Cazadores de la pasión. Adrian Andrade

Cazadores de la pasión - Adrian Andrade


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visto en las películas más nunca lo había comprendido a esta magnitud.

      Inevitablemente el avión se estrelló en un terreno inmerso de praderas y algunos árboles.

      —¡Alex, estás bien! —Llamó su madre tras el accidente— ¡Haber muévete mijo!

      Ante los gritos desesperantes de su madre, Alex trató de obedecerle.

      —No me siento bien —Expresó adolorido.

      Sarah lo revisó sin encontrarle fractura alguna ni cortaduras severas, sólo un par de moretones. Entonces procedió a desabrocharlo del cinturón.

      —¡Debemos irnos! —se colgó la mochila y lo ayudó a ponerse de pie.

      Ambos caminaron por el pasillo observando a varias personas malheridas.

      —Madre ¿esta gente necesita ayuda?

      —¡No hay tiempo!

      Ella lo apuró a través de una brecha situada en la parte trasera del avión. Una vez afuera, la proximidad de un helicóptero puso a su madre con los pelos de punta.

      —¡Oh Dios mío!

      —¿Qué pasa madre?

      —Nada hijo —pausó— ¡Ven!

      Sarah no pudo contener sus lágrimas.

      —¡Madre! ¡Por qué estamos corriendo!

      Sarah se detuvo y lo miró a los ojos con profunda seriedad.

      —Sé fuerte Alex —ella se desprendió de su mochila y se la colgó a su hijo—. Pasé lo que pasé, quiero que sigas adelante y no mires hacia atrás.

      —No entiendo

      —¡Sólo prométemelo! —insistió sin ocultar más la angustia.

      —Está bien, lo prometo.

      Sarah lo abrazó con tanta fuerza, le besó la frente e inmediatamente lo tomó de la mano retomando la huida a toda velocidad.

      Dada la cercanía de una zona selvática, el helicóptero optó por descender para que algunos miembros de la tripulación bajaran a perseguirlos a pie. Sarah pudo detectar a cinco hombres egresar con metralletas automáticas.

      Ante la adrenalina desatada por la lluvia de balas, Sarah decidió ingresar a la zona selvática para usar los árboles como escudos. Inesperadamente una flecha misteriosa atravesó el abdomen de Sarah haciéndola tropezar hacia el suelo rocoso, no sin antes pegar un rotundo grito de dolor. La agonía que experimentaba Sarah consistía en una mezcla entre el terror y la incapacidad de haber fracasado en salvaguardar a su hijo.

      Al verla derrumbada en el suelo, Alex se regresó e hizo lo posible por levantarla pero los gruñidos salvajes de un tercer grupo la hicieron tragarse el sufrimiento recobrando un poco de temple para empujar a Alex.

      —¡Huye Alex! —Éste resbaló ante el fuerte empujón— ¡Huye maldita sea!

      —¡No! —Asustado— ¡No quiero!

      El tercer grupo se definía como una especie de aborígenes, probablemente pertenecientes a ese territorio. El detalle era que estaban mucho más cerca que los hombres armados que misteriosamente habían optado por suprimir el fuego.

      —¡Hazlo ya Alex!

      Tras suspirar su nombre, Sarah fue atacada por los aborígenes quienes resultaron ser unos caníbales hambrientos por la ausencia de carne humana.

      —¡No mires atrás! ¡Sálvate!

      Los gritos desgarradores de Sarah continuaron por varios segundos hasta interrumpirse con el reanudo de los disparos. Este sonido de horror parecía una eternidad en los oídos de Alex quien inmediatamente se había lanzado a la fuga en cuanto presenció la masacre de su madre.

      —¡Padre ayúdame!

      Alex exigía y exigía la ayuda de su padre pero éste nomás nunca se apareció.

      —¡Dios! ¡Jesús! ¡Ayúdenme! —Pero no hubo milagro alguno.

      Ante el repentino cansancio, se detuvo repitiendo cada entidad divina que se le venía a la mente pero nada cambió. Alex estaba solo.

      —¡Ahí está! —Uno de los persecutores lo ubicó y antes de atraparlo, una flecha le atravesó la cabeza.

      Alex reaccionó ante la brutal escena y recobró el paso veloz al verse también perseguido por los caníbales. Al descender por una pendiente, se tropezó con un pedazo de madera provocando que rodara incontenidamente hasta golpearse con una gran roca, la cual lo condujo hacia una abertura cercana a su tamaño.

      Alex trató de frenarse con sus manos pero conforme descendía, le era imposible sujetarse debido a las paredes lisas del túnel. Este forzoso acto por aferrarse a la superficie, sólo ocasionó rasgaduras en sus prendas ya que el declive a la oscuridad era inevitable.

      El recorrido alcanzó su fin cuando Alex se detuvo brutalmente en suelo firme. Duró acostado un buen rato porque el dolor alrededor de su cuerpo era demasiado a lo que solía estar acostumbrado, cuando solía caerse o cortarse con el cuchillo de la cocina al tratar de demostrarle a su madre que sí podía rebanar las frutas o verduras.

      Lentamente se puso de rodillas y abrió su mochila tratando de extraer una linterna, pero accidentalmente terminó cortándose con una especie de cuchilla muy filosa.

      Alex la dejó caer ante el repentino dolor. Al ubicar la linterna, la prendió y observó que se trataba de una hoja partida de doble filo, siendo posiblemente la punta de una lanza en específico puesto que los remaches de oro y plata cautivaron su atención. No obstante fue su instinto de sobrevivencia lo que lo motivó a sujetarla entre sus manos para protegerse de la amenaza colindante.

      Armado de una cuchilla y una linterna, comenzó a explorar la silenciosa cueva subterránea puesto que no había manera de regresar a la superficie por donde exactamente había descendido.

      Alex permaneció inmóvil por unos minutos ya que no se atrevía a mover, incluso le aterraba iluminar a sus alrededores por si se encontraba con algún rostro tenebroso.

      Siempre al dormir, cerraba las ventanas de su cuarto para evitar despertar encontrándose con aquella terrible imagen de un desconocido viéndolo desde afuera. Más este no era su cuarto y en orden de poder salir, debía ser valiente y dar el primer paso.

      Conforme se adentraba en aquella profunda y misteriosa caverna, el poder de la oscuridad comenzó a consumir su fe hasta alterar sus sentidos con miedo y nublar su juicio con sólido escepticismo.

      Poco a poco el niño comenzó a perder su inocencia. A fuego lento, el joven cristiano fue desprendiéndose de toda palabra de Dios, hasta no quedar absolutamente nada sobre esta.

      DESPUES DE LA

      OSCURIDAD

      Alex estaba en boca de todos gracias a la excesiva labor de los medios de comunicación. Posteriormente de tres meses de haber estado desaparecido, Alex fue encontrado en el bosque de Ituri por los Mbuti, uno de los grupos étnicos que habitaban en aquella reservada región forestal de la República del Zaire.

      Referidos como la “Gente de los Árboles”, este grupo de nativos yacía exento de las presiones sociales y constitucionales del gobierno, viviendo a través de sus rituales de cacería en el corazón de África. Fue a través de una recolección de frutos donde detectaron al pobre niño. De inmediato se lo hicieron saber a un antropólogo que tenía ya varios meses estudiándolos.

      Alex se encontraba deshidratado y desnutrido, tenía el cuerpo débil y un rostro decaído que no podía comprender aquél dialecto indígena ni aunque quisiese. Gracias a una buena interacción con los Mbuti, el antropólogo pudo llevarse al niño a la villa más cercana para darle atención médica.

      —No temas jovencito, no te harán daño, todos son apua’i —Ante su cara desconcertada, éste le explicó con un remarcable acento español—,


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