La fe ante el peligro. Jonathan Lamb

La fe ante el peligro - Jonathan Lamb


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un tiempo escuché sobre un comediante de televisión danés que fue elegido para el parlamento de su país. Tenía un manifiesto inusual. Esto es lo que prometió: mejor clima, viento de impulso para los ciclistas, filas más cortas en las tiendas, y mejores regalos de Navidad. Atrajo unos veinticuatro mil votos. Después de ser elegido, dijo: “Todo fue una broma, en serio. Supongo que la gente me eligió porque mis promesas son tan fiables como las de los partidos políticos convencionales”.

      Los pactos del Antiguo Testamento tienen su fundamento en la soberana gracia de Dios. Dios eligió a los judíos; se reveló a ellos; los rescató; y por lo tanto él no los abandonaría. Cuando oramos, podemos estar absolutamente seguros de la capacidad de Dios para cumplir lo que ha prometido. “Recuerda” es una palabra clave en el vocabulario de oración de Nehemías (4.14; 5.19; 6.14; 13.14, 22, 29, 31), y representa un llamado para que Dios intervenga. Nos dice: “si has sido fiel a tu promesa de enviarnos al exilio por nuestra desobediencia, ahora, mientras te obedecemos, cumple tu promesa de llevarnos de regreso y restaurarnos”.

      El mismo tema aparece en la oración del capítulo 9. “Descubriste en él un corazón fiel; por eso hiciste con él un pacto” (9.8); “Dios grande, temible y poderoso, que cumples el pacto y eres fiel” (9.32). La oración está saturada con ese tipo de lenguaje: Tu pueblo, nuestro Dios, mi Dios. Te pertenecemos. Por favor se fiel en cumplir lo que nos has prometido: “Restaura, oh Señor, el honor de tu nombre”.

      Hay muchas veces que sentimos que no podemos orar porque nos paraliza nuestro sentimiento de fracaso. No podemos imaginar que Dios nos vaya a escuchar, mucho menos aceptarnos de vuelta. Es entonces cuando estas palabras importan: “tú mantienes tu pacto de amor”. Por muy inadecuada que sea mi fe, por leve que pueda aferrarme a Él, Dios no me soltará.

      Necesitamos recordar que el mayor pacto de todos se encuentra en Jesucristo. Por fe en él, tenemos una relación de pacto con el Dios viviente y con su familia global, fundada bajo la gracia de Dios. Así que cuando oramos, por inadecuado que sea, podemos acercarnos a Dios sobre la base de que él nos ha elegido, él nos ha recibido en su familia, y nos ha salvado por medio de la obra de Cristo. Decimos lo mismo que dijo Nehemías: te pertenecemos; por favor no te rindas con nosotros; sé fiel en cumplir tus promesas. Por ello es tan importante orar con nuestra Biblia abierta.

      Cuando me siento paralizado en mi tiempo de oración, recurro a una oración como la del primer capítulo de Nehemías o a algún salmo que apele a Dios. Spurgeon solía decir que cuando nos resulta difícil orar, “podemos recurrir en cualquier momento a la justicia, la misericordia, la fidelidad, la sabiduría, la longanimidad, la ternura de Dios, y descubriremos que cada atributo del Altísimo es, por decirlo así, un gran ariete con el cual podemos abrir las puertas del cielo”. Cualquiera que sea nuestro estado emocional o espiritual, podemos llegar a Dios sabiendo que su gracia nunca termina. Él es el Dios fiel que cumple sus promesas.

Compartan algunas de las promesas de Dios en las Escrituras que hayan sido alentadoras en sus vidas, especialmente en tiempos difíciles. Conviertan estas promesas bíblicas en oraciones de acción de gracias.

      3. El Dios santo que requiere obediencia (1.5–7)

      Señor, Dios del cielo, grande y temible, que cumples el pacto y eres fiel con los que te aman y obedecen tus mandamientos. (1.5)

      Te suplico que me prestes atención, que fijes tus ojos en este siervo tuyo que día y noche ora en favor de tu pueblo Israel. Confieso que los israelitas, entre los cuales estamos incluidos mi familia y yo, hemos pecado contra ti. Te hemos ofendido y nos hemos corrompido mucho; hemos desobedecido los mandamientos, preceptos y decretos que tú mismo diste a tu siervo Moisés. (1.6, 7)

      Después de revisar las promesas del pacto de Dios, Nehemías pasa a un tiempo de confesión. Porque este también era un pacto de responsabilidad humana: la obediencia a Dios importaba. El juicio de Dios que produjo la destrucción de Jerusalén fue el resultado de su pecado. Entonces se deduce que, si estaba a punto de apelar a Dios por la restauración de la ciudad y su gente, tendría que ser a partir de la confesión de aquellos pecados que habían llevado a su destrucción.

      Nehemías no se distancia; se identifica con el pueblo y reconoce su propia pecaminosidad ante Dios. No se perciben en él actitudes farisaicas o de superioridad. Esdras hace algo muy parecido. Al descubrir la infidelidad de la gente, se arrodilla y ora: “Dios mío, estoy confundido y siento vergüenza de levantar el rostro hacia ti, porque nuestras maldades se han amontonado hasta cubrirnos por completo; nuestra culpa ha llegado hasta el cielo” (Esd 9.6). Este tipo de solidaridad es importante. Es muy fácil criticar a la iglesia o distanciarnos de sus fallas, pero cuando el Espíritu Santo trabaja, nos muestra que nosotros también somos culpables.

      Si lamentarnos por el estado de nuestra iglesia y nuestro país es una de las lecciones de este capítulo, entonces confesar a Dios nuestros pecados es parte de ese proceso. Nehemías solo conocería la bendición de Dios en cuanto él y el pueblo expresaran un arrepentimiento genuino por su infidelidad.

      Una de las características más notorias en los relatos de avivamiento es la conciencia de la monstruosidad del pecado y la voluntad de confrontarlo con el arrepentimiento. Mientras escuchamos el desafío de la Palabra de Dios y permitimos que el Espíritu Santo revise nuestras actitudes, nuestro comportamiento, nuestros hábitos, nuestras motivaciones y nuestras prioridades, nosotros también comenzaremos a ver el pecado como Dios lo ve, y responderemos como lo hizo Nehemías.

      Sobre la base de las convicciones sólidas que hemos destacado, finalmente, en actitud de sumisión, Nehemías presenta su solicitud. Él ora al Dios poderoso que cumple sus planes, al Dios fiel que cumple sus promesas y al Dios Santo que exige obediencia.

      Ahora, en el contexto de un compromiso renovado, Nehemías presenta su petición a Dios: “Señor, te suplico que escuches nuestra oración, pues somos tus siervos y nos complacemos en honrar tu nombre. Y te pido que a este siervo tuyo le concedas tener éxito y ganarse el favor del rey” (1.11).

      Nehemías oró día y noche durante meses. Lo que dio forma al futuro no fue su diplomacia ni sus habilidades políticas y administrativas. Fue su completa dependencia en el Dios del cielo.

Santidad es una palabra que al parecer se usa cada vez menos en nuestro vocabulario cristiano. ¿Cuál crees que es la razón?
De manera similar, la confesión dentro de la alabanza ocupa un lugar menos importante que la adoración exuberante. ¿Dónde crees que está el equilibrio?
A veces preferimos criticar a los demás en lugar de reconocer nuestra parte en los fracasos de la iglesia. Nehemías no es el único personaje bíblico en identificarse con los fracasos del pueblo de Dios. ¿Puedes pensar en otros ejemplos? ¿Qué lecciones podemos extraer de nuestras propias actitudes? (Por ejemplo, lee Is 6.1–10; Jer 8.21–9.6; Ro 9.1–5).

      Para mayor investigación

      A continuación, algunos pasajes bíblicos que son como ropa que nos queda grande, y para la cual debemos crecer. Toma un buen tiempo para leerlos. Toma nota de lo que dicen sobre el carácter de Dios y sus acciones. Utilízalas como fundamentos para tu propia oración.

      Éxodo 15.1–18

      1 Reyes 8.22–53

      Nehemías 9.5–37

      Hechos 4.23–31

      Efesios 3.14–21

      Para reflexionar

      Reflexionen juntos sobre cómo nuestras oraciones hoy difieren de las oraciones de Nehemías. ¿Hasta qué grado debemos anticipar estas diferencias y en qué medida deberíamos tratar de imitar a Nehemías?

      Regresen a la lista de características que hicieron al comienzo de la sesión. Ahora que han visto la comprensión que Nehemías tenía sobre Dios, pueden agregar más características a la lista si así lo desean. Después tomen un tiempo para orar los unos por los otros, basándose en cada uno de estos atributos de Dios.

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