El secuestro de la novia. Jennifer Drew
La piel se le había irritado por donde había tenido pegado el esparadrapo, pero conservaba bastante bien la calma, para ser la víctima de un secuestro. Y eso tenía que agradecérselo.
—No tenemos mucho tiempo. Ahora te toca a ti. Tengo la navaja en el bolsillo izquierdo delantero del vaquero. Tendrás que sacarla tú.
—¿De tu bolsillo?
—Rueda por la cama hasta ponerte a este otro lado, a mi izquierda.
—¿Rodar?
—A menos que sepas volar, claro.
—Bueno, está bien —accedió Stacy.
Nick se colocó boca arriba para facilitarle la operación, pero a pesar de todo a Stacy le costó subirse encima y rodar al otro lado. Tras lo que le parecieron larguísimos y tortuosos instantes, ella se tumbó de costado, flexionada como una cuchara a su lado, con el trasero y unos cuantos metros de tela revueltos contra él, y las manos al nivel de su bolsillo.
—No sabía que los vaqueros tuvieran unos bolsillos tan profundos —comentó ella tras un par de intentos por sacar la navaja.
Nick estaba convencido de que ella trataba de no entrar en un terreno excesivamente personal. Se sentía dividido entre la emoción por aquella caricia íntima, y el deseo de que ella no comenzara algo que él no iba a poder terminar con la conciencia limpia. Stacy había conseguido meter los dedos en el bolsillo, pero no los tenía lo suficientemente largos como para sacar la navaja.
—Me temo que voy a… —vaciló ella.
Nick sabía muy bien qué era lo que ella temía. Aquellos pequeños deditos, tan ocupados, iban a acabar por violentarlos a los dos.
—¡Eso no es una navaja! —jadeó Nick cuando ella agarró algo más que tela.
—¡Lo siento! No puedo…
—No tenemos elección. Trataré de levantarme un poco.
—Me siento como un gusano, arrastrándome —comentó ella—. ¡Ya, estoy tocando algo duro! ¡Casi lo tengo! ¡Oh, Dios!
Sí, exacto. Stacy estaba tocando algo más que la navaja. Había dado en el clavo, en más de un sentido.
—Caliente, caliente, pero no —contestó Nick fingiendo que no se moría por que siguiera tocándolo.
—¿Por qué tienes unos bolsillos tan profundos? —se quejó ella.
—Te aseguro que son de tamaño estándar.
Ni estaban hablando de los vaqueros, ni Nick era el único ruborizado.
—¡Lo tengo! ¡Sí, lo tengo! —gritó ella nerviosa—. ¿Por qué llevas navaja?
—Me la regaló mi padre. A veces es útil, en el trabajo. Déjala encima del colchón, en medio de los dos. Yo te desataré las manos primero. No te preocupes, lo haré despacio y pondré un dedo debajo de la cuerda, antes de cortar.
—¿Y puedes hacer todo eso sin mirar?
—Claro —contestó Nick. Trabajar de espaldas era un engorro, pero no tenía elección. ¿Cuánto tardarían esos dos en cruzar el lago y encontrar un teléfono? ¿Se quedarían merodeando por allí, o volverían a la isla inmediatamente? Probablemente todo dependiera de lo que dijera su jefe, por teléfono—. ¿Por qué te han secuestrado? —volvió a preguntar Nick.
—¿Es que crees que no me he estrujado yo el cerebro, con esa misma pregunta? —contestó Stacy—. Mis padres no son ricos, pero…
—¿Pero qué? —preguntó Nick terminando de cortar la cuerda de Stacy—. Ahora corta tú la mía —Stacy comenzó a cortar, pero dejó de hablar—. Si tienes alguna idea, dímela. No tengo ganas de juegos.
—Mi novio tiene dinero.
—Ah.
—Bueno, él no, exactamente. Su familia. Es un Mercer.
—¿De los famosos Mercer?
Nick no era un gran admirador del adinerado clan de los Mercer, pero su abuelo tenía contactos con ellos, debido al éxito de Bailey Baby Products.
—Sí. Ya está, estás libre —contestó ella contenta.
Nick le quitó la navaja y comenzó a cortar las cuerdas de los tobillos de ambos. Se sentía bien, excepto por un intenso dolor de cabeza y cierta tensión en los músculos de brazos y hombros. Flexionó los dedos y observó a Stacy ponerse en pie y moverse para desentumecerse.
—¿Estás bien?, ¿qué tal la cabeza?
—Estoy bien, es un simple dolor —contestó Nick.
—Quizá pueda encontrar algo. Todo el mundo tiene aspirinas en casa.
—No importa, salgamos de aquí.
En realidad, a Nick no lo preocupaban demasiado los secuestradores, pero siempre cabía la posibilidad de que volvieran con un arma más contundente que seis latas de cerveza. Stacy comenzó a rebuscar por el armario de cocina.
—Tazas, una lata de sopa, una tetera —enumeró Stacy abriendo luego un cajón y sacando un paquete de aspirinas—. ¿Lo ves? ¡Te lo dije! Todo el mundo las usa, de vez en cuando. Espera que te dé agua.
—Déjalo, tenemos que marcharnos.
—Será mejor que te la tomes —contestó Stacy en un tono de voz didáctico, que debía de ser el mismo que utilizaba con sus alumnos.
—Está bien —accedió Nick abriendo el paquete y tragándose dos aspirinas sin agua.
Estaba demasiado ocupado, calculando cuál sería su próximo movimiento, como para preocuparse por un dolor de cabeza. Probablemente, si se internaban en el bosque que había tras la cabaña lograrían salvarse. Percy y Harold, evidentemente, jamás habían sido grandes ases con las cuerdas, y era dudoso que fueran más competentes en el bosque. Stacy estaba ocupada llenando un vaso en el fregadero del que apenas salía agua. Nick se inclinó sobre él y bebió directamente del grifo.
—Está mala —dijo restregándose los labios y agarrando a Stacy de la mano.
Nick no se paró a mirar el anillo de compromiso de Stacy, pero sí se preguntó por qué los secuestradores no se lo habrían quitado. ¿No se habían sentido tentados, dado su valor? No sabía mucho sobre secuestros, pero Percy y su compinche no eran más que unos tontos, si creían que podían llevarlo a cabo.
Stacy no estaba muy segura de poder llegar lejos por el bosque, con aquellos zapatos y aquel vestido, pero tampoco podían quedarse esperando. En la tienda, le había gustado el vestido precisamente por su sencillez, pero en el bosque, en una isla probablemente deshabitada, la voluminosa y larga falda se le enganchaba constantemente, tirando de los delicados tirantes que, además, dejaban sus brazos y hombros al descubierto, a merced de la picadura de cualquier bicho y de los arañazos de las ramas.
—¿Vas bien? —preguntó Nick volviendo la cabeza, sin detener la marcha.
—Sobrevivo —contestó Stacy sonriendo burlonamente de oreja a oreja, haciéndole comprender lo estúpido de la pregunta.
Inmediatamente después se arrepintió. Era culpa suya si él se veía envuelto en ese lío. Él estaba allí simplemente por intentar salvarla. Pero ¿y ella?, ¿por qué estaba allí? ¿Cómo habían sabido Percy y Harold encontrarla, y qué esperaban sacar? Apenas le quedaba aliento, estaba desorientada por completo.
—¿Sabes adónde vamos?
—Primero nos internaremos en el bosque durante un cuarto de hora, todo recto —contestó Nick—. Luego giraremos a la derecha en ángulo recto. De ese modo, volveremos a la costa. Es como cortar un trozo de empanada.
—Eso suponiendo que la isla sea redonda. ¿Qué pasa si es rectangular?
—Hemos desembarcado en la costa este, así que el sol debe estar…