E-Pack Bianca 2 septiembre 2020. Varias Autoras
Quiero decir, suelo oír el coche por las mañanas, pero no por las noches. No estaba segura de si te estabas quedando en otro sitio. ¿Tienes más propiedades en la ciudad? –se percató de que estaba hablando sin parar y se calló.
Él se acercó y se sentó a su lado. Ella se fijó en que se le veía el torso por el hueco de la camisa y miró a otro lado. ¿Qué le pasaba? Llevaba toda la semana como adormecida y, de pronto, se sentía viva.
–No sé por qué no oyes el coche por las noches. He regresado a casa todos los días. Y sí, tengo un apartamento en Atenas. El ático de mi edificio de oficinas.
–Tienes un edificio –no solo era una oficina, sino todo un edificio.
Él asintió.
–Y otro en Londres. Y oficinas en Nueva York, París y Roma. Estoy ultimando los planes para abrir otra oficina en Tokio el próximo año.
Sasha no pudo evitar mostrar su sorpresa.
–Son muchas oficinas. Debes haber trabajado muy duro.
–Por lo que recuerdo sí.
–¿Estudiaste?
–Sí, pero trabajaba al mismo tiempo, así que me licencié mientras iba ascendiendo en mi trabajo. No quería perder el tiempo al estudiar en la universidad a tiempo completo.
Apollo se quedó inmóvil. No había ido allí para charlar con su esposa traicionera que podía estar fingiendo amnesia, aunque durante toda la semana no había bajado la guardia ni una sola vez.
Rhea y Kara le habían dicho que se había portado de manera muy educada en comparación con el pasado. Esa noche tampoco había nada que recordara a su esposa de antes. Solo aquellos grandes ojos azules que lo miraban de manera ingenua.
Él deseaba levantase y marcharse. Así que se puso en pie, pero en lugar de marcharse se acercó al murete de la terraza y se sentó allí.
Ella se giró en la silla para mirarlo. Iba vestida con un blusón blanco y un cinturón dorado. El vestido estaba abrochado casi hasta arriba.
Anteriormente, Sasha habría llevado el vestido con el escote desabrochado de manera que casi podría haberse visto su ropa interior. Sin embargo, esta vez él pensaba en lo sencillo que sería desabrocharle los botones para dejar al descubierto sus senos.
Apollo se fijó en su tez pálida; en sus piernas largas, esbeltas, y en la manera de sentarse, de lado, con las piernas juntas, como una señorita.
Se habría reído si hubiera tenido algo de sentido del humor. Hacía no mucho tiempo ella se había visto implicada en situaciones nada dignas de una dama.
Apollo trató de no pensar más en su vestido, en sus piernas…
De pronto, se encontró diciendo:
–Mi padre trabajaba de capataz para una de las empresas de construcción más grandes de Grecia. Tuvo un accidente laboral y se quedó parapléjico.
Sasha se llevó la mano a la boca, sorprendida.
Apollo sintió que la rabia lo invadía por dentro.
–Nunca llegó a recuperarse. Lo único que sabía hacer era gestionar una obra. Podría haberlo hecho en un despacho, sentado en la silla de ruedas, pero todo el mundo lo rechazó. Su propio jefe se negó a darle una compensación. Su orgullo estaba destrozado. Él no era capaz de mantener a su mujer a sus dos hijos.
Ella frunció el ceño.
–¿Tienes un hermano?
Apollo ignoró la pregunta.
–Mi padre se suicidó cuando yo tenía once años y mi hermano trece. Mi madre enfermó de cáncer no mucho después y murió un par de años más tarde. A nosotros nos enviaron a una casa de acogida. Mi hermano se enganchó a las drogas y entró en una banda de delincuentes. A los dieciséis años lo apuñalaron mortalmente.
Los ojos de Apollo brillaban con intensidad. Como si fueran joyas de color verde oscuro. Sasha se quedó paralizada por su mirada. Por sus palabras. No podía hablar. Todo lo que se le ocurría le parecía trivial.
Apollo continuó.
–Decidí que iría tras el hombre con el que había trabajado mi padre y que lo destrozaría. Y así fue. No me costó mucho desmontar su negocio porque era corrupto hasta la médula. En cuanto eso sucedió, aparecieron cientos de exempleados buscando una indemnización y acabó arruinándose.
Apollo la miraba como si esperara que estuviera asombrada. Y lo estaba.
–Lo siento –dijo ella–. No puedo imaginar lo que debió ser perder a tus seres queridos siendo tan joven. Yo no sé nada acerca de mi familia… o de cuándo murieron mis padres.
Apollo se arrepentía de haberle contado tantas cosas. Apenas algunas personas conocían su pasado y, sin embargo, él le había contado todo a Sasha. A la única persona del mundo en la que menos debía confiar. Esperó a que ella se aprovechara de aquella triste historia, pero no lo hizo.
Se había puesto pálida y lo miraba con los ojos bien abiertos.
–Me dijiste que mis padres han muerto y que no tengo hermanos ¿no es así?
Él asintió.
–Me contaste que tu madre fue madre soltera. Tu padre se marchó cuando eras pequeña. Tú lo buscaste, pero descubriste que había muerto hacía algunos años y, después, tu madre falleció hace un par de años.
–Oh, es tan extraño no ser capaz de recordar a mi madre. Ni haber buscado a mi padre.
Ella parecía sufrir de verdad. Al ver que se mordía el labio inferior, Apollo recordó el momento en que la besó por primera vez… La suavidad de sus labios abriéndose bajo los de él, permitiéndole que explorara su boca por completo.
Apretó los puños y se puso en pie
–Tengo que hacer unas llamadas de trabajo. Buenas noches, Sasha.
–Buenas noches –contestó ella.
Él comenzó a salir, pero al ver que no conseguía quitarse la mirada de sufrimiento de su cabeza, se detuvo en la puerta y la miró. Parecía vulnerable en aquel sofá tan grande.
–Siento lo de tus padres.
Ella se volvió y un mechón de cabello dorado y rojizo cayó sobre sus hombros.
–Gracias.
Apollo sintió que el deseo lo invadía por dentro. Quería regresar a su lado y retirarle el vestido para poder ver la belleza de su cuerpo. Quería obligarla a admitir que estaba fingiendo. Tratando de manipularlo una vez más. No le haría el amor. Conseguiría que ella le suplicara que se lo hiciera y después la dejaría allí, jadeando y admitiendo quién era en realidad.
–Buenas noches, Sasha.
Apollo se marchó antes de que se viera obligado a satisfacer su instinto y hacer una estupidez. La misma que hizo la primera vez que la vio, cuando un intenso deseo se apoderó de él de una manera que nunca antes había experimentado.
Se dirigió a su estudio y se sirvió una copa. Era incapaz de olvidar la imagen de sus grandes ojos azules. Ni el impacto que habían tenido en él la primera vez que la vio.
Esa noche, en aquella habitación de Londres, había sido la primera vez que alguien había traspasado las barreras que Apollo había levantado para protegerse con tanta facilidad. Con solo mirarlo. Algo salvaje e indómito había cobrado vida en su interior y él se percató de que, anteriormente, nunca había sentido verdadero deseo. Había tenido muchas amantes, pero nunca había permitido que llegaran a una relación profunda con él. Simplemente las había utilizado para satisfacer sus necesidades físicas.
Tras ver a su padre humillado y destrozado, a su madre triste y enferma hasta desaparecer de sus vidas, y autodestruirse a su hermano, Apollo había prometido que nunca permitiría que nadie se acercara