Judas Iscariote, el Calumniado. Juan Bosch

Judas Iscariote, el Calumniado - Juan Bosch


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que han condenado a Judas para la eternidad del cristianismo.

      La lectura de los Evangelios con fines de revisión histórica no es tarea fácil, pues que a menudo se contradicen entre sí o explican un mismo hecho de distinta manera. Además, se da el caso de que sólo dos de los evangelistas fueron testigos presenciales de lo que cuentan. Éstos fueron Mateo y Juan. No es obra del otro mundo deducir que algunos de los evangelistas, especialmente Marcos y Lucas en relación con Mateo, se copian entre sí. Sólo el testimonio de Juan se advierte independiente de los restantes, lo que se explica si se sabe que Juan escribió el suyo aislado de sus compañeros, no sólo porque ya habían muerto todos los discípulos de Jesús –Juan tuvo una vida muy larga, probablemente centenaria–, sino además porque cuando redactó o dictó su testimonio se hallaba en Éfeso, ciudad del Asia Menor, y en tales días las comunicaciones no eran fáciles entre los distintos y nacientes núcleos de la cristiandad.

      El hecho de que ni Marcos ni Lucas hayan presenciado los acontecimientos que cuentan no invalida sus respectivos evangelios, sin embargo. Pues el de Marcos, llamado también «el segundo» por haberle antecedido el de Mateo, podría decirse que es el de Pedro4. Marcos viajó con Pedro y estuvo con él en Roma, le oyó contar, sin duda, repetidas veces los episodios del drama de la Pasión, y puede asegurarse que anotó nombres, lugares incidentes referidos por Pedro. Puede usarse del evangelio de Marcos casi como si fuera el de un testigo presencial y no exageraría al decir que de un testigo de excepción. Pues leyendo a Marcos se advierte que Pedro tenía excelente memoria y capacidad de evocación, sobre todo en lo que se refiere a nombres propios y de ambiente, Marcos tenía también acierto natural para escribir, puesto que sabía escoger entre lo útil y lo inútil de su narración.

      El evangelio de Lucas abunda en detalles que no pueden ser de su invención. Este evangelista fue discípulo y compañero de San Pablo, y si bien escribió con el propósito deliberado de hacer proselitismo más que con el fin de dejar constancia de los hechos –lo cual explica su afán por justificar las Escrituras de la vida de Jesús–, de su obra se desprende la convicción de que interrogó a mucha gente que había conocido al Mesías, y probablemente hasta familiares del mártir. Por lo demás, se nota que usó el evangelio de Marcos, y como es evidente que este ultimo usó también el de Mateo, en el evangelio de Lucas se hallan algunos episodios, y sobre todo algunos sermones, casi copiados a la letra del evangelio de Mateo.

      Procediendo con seriedad –ya que de lo que se trata es de revisar un juicio de grandes proporciones en el mundo moral y de larga penetración en el tiempo– debemos aceptar lo dicho por Marcos y por Lucas como documentos de primera importancia, aunque ni el uno ni el otro hayan sido testigos presenciales en lo que cuentan.

      En cuanto al evangelio de Juan, su valor es incalculable para los fines de este estudio. Porque Juan es el único que ha lanzado sobre Judas acusaciones tan tremendas como la de que era ladrón, el único que pone en sus labios la sola frase que, de resultar cierta, se le atribuye a Judas antes de la cena pascual; el único capaz de afirmar que Jesús le dijo a él, y a nadie más que a él, que quien habría de venderle sería el Iscariote.

      Las numerosas y graves discrepancias de Juan con sus compañeros evangelistas; la confusión que siembra en los estudiosos de la vida de Jesús haciendo viajar a su maestro continuamente de Galilea a Jerusalén y de Jerusalén a Galilea, no nos interesan para nada. Para nosotros, el interés del testimonio de Juan está en cuanto dice de Judas. Si no fuera por él, no sabríamos ni siquiera el nombre del padre de ese a quien persigue el denuesto de la humanidad –y sólo porque el padre se llamaba también «de Kerioth» es posible afirmar que Judas era natural de Kerioth o Cariote, lo cual tiene gran importancia para determinar que no era galileo como los restantes discípulos–; es por Juan por quien sabemos que Judas tuvo la función de guardar los dineros comunes del grupo que seguía a Jesús.

      Los restantes evangelistas cuentan secamente, apenas demorándose en la exposición de hechos, que Judas entregó a su maestro; y alguno, como Mateo, dice qué hizo con el dinero de la venta y cómo murió. Juan no; Juan le hace hablar, le acusa de ladrón, dice quién fue su padre y cuál era la función de Judas entre los discípulos; además, testimonia que Jesús lo señaló como aquel que había de entregarle.

      Juan, el apasionado, a quien el propio Jesús bautizó Boanerges, esto es, «hijo del trueno»; Juan, el que propuso a Cristo pedir que bajara fuego del cielo para que destruyera el caserío samaritano donde no quisieron recibir a Jesús y a los suyos; ese Juan que prohibía echar los demonios a los que no fueran de la congregación de los discípulos; ese mismo Juan vehemente que habría de escribir, anciano ya, y mientras estaba desterrado por Domiciano en Patmos, las fragorosas páginas delApocalipsis; ese Juan parece removido por un odio ardiente cada vez que escribe el nombre de Judas. De ahí la importancia de cuanto sobre él dice, y, muy especialmente, la importancia de lo que calla.

      Lo que Juan diga sobre Judas puede ser puesto en tela de juicio, sobre todo cuando no lo digan también los restantes evangelistas, cuando no lo diga Mateo, compañero de Juan y del Iscariote en los hechos que tuvieron su culminación la tarde del viernes pascual en el Cerro del Gólgota. Pero lo que Juan no diga merece especial atención. Pues resulta tan evidente la pasión de ánimo con que se enfrenta al recuerdo de Judas, que si éste hubiera promovido con su conducta algún incidente –exceptuando, desde luego, el episodio de la traición en sí– o hubiera hecho algún comentario indebido o una pregunta indiscreta, Juan habría dado fe de eso. Y habría escrito sobre ello con letras de fuego, tal como lo hace cuando le acusa de ladrón.

      Tratar de buscar fuentes de información fuera de la Iglesia Católica –la organización más afanada en propagar a través del tiempo la repulsiva imagen de Judas traidor– viciaría la revisión de este juicio, y además a nada conduciría.

      Pues ya hemos señalado que los únicos documentos válidos para juzgar correctamente a Judas son los Evangelios y el Libro de los Hechos de los Apóstoles, documentos que son la raíz misma de la Iglesia Católica Occidental.

      Lo honesto es, por tanto, atenerse en ese estudio a las mismas fuentes de que se ha valido la Iglesia para acusar a Judas.

      Otra cosa sería partir de orígenes viciados, o por lo menos teñidos de prejuicios, lo que nos conduciría derechamente a conclusiones erradas. El propósito de este trabajo requiere que procedamos así, porque no se busca en él ni aceptar como definitiva la sentencia secular que ha recaído sobre Judas Iscariote ni negarla: nuestro fin es sólo ser justos. Si el Iscariote vendió a Jesús, merece el estigma que agobia su nombre, pero si no lo vendió, devolvámosle su dignidad de ser humano y su alta categoría como discípulo de aquel que a sí mismo se llamó Hijo del Hombre.

      Todavía no se ha hecho un estudio sereno sobre la participación del Iscariote en el proceso que culminó con la crucifixión de su maestro en el Cerro de las Calaveras. Vamos a tratar de llevarlo a cabo ahora, valiéndonos de los mismos documentos que han sido usados para hacer de Judas la encarnación de la vileza y la figura más execrada de toda la cristiandad.

      Notas al pie

      2 Un texto incluso tan clásico como la Vida de Jesús, de Ernest Renan (1823-1892), publicado en París en 1863 dentro de la corriente positivista, con un criterio «imparcial, científico y objetivo», considera a Judas «un desgraciado que por motivos difíciles de explicar, traicionó a su Maestro». Si bien, el propio Renan, añade: «aunque apenas se pueda creer en semejante exceso de maldad. El horrible recuerdo que la necedad o la infamia de este hombre dejó en la tradición cristiana ha debido introducir alguna exageración en todo esto». Es, precisamente, lo que se plantea Bosch: hasta dónde llegó esa «exageración».

      3 Esta hipótesis, la de que estas mujeres fueran amantes de Jesús, incluso la de «Jesús casado», es explícitamente formulada por varios de los Evangelios apócrifos (Evangelios de Felipe, Evangelio de María y Evangelio de Tomás), especialmente referido a María Magdalena. Hoy, sin embargo, cualquier formulación, teológica o científica, da por comprobado y cierto el celibato de Jesús. Lo que no obsta para reconocer que las mujeres formaban parte del séquito habitual de Jesús. Marcos, Mateo


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