El secuestro de la novia. Jennifer Drew

El secuestro de la novia - Jennifer Drew


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y levantadas de los árboles, como tentáculos gigantes.

      Stacy tropezó y calló de rodillas rasgándose el vestido. Tardaría meses en pagarlo, y ni siquiera podría ponérselo. Además, sus padres debían de estar muy preocupados. Y Jonathan.

      —¿Te has hecho daño?

      —Dime que esto es solo un simulacro, y que yo seré la próxima que rescaten de la isla —contestó Stacy poniéndose en pie, tambaleándose.

      —Quizá, si te quitaras los zapatos —sugirió él.

      —¿Para pisar ramas con espinas, piedras puntiagudas, y animales que se arrastran sobre la barriga?

      —Puedo llevarte a caballo —se ofreció Nick ocultando sus dudas.

      —Gracias, pero no, gracias.

      —Ahora giraremos en ángulo recto —dijo Nick—. Con un poco de suerte, saldremos del bosque a la suficiente distancia de la cabaña como para que no nos vean esos dos idiotas cuando vuelvan.

      Nick encontró un sendero, de modo que el camino se hizo más llevadero. Stacy lo siguió levantándose las faldas. Había logrado calmarse, desde el momento de la fuga, y por fin podía pensar. Pero por desgracia no podía concentrarse en la huida. Tendía a rememorar vívidos e íntimos momentos de acercamiento personal. En concreto, el instante de sacar la navaja del bolsillo de Nick.

      Stacy no había vuelto a pensar en él como «Nicky». Aquel no era un pequeño niñito malo. De hecho, cuanto más recordaba y más pensaba en ello, más violenta se sentía. Y procuraba desviar la vista a otra parte, cuando él se giraba para comprobar si lo seguía.

      En realidad, Nick era una persona grata de contemplar, siempre que no tuviera que mirarlo cara a cara. Le caían rizos morenos por la nuca, y los músculos de su espalda eran visibles bajo la camisa. Era una lástima que Jonathan no tuviera músculos como él.

      Nada más ocurrírsele la idea, Stacy comenzó a hacerse reproches. Los músculos de espalda y piernas no tenían nada que ver con la bondad de las personas. Un hombre podía ser físicamente tan perfecto como una escultura griega, y sin embargo ser un nefasto candidato para una vida feliz, duradera, con él.

      Jonathan era… mono. Realmente mono. Stacy estaba avergonzada de sí misma. Bueno, un poco. Por escrutar el trasero de un tipo con vaqueros. Por supuesto, los hombres se pasaban la vida escrutando los cuerpos de las mujeres. Ella lo sabía muy bien, había oído hablar a sus hermanos. Así pues, no tenía nada de malo el hecho de que una mujer admirara el cuerpo bien proporcionado de un hombre. No significaba nada, simplemente la distraía de sus problemas. Por un segundo, incluso, había logrado olvidar que tenía los pies destrozados.

      —Espera un minuto —advirtió Nick de pronto. Stacy se quedó paralizada—. Está bien, vamos.

      Stacy lo siguió una vez más. De no haber estado tan ocupada, habría oído el ruido de agua. Lo que tenía delante no era exactamente una playa, pero la tierra iba en declive suavemente, hasta encontrarse con el agua.

      —No me mires —dijo ella.

      Stacy se quitó los zapatos, las medias, y se subió la falda por encima de las rodillas para meter los pies en el agua. El fondo era pantanoso, el agua corría por entre sus dedos, le salpicaba los tobillos. Estaba helada, pero la sensación era maravillosa. Por unos segundos estuvo tan absorta en aquella sensación, que ni siquiera se dio cuenta de que Nick la observaba.

      —Bonitas piernas —comentó él cuando Stacy lo pilló mirándola. Había recogido sus medias y sus zapatos, y sacudía uno de ellos—. Este tacón se está rompiendo. ¿Quieres que arranque los dos?

      —Claro, ¿por qué no?

      —¿Qué tal está el agua?

      —Fría.

      —De todos modos, estamos demasiado lejos como para volver nadando —comentó Nick mirando al otro lado de la extensión de agua azul—. Podría hacerlo si no tuviera más remedio, pero no quiero dejarte aquí sola.

      —Gané la Cruz Roja de salvamento —dijo ella.

      —Está más lejos de lo que parece —advirtió él—. Yo paso, pero si quieres quitarte el vestido e intentarlo, adelante. Te observaré encantado.

      —¡No creo!

      Nick tiró los tacones entre las ramas, le dio lo que quedaba de los zapatos, y se guardó las medias en el bolsillo del pantalón junto con la navaja, diciendo:

      —No hay que dejar pistas, si no queremos que nos sigan.

      —Y ahora, ¿qué hacemos?

      —Seguir por la costa. Parece que la isla es grande. Puede que haya más cabañas. O, al menos, puede que encontremos un bote.

      —Podríamos hacer señas, a ver si nos ven al otro lado —sugirió ella contemplando la otra costa esperanzada.

      —El agua parece limpia, si tienes sed —dijo él agachándose para recoger agua con ambas manos.

      —¿Qué tal tu cabeza? ¿Estás mareado? ¿Cuántos dedos tengo aquí? —preguntó Stacy sacando tres.

      —No es necesario que juguemos a médicos —respondió Nick agarrando la mano de Stacy y cerrándosela—, aunque no me importaría hacerlo, en otras circunstancias. Sigamos andando. Creo que he oído el ruido de un motor, mientras metías los pies en el agua —Stacy continuó caminando tras él—. Eh, ahí hay luces —añadió él unos cuantos metros más allá—. Estamos salvados.

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