Una obediencia larga en la misma dirección. Eugene Peterson

Una obediencia larga en la misma dirección - Eugene Peterson


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cada día de cada semana. La gente que toma la decisión y se deleita en ella es la llamada cristiana.

       Un no que es un sí

      El primer paso hacia Dios es un paso para alejarse de las mentiras del mundo. Es la renuncia a las mentiras que se nos han dicho sobre nosotros mismos y nuestros semejantes y nuestro universo. «¡Ay de mí, que soy extranjero en Mésec, que he acampado entre las tiendas de Cedar! ¡Ya es mucho el tiempo que he acampado entre los que aborrecen la paz!» Mésec y Cedar son nombres de lugares: Mésec es una tribu lejana, a miles de millas de Palestina en el sur de Rusia; Cedar es una tribu errante de reputación salvaje a lo largo de las fronteras de Israel. Ellas representan lo extraño y hostil. Si lo parafraseamos, el clamor es: «Vivo en medio de matones y bárbaros violentos; este mundo no es mi hogar y yo me quiero ir.»

      La palabra bíblica que se utiliza generalmente para describir el no que les expresamos a las mentiras del mundo y el sí que le pronunciamos a la verdad de Dios es arrepentimiento. Es, en todo momento y en todo lugar, la primera palabra de la vida cristiana. La predicación de Juan el Bautista era: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mateo 3.2 RVR60). La primera predicación de Jesús fue igual a la de Juan: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mateo 4.17 RVR60). Pedro puso fin a su primer sermón con las palabras: «Arrepentíos, y bautícese cada uno» (Hechos 2.38 RVR60). En el último libro de la Biblia, el mensaje a la séptima iglesia fue «sé fervoroso y arrepiéntete» (Apocalipsis 3.19 RVR60).

      El arrepentimiento no es una emoción. No es el lamentar nuestros pecados. Es una decisión. Es decidir que nos hemos equivocado al suponer que podíamos manejar nuestra propia vida y ser nuestro propio dios; es decidir que nos hemos equivocado al pensar que poseíamos, o que podíamos obtener, la fuerza, educación y capacitación necesarias para arreglárnoslas solos; es decidir que se nos ha dicho una sarta de mentiras sobre nosotros mismos, nuestros semejantes y nuestro mundo. Y es decidir que Dios en Cristo Jesús nos está diciendo la verdad. El arrepentimiento es darnos cuenta de que lo que Dios desea de nosotros y lo que nosotros deseamos de Dios no lo vamos a lograr haciendo lo mismo de siempre, pensando de la misma manera que antes. El arrepentimiento es seguir a Jesucristo y convertirnos en peregrinos en la senda de la paz.

      El arrepentimiento es la más práctica de todas las palabras y la más práctica de todas las acciones. Es una clase de palabra que tiene los pies sobre la tierra. Pone a la persona en contacto con la realidad creada por Dios. Elie Wiesel, refiriéndose a las historias de los hasídicos, dice que en los relatos de Israel de Rizhim, hay un tema que se repite una y otra vez: Un viajante se pierde en el bosque; está oscuro y él tiene miedo. El peligro se oculta detrás de cada árbol. Una tormenta rompe el silencio. El necio mira el relámpago; el hombre sabio mira el camino que yace—iluminado—delante de él.11

      Cada vez que le decimos que no a un modo de vida al que estamos muy acostumbrados, hay dolor. Pero cuando la forma en que vivimos es un sendero que conduce a la muerte, a la guerra, cuanto más rápido nos alejemos de él mejor. Existe una enfermedad que se desarrolla a veces en el cuerpo llamada adhesiones—parte de nuestros órganos internos se adhieren a otras partes del cuerpo. Es posible corregir esta enfermedad por medio de un procedimiento quirúrgico: una intervención decisiva. El procedimiento duele, pero los resultados son beneficiosos. Como dice la versión de Reina Valera 1960: «Libra mi alma, oh Jehová, del labio mentiroso, y de la lengua fraudulenta. ¿Qué te dará, o qué te aprovechará, oh lengua engañosa? Agudas saetas de valiente, con brasas de enebro.» La oración duplicada de Emily Dickinson es un epígrafe: «Repudio, ¡la virtud hiriente!»

      Las saetas de Dios son las sentencias que apuntan a provocar el arrepentimiento. El dolor del fallo convocado sobre los malvados podría al mismo tiempo lograr que abandonen sus caminos engañosos y violentos para unirse a nuestra peregrinación por el camino de la paz. Todo dolor vale la pena si nos coloca en el sendero de la paz, dándonos libertad para ir, en Cristo, tras la vida eterna. Es la acción que viene tras la comprensión de que la historia no es un callejón sin salida, que la culpa no es un abismo. Es el descubrimiento de que siempre existe un camino que nos saca de la desesperación—un camino que comienza con el arrepentimiento, o el regreso a Dios. Cada vez que encontramos al pueblo de Dios viviendo en medio de la desesperación, siempre hay alguien que proporciona esta palabra cargada de esperanza, mostrando la realidad de un día diferente: «En ese tiempo habrá un camino entre Egipto y Asiria. Los egipcios irán a Asiria, y los asirios a Egipto, y ambos pueblos adorarán a Dios» (Isaías 19.23). Todo Israel sabía que Asiria estaba en guerra—la visión los muestra en adoración. El arrepentimiento es el agente catalizador para el cambio. La consternación se transforma en lo que un profeta posterior describiría como evangelio.

      Toda la historia de Israel se pone en marcha por medio de dos de dichos actos de rechazo del mundo, lo cual libera a la gente para que afirmen a Dios: «el rechazo de Mesopotamia en la época de Abraham y el rechazo de Egipto en la época de Moisés.»12 Toda la sabiduría y la fortaleza del mundo antiguo se encontraban en Mesopotamia y Egipto. Pero Israel les dijo que no. A pesar de su prestigio, de la grandeza ensalzada e indiscutible que poseían ambos, había algo fundamentalmente ajeno y falso en esas culturas: «Yo amo la paz, pero si hablo de paz, ellos hablan de guerra.» El poder mesopotámico y la sabiduría egipcia eran la fuerza y la inteligencia divorciadas de Dios, dirigidas hacia fines equivocados y produciendo resultados desacertados.

      Las interpretaciones modernas de la historia son variaciones acerca de las mentiras de los habitantes de Mesopotamia y Egipto, en los cuales, como los describe Abraham Heschel, «el hombre reina supremo, con las fuerzas de la naturaleza como sus únicos enemigos posibles. El hombre está solo, libre, y cada vez más fuerte. Dios o no existe o es indiferente. La iniciativa humana es la que forja la historia, y es principalmente por medio de la fuerza que las constelaciones varían. El hombre puede obtener su propia salvación.»13

      De manera que Israel dijo que no y se convirtió en un pueblo peregrino, escogiendo un camino de paz y de justicia a través de los campos de batalla de la falsedad y la violencia, encontrando un sendero a Dios a través del laberinto del pecado.

      Sabemos que Israel, al decir que no, no regresó milagrosamente al Edén y vivió en una inocencia primitiva, o habitó místicamente en una ciudad celestial y vivió en un éxtasis sobrenatural. Ellos trabajaron y jugaron, sufrieron y pecaron en el mundo como todos los demás, y cómo aún lo hacen los cristianos. Pero ahora se dirigían hacia un lugar—iban en dirección hacia Dios. La verdad de Dios explicaba sus vidas, la gracia de Dios satisfacía sus vidas, el perdón de Dios renovaba sus vidas, el amor de Dios bendecía sus vidas. El no los lanzó a una libertad que era diversa y gloriosa. La sentencia de Dios invocada en contra de los pueblos de Mésec y Cedar era, de hecho, una invitación agudamente expresada al arrepentimiento, pidiéndoles que se unieran a la marcha.

      Entre las páginas más fascinantes de la historia de los Estados Unidos se encuentran aquellas que relatan las historias de los inmigrantes a estas orillas en el siglo diecinueve. Miles y miles de personas, cuyas vidas en Europa habían pasado a ser mezquinas y pobres, perseguidas y desgraciadas, se fueron. Habían escuchado hablar acerca de un lugar donde se podía comenzar de nuevo. Habían recibido informes de una tierra donde el ambiente era un desafío en vez de una opresión. En muchas familias se continúan relatando las historias, manteniendo viva la memoria del acontecimiento que convirtió en un americano a aquél que era un alemán, o un italiano, o un escocés.

      Mi abuelo dejó Noruega hace cien años en el medio de una hambruna. Su esposa y sus diez hijos se quedaron atrás esperando que él regresara o que los buscara. Él vino a Pittsburgh y trabajó en una fundición de acero durante dos años, hasta que tuvo el dinero suficiente para volver y buscar a su familia. Cuando regresó con ellos, no se quedó en Pittsburgh, a pesar de que ésta había servido sus propósitos bastante bien la primera vez; continuó viajando hacia Montana, lanzándose a la tierra nueva, buscando un mejor lugar.

      En todas estas historias de inmigrantes hay partes mixtas de evasión y aventura: la evasión de una situación no placentera, la aventura de una forma de vida mucho mejor,


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