Velas de poder. Eric Barone

Velas de poder - Eric Barone


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demostraciones concretas, era que consideraba que, si no lograba fabricar medios de indagación tan decisivos como lo fue el microscopio para la biología, permitiendo continuar las investigaciones en los caminos akáshicos, no habría puesto en evidencia un determinismo, es decir, creado una nueva ciencia, sino, sólo generado pensamientos para una filosofía estéril gracias a una experiencia mística subjetiva... ciertamente valiosa como meta espiritual individual, pero también estéril y sin operatividad para el bienestar de la humanidad.

      - “Evidentemente, éste no es el proyecto de una vida”-, opinan varios espiritualistas cuando leen sus obras, sino el de varias encarnaciones... sólo el autor y sus maestros sabrán desde hace cuántos milenios realizan esta epopeya, que en esta vida pasa por la encarnación de Eric Barone.

      Todas las obras que publica son aplicaciones concretas que al compás de una vida demuestran, con toda la humildad de un investigador solitario, que el hombre puede viajar en otras dimensiones y, en algunas de ellas, encontrar la puerta y los 20 guardianes de los registros akáshicos. Su obra peca por ser, a veces, muy técnica, y es precisamente el caso de esta colección: EL PODER DE SANAR A DISTANCIA del Magister LIROLUVILUI, tal como lo fueron otras anteriores, como LOS 20 SENDEROS DEL DESPERTAR ESPIRITUAL, CONTROL MENTAL DE ACUARIO y ALTA MAGIA CEREMONIAL. No obstante, el autor tiene capacidad de novelista... o de periodista... nadie sabe cómo, cuándo y dónde fueron sus encuentros con extraordinarios iniciados, que relata en el libro más llevadero de su autoría: LOS PODERES MÁGICOS DE LA BIBLIA. Todos nosotros, lectores, estaríamos encantados de conocer a Ken, el Maestro de la Voz, o al viejo Conde Francés, guardián de las egrégores, y tal vez a este pastor de cabras, Maestro de la Sabiduría...

      Es este libro el que el lector debería conocer previamente, si quiere entrar de forma llevadera y sin compromiso, en el universo de los maestros-guías de este mundo.

      ¿En qué se diferencia Eric Barone de los famosos novelistas esotéricos, tales como Coelho, Castañeda y tantos otros? En que, precisamente, se trata de un científico-espiritualista y no sólo de un novelista. Un «espiritualista de la ciencia» cuyos escritos revelan la fabricación de millares de aparatos, técnicas y medios concernientes a todos los aspectos del ser humano, incluyendo la programación de nuevos softs capaces de penetrar en nuestros estados de conciencia, la pedagogía-bioenergética de vanguardia que redimensiona nuestras posibilidades cerebrales, la arquitectura que sana o la psicoterapia espiritualista que crea un nuevo diálogo de ocho niveles entre el espíritu del paciente y del sanador, para revelar al terapeuta los arcanos de las patologías, trazar el organigrama holístico de la salud y la enfermedad mental ubicando al hombre en los nueve planos de su existencia real, encontrar la Etiopatía real de las enfermedades manifestadas, que estén en el mundo visible o invisible, el universo de la bioquímica o de la bioenergía.

      A lo largo de su obra, descubrimos paso a paso cómo se van concretando las primicias de la Conspiración de Acuario que Marilyn Ferguson percibió; cómo se cumple el paradigma de Teilhard de Chardin, donde ciencia y religión alzarían el punto omega donde debían reunificarse, cómo se encuentra la ecuación unificadora de la psicología, cómo aparece el ecumenismo indispensable, no más justificado por algún subterfugio político sino por el descubrimiento de la realidad mágica que nos escondieron los textos sagrados.

      En pocas palabras, y para concluir: la obra de este autor empezó seguramente en sus encarnaciones pasadas y hay que suponer que la continuará en sus próximas. Aprovechemos conocerlo en su presente incorporación en nuestra humanidad, perdonémosle sus excesos de tecnicismo cuyos motivos ya fueron explicados... y agradezcámosle, a veces, por darnos textos de acceso fácil y agradable de leer.

      Es el caso, por lo menos, de la reseña de la presente obra. El resto del libro es sólo destinado a los que quieren encontrar soluciones concretas a los peores problemas de su vida, pero de modo nunca pensados ni presentados hasta hoy en día.

      Por fin, cuando en el último encuentro que tuvo con el editor de esta presenta obra, alguien le preguntó al autor cuál es su misión espiritual... después de una larga sonrisa enigmática contestó: «la más importante de mis 40 misiones es atender a cada individuo que lo necesita y lo pida, y hacerle percibir los enfoques de su vida que nadie pudo revelarle... de tal modo que los dos podamos aprender. Luego, otra de mis 40 misiones es compartir con cada lector los frutos del árbol invisible de la sabiduría que todos somos capaces de ver... y pocos capaces de recoger. Mi ambición personal se limita a ser un buen jardinero, poder transformar los infiernos interiores llenos de plantas carnívoras que dejamos crecer en nosotros por el fermento de las neurosis, y mostrar dónde se esconden los jardines paradisíacos que también tenemos escondidos en los valles de nuestra alma.»

      ¿Cómo concluir sobre este autor? ¡Como editor me parece imposible hacerlo! Pero como persona sí, puedo proponer lo más sencillo:

      Leamos, experimentemos lo que enseña... luego juzguemos.

      AVISO AL LECTOR

      En esta colección, la “reseña de la obra anterior” se encuentra repetida para enlazar lógicamente las obras. Su presencia hace que cada título pueda ser leído como obra independiente o como continuación de una epopeya espiritual. Si el lector ya tuvo oportunidad de leerla, puede pasar directamente a la Introducción. Pero tal vez exista otra razón más sutil... ¿ya descubrió quién es Magister LIROLUVILUI?

      RESEÑA DE LA OBRA ANTERIOR

      (Cómo llegó a mis manos esta historia del futuro)

      Hay momentos en la vida en que uno debe estar dispuesto a aceptar lo extraordinario, lo imposible y lo fantástico.

      Dormía plácidamente en esta vieja casa de campo que mi tatarabuelo inmigrante construyó en este mágico lugar... el Bolsón. El padre de mi abuelo era un campesino dotado de poderes curativos. Le bastaba acariciar la cabeza de un animal enfermo y éste salía del corral renovado.

      Había emigrado de la Suiza italiana con la esperanza de hacer fortuna en un país nuevo. Luego de varios tropiezos, llegó a Bariloche donde cayó en el más profundo de los encantamientos: ¡toda su juventud pasada en las montañas venía a su encuentro!

      No le costó mucho decidirse; juntó algunas piedras con barro y, con el “sudor de su frente”, además de un inmenso amor al cielo y a la tierra, construyó en el seno del Bolsón esta vieja casa llena de rincones, altillos, escaleras... y, según se decía, de subterráneos. Pero, de los subterráneos, mi abuela rehusaba hablar por miedo a que nosotros, los niños, se nos ocurrieran hacernos exploradores yendo a perdernos en increíbles grutas.

      Dormía serenamente, repito, y viajaba en el más raro de los sueños.

      Era el amanecer, justo el momento en el cual se levanta el sol según su milenaria rutina. Extrañamente, nuestro disco solar estaba marcado por un triángulo “punta arriba”, encima del cual tenía plantada una cruz. En el mismo instante, “una llamada telefónica.” (¡Hacía apenas unos días que nos habían puesto el teléfono!). Me precipité, escuché, y oscilando la cabeza con una mueca irónica, colgué diciéndome que era tan sólo un sueño y volví a acostarme.

      Créanme o no, a las seis y media de la mañana, el ring ring del teléfono me despertó realmente. Tan raro era que salté de mi cama y corrí hasta el aparato.

      Nuestro teléfono estaba sobre el escritorio del primer piso, que había dispuesto justamente frente a la ventana del este. Me senté. Descolgué y miré por el balcón...

      Vi que el sol apenas nacía, y justo en el lugar donde se encontraba, en su exacto centro, un grupo de cinco ramas desnudas de sus rayos, reproducían con toda perfección el símbolo que había visto en mis sueños.

      Ya en un estado de “trance”, terminé de levantar el teléfono y dije un “hola” automático.

      Una voz extraña, con acento netamente extranjero de indefinible origen, me dijo:

      “Buen


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