Un novio prestado. Barbara Hannay

Un novio prestado - Barbara Hannay


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1999 Barbara Hannay

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Un novio prestado, n.º 1522 - agosto 2020

      Título original: Borrowed Bachelor

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos

      de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-857-8

      Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      MADDY SOLO tenía que empinarse un poco más. Si se ponía de puntillas podría colgar la cesta de plantas en el gancho que pendía del techo para así finalizar el escaparate de su tienda de flores. Sin embargo, la escalera sobre la que se había subido se balanceaba peligrosamente. En ese momento, vio que un hombre se asomaba, muy alarmado, por el escaparate. Maddy Delancy se vio cayéndose de la escalera e incluso atravesando el cristal. Pero, afortunadamente, consiguió colgar la cesta sin ningún percance.

      Entonces, el hombre que había estado contemplándola a través del escaparate, entró en la tienda precipitadamente y se detuvo al lado de la escalera. A Maddy le pareció que aquel desconocido alto y moreno había acudido en su ayuda y sintió un poco no haberse caído de la escalera para haber acabado en los brazos de aquel hombre. Cosas peores podrían haberle pasado. Era alto, de hombros anchos, pelo castaño oscuro y un rostro tremendamente atractivo: una imagen que encajaba perfectamente con la de un héroe. Entonces, Maddy se dio cuenta de que aquel hombre era el mismo que había estado mudándose aquella mañana al piso que había encima del suyo.

      Llegó a la conclusión de que ya iba siendo hora de levantarse la prohibición que se había impuesto en cuanto al sexo opuesto. Habían pasado ya seis semanas desde que su prometido, Byron, rompiera inesperadamente su compromiso. Y lo había hecho con la delicadeza de un volcán en erupción.

      Maddy había hecho todo lo posible por apartar a Byron de su mente, incluso cambiar de cuenta bancaria para no tener que verlo en su lugar de trabajo. Sin embargo, cada vez que veía un hombre rubio y guapo en la calle no podía evitar que le diera un vuelco el corazón, igual que le ocurría cada vez que pensaba en él.

      Por eso, aquella mañana decidió cambiar de actitud.

      –¡Hola! –exclamó, con la mejor de sus sonrisas–. ¿En qué puedo ayudarlo?

      –¿Ayudarme? –preguntó el hombre, con expresión sorprendida. Sin duda, había entrado en la tienda solo para evitar que ella cayera al suelo.

      –¿Es que no quería unas flores?

      –Sí, claro –respondió él, recorriendo los cubos de flores que llenaban la tienda–. Tengo que visitar a alguien en el hospital.

      –¿Prefiere flores frescas? –preguntó Maddy–. Estas rosas están de oferta.

      –No le gustan las rosas.

      –Entonces, ¿qué le parecen estos lirios? –preguntó ella.

      –Sí, creo que le gustarán. Gracias –replicó él, sonriendo de un modo que hizo que ella se sonrojara.

      Mientras recogía las flores del cubo, el hombre miró a su alrededor y concentró su mirada en el eslogan de la tienda Fantasías florales… van directas al corazón.

      –Me gusta ese lema –dijo él.

      –Gracias. Por cierto –dijo ella, armándose de valor–, acaba de mudarse al piso de arriba, ¿verdad? Lo vi esta mañana. Me llamo Madeline Delancy. Somos vecinos –añadió, extendiendo la mano–. Yo vivo en el piso de abajo, el que hay detrás de la tienda.

      –Rick Lawson –respondió él, dándole la mano. Parecía algo aturdido por aquella repentina simpatía.

      –Mis amigos, mejor dicho, casi todo el mundo, me llama Maddy.

      –¿Maddy? –preguntó él, con un tono que ella no pudo identificar si era de irritación o de interés.

      –Tienes suerte –dijo ella, sacudiéndole el agua a las flores–. Este es mi último ramo –añadió ella, dirigiéndose al mostrador para envolverlas en papel celofán. Rick no respondió–. Bueno, creo que esto alegrará a la paciente.

      Justo cuando ella le entregaba las flores, una figura cubierta con un impermeable rojo entró en la tienda.

      –¡Maddy!


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