Un novio prestado. Barbara Hannay
y ella lo había hecho, viendo como su fascinación por el trabajo de aquel hombre aumentaba. Se había sentido impresionada por la habilidad que él tenía para transmitir la penosa situación de muchos lugares del mundo a los telespectadores. Sin embargo, al verlo fuera de contexto no le había reconocido.
–¡Vaya! El año pasado hiciste un reportaje estupendo sobre la ayuda a la hambruna.
–Y este año me he encargado de que mi cámara acabe en el hospital.
–Pero has dicho que se va a poner mejor.
–Sam volverá a andar pero probablemente le quedará una cojera. Ya no podremos seguir haciendo juntos el peligroso trabajo que solíamos hacer. La gente como tú –añadió, llenando de nuevo las copas–, los que os encargáis de las bodas, como los restauradores, floristas y fotógrafos, ¿pertenecéis a algún tipo de asociación? ¿Os recomendáis los unos a los otros?
–¿Es que estás planeando una boda? –preguntó Maddy, todavía sorprendida de ver con quién estaba cenando.
–No, no es eso. Pero pensé que tal vez Sam debería pensar en este tipo de trabajos. Tal vez incluso sesiones de vídeo.
–Entiendo.
De repente, entendió mucho más, como el por qué Rick Lawson había aparecido en el umbral de su puerta después de lo que le había dicho el lunes pasado. Seguía sin tener interés en las relaciones vecinales. Estaba utilizando aquella sonrisa para conseguirle trabajo a su amiga. Sin embargo, Maddy se sentía algo decepcionada, pero no sabía por qué.
–¿Por qué no te acabas ese vino mientras yo friego los platos? –sugirió Rick, poniéndose de pie.
Asombrada, Maddy se puso de pie. Jamás hubiera pensado que Rick pertenecía a aquella clase de hombres. Ella nunca había conocido a ninguno. Ni su padre ni sus hermanos habían colaborado nunca en las tareas de la casa. Y a Byron le habría dado un ataque si ella le hubiera sugerido la idea.
–No tienes por qué fregar –le dijo ella–. Solo hay un par de platos y una cacerola.
–Insisto –afirmó él, desapareciendo en la cocina con los platos.
Maddy le siguió, con su copa de vino en la mano. Se apoyó en un armario y le observó con interés. Rick abrió el grifo del agua caliente y puso un poco de lavavajillas en el fregadero. Maddy tuvo que admitir que su curiosidad se veía acrecentada por el hecho de ver a un hombre haciendo aquella tarea doméstica. Los músculos se le flexionaban mientras el vello de los brazos se le cubría de espuma. Además, aquellos vaqueros se le ceñían en todos los puntos que merecía la pena mirar.
Maddy dejó la copa y se puso a secar un plato. No había motivo alguno para contemplar a Rick Lawson cuando el único interés que él sentía por ella era para encontrar trabajo para su novia.
–¿Tienes un estropajo para la cacerola?
–Claro –respondió ella, sintiéndose muy ridícula por estar tan nerviosa al compartir aquella tarea diaria con un extraño–. Debajo del fregadero. Yo te lo daré.
Rick se hizo a un lado para que ella pudiera agacharse. ¿Dónde estaba el maldito estropajo? Estaba siempre en una pequeña cubeta. Maddy rebuscó afanosamente.
Justo cuando encontró el estropajo y estaba a punto de tomarlo, sonó el teléfono. Maddy se irguió automáticamente y se dio un golpe con la tubería.
–¡Ay! –exclamó, dejándose caer sobre las piernas de Rick.
–¿Te encuentras bien?
–Voy a contestar el teléfono –dijo Maddy, después de asentir débilmente.
Justo cuando estaba a punto de responder la llamada, saltó el contestador automático, dejando paso a una voz muy familiar.
–Hola Madeline. Sorpresa, sorpresa. Soy Byron.
Maddy se detuvo en seco. El corazón le latía a toda velocidad. Quería correr hacia el teléfono y contestarlo pero los pies no respondían. No sabía lo que Byron podía querer de ella. Pero el contestador siguió funcionando.
–Creo que Cynthia ya te ha contado las noticias, Maddy –decía la voz de Byron–. Me refiero a lo de nuestro compromiso. Nos encantaría que tú te encargaras de las flores para nuestra boda. Por favor, llámanos. Es el mismo número de antes. Adiós.
Maddy no supo cuánto tiempo estuvo allí, mirando el contestador. Pero, de repente, se dio cuenta de que Rick estaba a su lado.
–¿Has terminado? –susurró ella.
–Yo te podría preguntar lo mismo. Parece que estás completamente acabada, como si te hubieras rendido. ¿Es que no has recibido buenas noticias?
–No, no eso. Solo ha sido… otro trabajo.
–Eso no es cierto. Estás pálida como una muerta. Parece que te acabas de encontrar con un vampiro.
–En cierto modo, así ha sido.
–Creo que es mejor que te sientes. No tienes que contarme lo del vampiro si no quieres. Tal vez deberías contárselo a tu novio. ¿A qué hora vuelve?
–Muy tarde –mintió ella de nuevo–. No te preocupes por mí, Rick. Sé que no quieres verte mezclado con mis problemas personales.
–No existe, ¿verdad?
–¿Cómo dices?
–Tu novio. No soy Sherlock Holmes pero no hay rastro alguno de que un hombre viva en este piso. Y si existe, debe de ser uno de los tipos más ordenados del mundo. Y también muy listo, porque consigue entrar y salir sin que nadie lo vea. Al menos, yo no lo he visto en una semana.
–No, no existe –admitió ella–. Por el momento.
–Tú solo querías hacer que esa mujer de los lirios se callara. La verdad es que era de lo más desagradable.
Maddy hubiera podido besar a Rick. La ayudaba tanto que él la entendiera.
–Fue lo único que se me ocurrió en aquel momento –confesó Maddy.
–Y este Byron que ha llamado esta noche es tu antiguo prometido, ¿verdad?
–Sí. Rompió nuestro compromiso hace seis semanas y ahora ya está prometido otra vez. ¡Y encima tiene la cara de llamarme para que me encargue de las flores de su boda! ¡Es el colmo! Pero lo peor es que se va a casar con Cynthia Graham.
–¿Con la mujer que había en la tienda? –preguntó Rick. Ella asintió–. Entonces, ¿conoces bien a la novia?
Aquellas palabras le trajeron a Maddy lágrimas a los ojos. Seis semanas atrás, había sido ella la que soñara con casarse con Byron. Nunca habían puesto fecha porque Byron no había querido fechas. Le había dicho que había muchas cosas que considerar. Sin embargo, ella no había podido dejar de soñar con un elegante traje blanco y una boda íntima en la granja de sus padres.
–Sí. Desde el internado. En realidad, no sé por qué no me había imaginado que esto ocurriría. Cynthia siempre ha querido lo que yo tenía.
–Debe de ser un verdadero ángel –musitó Rick, con ironía.
–Efectivamente. En lo único en lo que no podía competir conmigo era en la música. No soy ninguna estrella de la canción, pero Cynthia no sabía ni cómo entonar dos notas. En la universidad, se presentó a las pruebas del coro de la facultad, después de que yo había sido aceptada, por supuesto. Pero el director le dijo que era mejor que confinara su talento musical a la ducha, tras aíslarla primero acústicamente.
–Eso está mejor –dijo Rick, al ver que ella sonreía–. Si sigues pensando en ese tipo de cosas, conseguirás sacarte a esos dos de la cabeza y entonces podrás hacerlo.
–¿El qué?
–El encargarte de las flores para su boda, por supuesto.
–¿Estás bromeando?