La fe cristiana frente a la corrupción en América Latina. Roberto Laver
no sólo tecnocráticas. El capítulo siete toma el caso de la justicia como ilustrativo de los valores y normas sociales que legitiman y promueven la corrupción. El octavo propone a la iglesia, a sus líderes y comunidades como agentes potenciales para renovar valores y códigos de conducta social que sustenten a las instituciones de una sociedad. Mientras se explican las razones por las cuales la iglesia debería tener un papel protagónico, también se reconocen los desafíos y barreras significativos que tiene para ser “sal y luz”. El capítulo termina proponiendo dos áreas de acción para la iglesia en su misión de promover una sociedad con mejor gobernabilidad e integridad pública. Un último capítulo, el noveno, ofrece unas breves conclusiones finales.
1 “Corruption Tops the List as the World’s Most Important Problem According to WIN/Gallup International’s Annual Poll”, WIN/Gallup International, 28 febrero 2014, accedido el 21 de marzo de 2017, http://www.gallup-international.bg/en/Publications/71-Publications/181-Corruption-Tops-the-List-as-the-World%E2%80%99s-Most-Important-Problem-According-to-WIN-Gallup-nternational%E2%80%99s-Annual-Poll; “Where next for Avaaz in 2014? Setting the agenda”, Avaaz: the World in Action, (s.f.), accedido el 21 de marzo de 2017, https://secure.avaaz.org/en/poll_results_2014/?slideshow.
Capítulo 1
La corrupción en la escena internacional: de tema tabú a eje central de la agenda global de desarrollo
Seamos claros: debemos atacar el cáncer de la corrupción.
—James D. Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, 1 de Octubre de 19962
La corrupción sigue siendo uno de los impedimentos más importantes para el desarrollo político, económico y social de los países. En las últimas dos décadas, la gran mayoría de los países en desarrollo han hecho reformas anticorrupción tales como establecer procesos más transparentes en la gestión pública, crear nuevos mecanismos de control, tanto gubernamentales como sociales, e implementar sistemas de contratación de funcionarios públicos por concurso y mérito. Sin embargo, y a pesar de dichas reformas, estos países, tal como lo demuestran las mediciones de corrupción, no logran salir del círculo vicioso de este flagelo. Desde 1995, la organización no gubernamental Transparencia Internacional emite anualmente su Índice de Percepción de la Corrupción (conocido por sus siglas en inglés como CPI).3 Aun reconociendo sus limitaciones, el CPI ofrece una aproximación de los niveles de corrupción que se perciben en el sector público a nivel nacional. Si se realiza un análisis de los resultados que el CPI ha arrojado a lo largo de los años, se observa que seis países —Dinamarca, Nueva Zelanda, Finlandia, Suecia, Países Bajos y Singapur— se han ubicado entre las primeras diez posiciones con puntajes finales cercanos a 100 (elevado nivel de integridad), con muy poca variación año tras año.
La gran mayoría de los países siguen estancados en un círculo vicioso de corrupción elevada y generalizada, con calificaciones en el CPI por debajo de 50 (el punto medio) y sin mostrar mejora significativa año tras año. Esto se aplica para la gran mayoría de los países latinoamericanos. Como sostienen muchos especialistas en el tema, la corrupción constituye una forma de vida en esas sociedades. No obstante, cabe destacar que las naciones con puntajes más altos en el CPI no siempre fueron modelos de integridad pública. Al contrario, les tomó un tiempo y esfuerzo considerables lograr tener sociedades y gobiernos donde las prácticas corruptas no fueran tan frecuentes ni estuvieran tan arraigadas.4
El punto central yace entonces en entender las transformaciones que permitieron y facilitaron una transición en dichos países, desde una situación de instituciones políticas débiles y corrupción elevada y generalizada en la sociedad hasta una de instituciones políticas modernas con corrupción reducida. Se puede afirmar que éste es uno de los interrogantes más apremiantes que confrontan los organismos internacionales de desarrollo, los académicos y los reformistas. El surgimiento de este interrogante evidencia un incremento en el grado de interés respecto a la problemática de la corrupción. Hasta hace no mucho tiempo, desde los sectores oficiales se hablaba muy poco sobre la corrupción. Esa palabra era considerada un tabú, tal como lo atestiguan varios expertos y mi propia experiencia.
Cuando me incorporé al Banco Mundial5 a fines de la década del ’80, la corrupción no era reconocida oficialmente como una cuestión clave y central en la falta de desarrollo económico y social de los países. En las publicaciones internas del Banco Mundial, tales como los documentos de proyectos, no se hacía referencia de forma explícita a la corrupción —ni mucho menos se analizaban sus formas, causas determinantes y efectos en la economía. No hay dudas acerca de que la gerencia del Banco Mundial estaba en general al tanto de la existencia y magnitud de la corrupción en los países prestatarios; sin embargo, el asunto excedía los límites del mandato legal del Banco, tal como se interpretaba en ese momento.6
La palabra corrupción era considerada una cuestión política e interna de los países, por fuera de la injerencia legítima del Banco Mundial según su convenio constitutivo.7 A pesar de que el Banco Mundial siempre ha tenido mecanismos y resguardos legales para evitar y sancionar el uso indebido de fondos de sus préstamos a los países miembros y que sus préstamos pueden suspenderse o cancelarse en caso de malversación o algún otro tipo de uso indebido, es importante resaltar que no había reconocido abiertamente a la corrupción como uno de los principales obstáculos para lograr un desarrollo equitativo y reducir la pobreza y, por lo tanto, no se lo abordaba como tal. Pero el Banco Mundial no estaba sólo en esta postura: lo acompañaban otros organismos internacionales, como los bancos regionales de desarrollo y las agencias bilaterales en los países donantes.
Sin embargo, la situación tuvo un giro radical y profundo a partir de la década del ’90. De ser un tema tabú, la lucha contra la corrupción pasó a constituir un tema clave y central de la agenda global de desarrollo. En referencia al alivio de la pobreza y la equidad, el presidente del Banco Mundial llegó a afirmar en 1997 que, para su institución,“no hay nada más importante que la corrupción”.8 Para el final de esa década, varios organismos internacionales de desarrollo ya tenían sus estrategias anticorrupción y una cartera activa y creciente de actividades y proyectos para combatirla. A su vez, los países americanos y los países europeos ya habían celebrado convenios respectivos de lucha contra la corrupción.
¿Cómo un tema tan marginal e ignorado por la comunidad internacional se convirtió en piedra angular de la agenda global de desarrollo? ¿Qué motivó este interés creciente y repentino acerca del fenómeno de la corrupción? ¿Se debió a que la corrupción a nivel mundial aumentó considerablemente durante aquellos años? ¿O es que, repentinamente, la comunidad internacional le otorgó importancia clave a un fenómeno que siempre había existido pero que también se había ignorado? Los factores determinantes de esta explosión del tema de la corrupción fueron varios.9
Antes de entrar en el análisis de los factores que catapultaron a la corrupción como tema de la agenda global, cabe destacar que no fueron líderes o instituciones religiosas los que impulsaron el movimiento de lucha en su contra. En los inicios de este movimiento, la corrupción no era una preocupación mayor de las distintas denominaciones cristianas en general. Salvo posibles excepciones, la iglesia no tenía una voz profética declamando la corrupción como un pecado e injusticia social con consecuencias profundamente negativas para el desarrollo íntegral de las personas y las sociedades. La lucha contra la corrupción no era vista (y, aunque ha habido progresos, sigue sin