ni siquiera es posible asegurar que Judas tenía en Jesús determinado tipo de fe. No hay dato que nos permita saber qué pensaba, cómo sentía, cómo actuaba Judas. Sólo al final del drama podríamos figurarnos –y nada más que figurarnos– cómo debió sentirse en un momento dado este hombre oscuro, a quien la cristiandad ha sacado de sus tinieblas para maldecirle sin tregua.
Por varias razones que iremos conociendo a medida que nos internemos en el estudio del personaje y del ambiente en que se movió, podemos llegar a colegir cuáles eran los sentimientos de los discípulos de Jesús hacia Judas; pero jamás llegaremos a saber cuáles fueron los de Judas respecto de sus compañeros. Imaginando cómo sentía él, y tratando de ajustar el juego de sus sentimientos a la acusación que se le hace, no será posible llegar a la verdad. Es necesario proceder en este caso con la honestidad que requiere, pues se trata de un hombre aplastado para toda la eternidad por el dictado de traidor; es más, con el de arquetipo del traidor.
Las fuentes de donde surgió esa acusación están al alcance de todos nosotros. Sin prejuicios, fríamente, procedamos a revisarlas; si de la revisión resulta evidente que vendió a su maestro, ¿por qué tratar de explicar las causas de la venta? Lo hizo, y se ha ganado su despreciable lugar en la historia. Pero si resultare que no lo hizo, entonces rectifiquemos el tremendo juicio, porque en ese caso lo que se ha hecho con Judas acusándole de una infamia como la que se le atribuye sería a todas luces la mayor injusticia cometida por el género humano.
Las fuentes históricas a que se alude son los testimonios de los evangelistas, tal como los presenta la Iglesia Católica, pues para los estudiosos laicos los autores de esos documentos no serían tan sólo Mateo, Marcos, Lucas y Juan; el primero y el último, compañeros de Judas en la comunidad de los doce discípulos de Jesús. Hay, además, el Libro de los Hechos de los Apóstoles, cuya revisión se