Cazadores de la pasión. Adrian Andrade

Cazadores de la pasión - Adrian Andrade


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solución? —Cuestionó José sosteniendo un ataque de nervios— ¿Podrá caminar?

      —Lo mandaré a hacerse unas radiografías, pero debo ser honesto, no dicta nada bien.

      Devastados, Sarah acompañó a su pequeño en el procedimiento mientras José se quedó afuera hablando con Ignacio, un viejo amigo a quien había conocido cuando tomaba clases de la Biblia. Esto con la intención de hacer un documental sobre la palabra de Dios y su impacto en las diversas culturas.

      —Amigo, creo que es momento de que tú y tu familia asistan a la iglesia.

      —Ignacio, de verdad aprecio lo que has hecho por nosotros pero la religión no va con nuestra forma de ser.

      —El problema contigo es que eres pura mente, no te das el lujo de simplemente creer. Dios te envió a las clases como Dios mismo a través del Espíritu Santo te está poniendo a prueba en este momento. Acepta su palabra, únete a los adventistas y verás cómo tu hijo volverá a caminar.

      —¡Eso es fanatismo!

      —Fe, mi estimado —lo corrigió—. Fe.

      —No quiero ser irrespetuoso, pero lo he visto y estudiado en varias partes de este mundo, es sólo una forma que el ser humano inventó para justificar su existencia, para no sentirse solo y confundido.

      —¡Sólo haz un salto de fe! —suplicó Ignacio dándole una palmada en la espalda— ¿Qué tienes que perder?

      José sólo volteó la mirada deseando que esta conversación llegara a su fin.

      —Incluso tus padres creían, para haberte llamado así —José sólo peló los ojos—.Si tan sólo callaras tu mente y abrieras tu corazón, entonces sabrías de lo que te estoy hablando.

      —La Iglesia Adventista tiene muchas restricciones.

      —Si Dios Nuestro Señor sacrificó a su hijo Jesús para salvarnos, estoy seguro que tú podrás sacrificar algunos hábitos por el bien de tu familia. Sólo piénsalo hermano.

      —¡Está bien pues! —Suspiró— Lo pensaré.

      —Perfecto, bueno pues debo irme, mantenme al tanto de Alex.

      —Gracias Ignacio, yo te llamo más tarde.

      En cuanto Ignacio lo dejó, José decidió tomarle la palabra. Por primera vez se encaminó a Dios y le prometió que si hacía caminar a su hijo, tanto él como su familia se volverían miembros activos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

      Tras llevar las radiografías al doctor, éste se sorprendió de no encontrar absolutamente ningún defecto en su pierna ¡Es más! En cuanto Sarah lo sentó, el niño comenzó a correr por la adrenalina acumulada de haber estado en cama. El doctor no podía explicarlo, por otro lado, José sí tenía explicación y en cuanto se lo contó a Sarah, la Iglesia Adventista formó parte esencial de sus vidas.

      Debido a encontrarse en su temprana niñez, no le resultó complicado aceptar la palabra de Dios aunque si le tomó un buen tiempo comprender la crucifixión de Jesús. Este relato era distinto al temor impartido en el Antiguo Testamento. En cuanto al Nuevo, de inmediato le huía al libro del Apocalipsis por tomarse las profecías muy literales. No obstante, siempre retomaba la historia de Jesús ya que leer sobre sus enseñanzas lo impulsaban a tratar de aplicarlas al pie de la letra.

      Del mismo modo, conocía el reglamento de la Iglesia y aceptaba vivir bajo esas reglas o limitantes con tal de ser salvado durante la segunda venida del Señor Jesucristo. A consecuencia de la larga experiencia y amplio conocimiento del mundo, José abandonó su profesión para convertirse en un humilde misionero.

      Esta transformación de historiador a misionero le generó un poco de atención en los medios de comunicación, pero a él sólo le importaba promover la palabra de Dios a como diese lugar. Siempre y cuando fuese mediante un acto de bondad y gracia.

      Con tal de apoyarlo, Sarah tomó el puesto de tesorera y cuando había oportunidad viajaba con su esposo mientras Alex se quedaba con su tía Isabel, la hermana menor de José.

      A pesar de llevar como primer nombre María, ella lo detestaba sin importarle el valor bíblico. Desde niña había dejado bien sentenciado que sólo se le refirieran como Isabel; con la excepción de Alex quien solía llamarla la tía Isa de cariño.

      Isabel nunca estuvo de acuerdo con que su hermano se hubiese aventurado al adventismo y mucho menos que haya involucrado a la familia, ya que no aceptaba que esta religión coartara la libertad de sus vidas con cientos de prohibiciones injustificadas.

      Por su parte era católica pero de aquellas que cuestionaban sin guardarse nada. En ningún momento colocaba a los miembros de la parroquia en un pedestal, los consideraba de carne y hueso como cualquier otro hermano.

       Como la secretaria de una parroquia, debía mantener la agenda de los sacerdotes en absoluto orden y los servicios con fluidez, cordura y honestidad. Nada de dejarse intimidar, sino lo opuesto.

      Usualmente solía advertir a las monjas de que tuviesen cuidado de no salir embarazadas por obra del Espíritu Santo. Tampoco se dejaba engañar por las órdenes de los cardenales, Isabel les decía sus verdades y hasta de lo que se iban a morir.

      Era una maestra de la palabra: justa, directa y honesta.

      Cuidado nomás de levantarle un falso testimonio o quisieran pasarse de listos ya que ella los hacía trizas con su astuta sabiduría. A Alex le fascinaba este tremendo carácter de su tía.

       Usualmente recurría a que le contara anécdotas, sin embargo, cuando le preguntaba sobre las diferencias entre un católico y un adventista, ella cambiaba el tema por una promesa que le había hecho a José. Aunque no estuviese de acuerdo, ella respetaba la decisión de su querido hermano.

      Nada era fácil para el pequeño Alex, entre su aferramiento a los mandamientos de Moisés y a las reglas de la Iglesia, los problemas en la escuela seguían igual. Cada receso sin excepción se ocultaba en la biblioteca perdiéndose no sólo en la lectura sino también en sus deseos de convertirse en un talentoso arqueólogo, para de esta manera poder escapar de este lugar donde jamás pudo adaptarse.

      Las lecciones sabáticas se dividían en dos: adultos dentro de la iglesia y los niños con un maestro en un aula aparte en el exterior. La razón era estudiar libros simplificados e ilustrados sobre la palabra de Dios y las enseñanzas de Jesús. Al final de cada sesión, se obtenía una conclusión de dicha temática respaldada por una actividad.

      En cuanto daban las doce del mediodía, se reunía con sus padres para poner atención al sermón del pastor. Por más que intentaba comprender, los conceptos simplemente tenían significados muy profundos para un niño, por tanto solía aburrirse de la profunda seriedad del predicador quien nomás no hacía esfuerzo alguno para darle un giro dinámico a su tosco y plano estilo narrativo. En comparación con algunos sacerdotes católicos que añadían una pizca de humor a sus discursos evangelistas.

      Eso sí, detestaba que recurrieran a los gritos y regaños ¿cuál era la necedad de hacerlo?

      De igual forma, sostenía la biblia con mucha atención tratando de seguir las citas mencionadas y siempre se mantenía atento a los cánticos aunque estuviese desafinado. Inclusive apoyaba con el diezmo al extraer el diez por ciento de lo que sus padres le daban a la semana.

      Por más que le insistían, no se atrevía a cargar la charola, se le hacía vergonzoso. Bueno no tanto como orar enfrente de la congregación lo cual hizo con tanta inocencia que el progreso de Alex se tornó evidente. Aunque sus padres no lo sintiesen listo todavía, Alex ya podía proceder a ser bautizado tal como él anhelaba.

      Desde otro enfoque, gozaba de un extraordinario desempeño educativo siendo su talón de Aquiles las cuestiones sociales. Alex quería morirse porque la fe no le era suficiente para salvarlo de las terribles burlas de sus compañeros.

      Debido a su sensibilidad, Alex se malinterpretaba por su supuesto feminismo, en otras palabras, su caballerosidad era tachada


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