El secuestro de la novia. Jennifer Drew
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© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El secuestro de la novia, n.º 1311- octubre 2020
Título original: Stop the Wedding?!
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
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Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.:978-84-1348-904-9
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Índice
Capítulo 1
ERA un rollo esperar en el salón para novias Leonora’s Bridal Salon, pero al menos solo estaba allí por su madre, se dijo Nick Franklin en tono de consolación. Casarse no entraba en sus planes; estaba aturdido ante el rápido noviazgo de su madre, viuda. ¿Quién hubiera podido imaginar que conocería a un hombre y se casaría con él en menos de ocho meses?
—¿No quiere usted sentarse, caballero? —preguntó Joyce, la dependienta de mediana edad vestida con una minifalda, igual que si tuviera veinte años.
Nick observó los silloncitos repartidos por el salón, tapizados en satén con patitas doradas talladas, y declinó cortésmente la invitación. Bastante estúpido se sentía esperando allí a que le arreglaran el vestido de novia a su madre, como para sentarse en aquellos pretenciosos asientos. No podía alegrarse más de que fuera su madre, y no él, quien se casara. Sue Bailey Franklin había estado sola desde que murió el padre de Nick, y su importante cargo en Bailey Baby Products, la empresa del abuelo, Marsh Bailey, no podía compensarla por tener un padre tan irritable.
Su novio, David Gallagher, era un buen hombre. A Nick le gustaba, igual que a sus hermanastros gemelos, Cole y Zack Bailey. Lo que no le gustaba era haber sido nombrado chófer de su madre para los preparativos de la boda. Por lo general, Sue no necesitaba chófer, pero por desgracia se había caído de un caballo hacía un mes. David y ella se habían conocido dando clases de equitación, y el romance había resultado mucho más satisfactorio que las clases.
Nick se balanceó impaciente. Teniendo en cuenta cuánto detestaba esperar sin hacer nada, podía tachar de su lista de posibles profesiones la de guardaespaldas. En realidad, Nick estaba lejos de averiguar qué quería hacer con su vida. Sue asomó la cabeza por una cortina, con un teléfono móvil en la oreja.
—Lo siento, Nicky, tengo que hablar con un representante —comentó tapando el auricular—. Hay problemas con la distribución de sillitas de bebés para las bañeras. Estaré en la oficina de Leonora’s, si me necesitas. Luego me probaré la chaqueta, y nos vamos.
Nick no podía imaginar un traje de seda que le sentara mejor que el que había escogido, pero suspiró resignado. Volvió a mirar a su alrededor y desvió la vista hacia la puerta, por la que entraba una esbelta rubia. Esperar se haría más entretenido, con una preciosa mujer como aquella en la tienda.
Lo que más había echado de menos durante el año anterior, mientras trabajaba en un buque minero en Great Lakes, era a las mujeres. Allí no había a bordo ni una sola mujer que pudiera poner en peligro su estatus de soltero vocacional. Y no es que trabajar para sus hermanos gemelos fuera mucho mejor. Sus compañeros de a bordo lo habían puesto a prueba igual que al resto de novatos, pero en cuanto demostró su habilidad para la mecánica lo dejaron en paz. Por desgracia, tenía mucho más que demostrarle a sus tiránicos hermanos, que lo calificaban de vago simplemente por no terminar los estudios universitarios hasta no tener primero un objetivo firme en el terreno profesional. En la empresa de construcción propiedad de los gemelos, él no era sino el chico de los recados.
Cole y Zack habían cambiado mucho, al terminar los estudios. De solteros, llevaban una vida desordenada que, decididamente, para Nick era un modelo a seguir. Pero desde el nacimiento de los gemelos Cole se había convertido en un padre atento, y Zack vivía pendiente de su mujer, una personalidad de la televisión. Nick seguía sin poder creer que se hubieran dejado domesticar.
Al menos Marsh Bailey, su abuelo, no lo había perseguido a él tanto como a los gemelos para que se casara. De todos modos, no le habría servido de nada. Nick sabía que él no era del tipo de hombres que encajan en el matrimonio, y jamás lo sería. Le gustaba excesivamente la variedad. Lo único que