Una obediencia larga en la misma dirección. Eugene Peterson

Una obediencia larga en la misma dirección - Eugene Peterson


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hasta alcanzar la madurez—lo que Pablo describe como «la meta»: «Así que sigo adelante, hacia la meta, para llevarme el premio que Dios nos llama a recibir por medio de Jesucristo» (Filipenses 3.14).

      Los fieles hebreos realizaban ese viaje tres veces al año (Éxodo 23.14-17; 34.22-24). Los hebreos eran un pueblo cuya salvación se había llevado a cabo en el éxodo, cuya identidad había sido definida en el Sinaí y cuya preservación había sido garantizada durante los cuarenta años que anduvieron por el desierto. En la primavera, en la fiesta del Pan sin levadura (la Pascua), rememoraban la manera en que Dios los había salvado; a principios del verano, en la fiesta de Pentecostés, renovaban sus compromisos como el pueblo del pacto con Dios; en el otoño, en la fiesta de las Enramadas, respondían como comunidad bendecida a lo mejor que tenía Dios para ellos. Eran un pueblo redimido, un pueblo gobernado, un pueblo bendecido. Estas realidades fundamentales se predicaban y enseñaban y alababan en las fiestas anuales. Entre las fiestas, el pueblo vivía estas realidades en el discipulado diario hasta que llegaba el momento de ascender a la ciudad de la montaña como peregrinos para renovar el pacto.

      La imagen de los hebreos cantando estos quince salmos cuando dejaban atrás sus rutinas de discipulado y viajaban desde sus poblados y aldeas, sus granjas y ciudades, como peregrinos para ascender a Jerusalén, ha quedado grabada en la devota imaginación cristiana. Es el mejor antecedente que poseemos para comprender la vida como un trayecto de fe.

      Sabemos que nuestro Señor, desde muy pequeño, viajaba a Jerusalén para las fiestas anuales (Lucas 2.41-42). Continuamos identificándonos con los primeros discípulos, quienes «iban confundidos, mientras Jesús caminaba delante de ellos hacia Jerusalén. Por su parte, los otros seguidores, estaban llenos de miedo» (Marcos 10.32). Nosotros también estamos confundidos y un poco asustados, porque en el camino hay un milagro inesperado tras otro, y nos toparemos con espectros aterradores. El cantar los quince salmos es una manera de expresar la asombrosa gracia y a la misma vez, acallar los ansiosos temores que nos aquejan.

      No hay mejores «canciones para el camino» para aquellos que viajan por el camino de la fe en Cristo, un camino que tiene tantos encadenamientos con el camino de Israel. Dado que muchos (aunque no todos) los aspectos esenciales del discipulado cristiano están incorporados en estas canciones, ellas nos ofrecen una manera de recordar quiénes somos y a dónde nos dirigimos. Mi intención no es la de producir una exposición erudita de estos salmos, sino la de ofrecer meditaciones prácticas que utilizan estas tonadas como estímulo, aliento y guía. Si aprendemos a cantarlas bien, ellas pueden llegar a ser algo así como el vade mecum para el diario andar del cristiano.

       Durante el trayecto

      Paul Tournier, en su libro A Place for You, describe la experiencia de estar entremedio—entre el momento en que dejamos nuestro hogar y el momento en que llegamos a destino; entre el momento en que dejamos atrás la adolescencia y llegamos a la vida adulta; entre el momento en que abandonamos las dudas y llegamos a la fe.6 Es como el momento en que un trapecista suelta la barra del trapecio y permanece como suspendido en el aire, listo para agarrarse de otro soporte; es un momento de peligro, de expectativa, de incertidumbre, de entusiasmo, de extraordinaria vitalidad.

      Los cristianos reconocerán cuán apropiadamente se pueden entonar estos salmos en medio de diversos momentos: entre el momento en que dejamos el ambiente mundanal y llegamos a la asamblea del Espíritu; entre el momento en que dejamos el pecado y llegamos a la santidad; entre el momento en que dejamos nuestro hogar los domingos a la mañana y llegamos a la iglesia adonde nos reunimos con el pueblo de Dios; entre el momento en que dejamos las obras de la ley y llegamos a la justificación por fe. Son canciones de transición, himnos breves que nos aportan valentía, apoyo y guía interior para ayudarnos a llegar al lugar hacia donde nos está guiando Dios en Cristo Jesús.

      Entretanto, el mundo susurra: «¿Para qué te molestas? Existe a tu disposición una gran cantidad de diversiones sin tener que meterte en todo esto. El pasado es un cementerio: ignóralo; el futuro es un holocausto: evítalo. No hay ninguna compensación para el discipulado, no hay ningún destino para la peregrinación. Obtén a Dios de una manera rápida; por medio del carisma instantáneo.» Pero hablan otras voces—aunque no tan atractivas, por lo menos más verdaderas. Thomas Szasz, en su terapia y escritos, ha intentado revivir el respeto por aquello que él llama «las verdades humanas más simples y antiguas: es decir, que la vida es una lucha ardua y trágica; que lo que llamamos «cordura,» lo que queremos decir por medio de «no ser esquizofrénicos,» tiene mucho que ver con la capacidad, ganada por medio de la lucha por la excelencia; con la compasión, ganada duramente por medio de los conflictos de confrontación; y con la modestia y la paciencia, adquiridas a través del silencio y el sufrimiento.»7 Su testimonio ratifica la decisión de aquellos que se comprometen a explorar el mundo del Cántico de los peregrinos, que lo excavan para encontrar sabiduría, y lo entonan para alegrarse.

      Estos salmos eran sin duda utilizados de esa manera por las multitudes que, según nos relata Isaías, decían: «Subamos al monte de Sión, al templo del Dios de Israel, para que él mismo nos enseñe y obedezcamos sus mandamientos» (Isaías 2.3). Son también evidencia de lo que Isaías prometió cuando dijo: «Ustedes, en cambio, escucharán canciones como en una noche de fiesta; irán con el corazón alegre, como los que caminan al ritmo de las flautas. Irán al monte de Dios, pues él es nuestro refugio» (Isaías 30.29).

      Todos aquellos que viajamos por el camino de la fe necesitamos, de vez en cuando, ayuda. Necesitamos que nos den aliento cuando nuestro espíritu flaquea; necesitamos dirección cuando el camino es incierto. Una de las «pequeñas oraciones» de Paul Goodman expresa nuestras necesidades:

      En el camino hacia la muerte

      Marchando penosamente, sin anhelo de llegar

      A esa ciudad, sin embargo el sendero es

      Todavía demasiado extenso para mi paciencia.

      —enséñame una canción para la marcha,

      Maestro, para caminar juntos

      Como solíamos exclamar los niños

      Cuando era un joven boy scout (explorador).8

      Para los que eligen vivir como peregrinos y no ya como turistas, el Cántico de los peregrinos combina toda la alegría de las canciones para la marcha con la practicidad de una guía y un mapa. Su brevedad sin pretensiones está excelentemente descrita por William Faulkner. «No hay monumentos, sino huellas de pisadas. Un monumento sólo dice: ‘Por fin llegué hasta aquí’, mientras que una huella dice: ‘Aquí me encontraba cuando comencé nuevamente a avanzar.’»9

       2

       EL ARREPENTIMIENTO

       “¡Ay de mí, que soy extranjero en Mésec!”

      1 En mi angustia invoqué al Señor,

      y él me respondió.

       2 Señor, líbrame de los labios mentirosos

      y de las lenguas embusteras.

       3 ¡Ah, lengua embustera!

       ¿Qué se te habrá de dar?

       ¿Qué se te habrá de añadir?

      4 ¡Puntiagudas flechas de guerrero,

       con ardientes brasas de retama!

      5 ¡Ay de mí, que soy extranjero en Mésec,

       que he acampado entre las tiendas de Cedar!

       6 ¡Ya es mucho el tiempo que he acampado


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