Venciendo el Temor, la Preocupación y la Ansiedad. Elyse Fitzpatrick
reportan sucesos repentinos de intensa ansiedad que parecen no tener ninguna base en sus pensamientos. Esta intensa experiencia puede parecer tan misteriosa y desconcertante que el temor a ella fácilmente se puede volver un factor que controle la vida de quien la padece.
Déjame ilustrarte cómo las respuestas emocionales pueden volverse crónicas.5 Piensa en el proceso de bajar las escaleras. Cuando usas las escaleras por primera vez estás consciente de cada escalón y miras con cuidado a dónde vas para no caerte. Pero si las escaleras se vuelven parte de tu rutina diaria, rápidamente desarrollarás el hábito de bajarlas sin pensar. Incluso puedes tener una conversación o llamar a alguien por tu celular mientras vas de un lado a otro por los escalones en los cuales una vez tuviste que concentrarte. Con el tiempo ni siquiera estarás consciente de ellos. De hecho, si eres deportista, los tomarás de dos en dos o de tres en tres al mismo tiempo. O incluso podrías sentarte en el barandal y deslizarte sólo por diversión.
Ahora, si en tu primer intento de bajar las escaleras hubieras imaginado lo que hubiera sido brincar desde arriba hasta abajo de un salto, entonces probablemente hubieras sentido temor y habrías desarrollado sentimientos de nerviosismo mientras realmente bajabas. Si tu temor hubiera persistido, podría haberse vuelto crónico. Aunque en tu mente sabes que tu temor es irracional, aun así, tendrá un efecto en ti por la manera en que has dejado que tu imaginación influencie tu percepción.
Ahora, en nuestro proceso de pensamiento, un ataque de pánico es como brincar del escalón de arriba al de abajo. En vez de considerar una situación paso por paso (como lo deberíamos hacer al bajar por las escaleras) rápidamente saltamos de nuestro pensamiento inicial al pánico descomunal.
Por ejemplo, Juana se sorprendió cuando recordó que la primera vez que había experimentado un sentimiento de pánico había sido cuando trataba de cuidar a su padre que estaba crónicamente enfermo y era demasiado demandante. Lo amaba y tenía miedo de desagradarlo o hacerle daño al darle la medicina equivocada. De joven respondía con miedo a las situaciones en las que tenía que cuidar a alguien. Al meditar en su niñez se percató de que había escogido la enfermería porque disfrutaba ayudar a otros y todavía albergaba inquietudes por cometer un error o que los demás la desaprobaran. No estuvo consciente de sus temores durante sus años de adolescente o universitaria, pero cuando regresó a cuidar a personas gravemente enfermas, respondió justo como lo había hecho de niña. Puedes ver cómo el temor de Juana, aunque irracional en su situación, tenía su origen en el pensamiento racional y la experiencia.
Mientras hablábamos, Juana recordó otra situación que parecía pertinente. Cuando por primera vez fue a trabajar a la casa de reposo donde le dieron empleo, de repente a uno de sus pacientes le dio un paro cardíaco. Juana respondió correctamente y le avisó a su supervisor, pero después recreó el incidente una y otra vez en su mente. La perseguían pensamientos como, ¿Y si el hombre hubiera muerto? ¿Y si el supervisor no lo hubiera podido ayudar? ¿Era yo la responsable de su problema? ¿Cómo podría alguna vez enfrentar a la familia de un paciente o a mí misma si el paciente moría? Estas preguntas, y otras como esas, plagaron sus pensamientos por varios días hasta que el incidente desapareció de su memoria. No fue sino hasta que comenzó a luchar con los ataques de pánico junto a la cama de sus pacientes que fue consciente del poderoso efecto que esta prematura experiencia había tenido en ella.
Las personas que sufren de ataques de pánico muchas veces reportan sensaciones similares. Parece que sin ninguna premeditación o advertencia el cuerpo comienza a bombear adrenalina. Eso hace que los ataques de pánico y ciertos tipos de fobias, como el miedo a las alturas o a los espacios cerrados, sean tan difíciles de entender. La mayoría de las víctimas no están conscientes de los pensamientos de predisposición que originan la sensación de temor. Sólo parecen venir de la nada. Sin embargo, en vez de ser terriblemente misteriosos, la verdad sobre los ataques de pánico y los temores es realmente fácil de entender. Las personas los experimentan porque han desarrollado un hábito. Cuando se encuentran en una situación dada, ni siquiera tienen que pensar en sus temores—sólo reaccionan. La mente trabaja tan rápida y habitualmente que mentalmente saltan del escalón más alto hasta el más bajo sin ningún esfuerzo. Esto, a su vez, los hace pensar que sus emociones están fuera de control o que se están volviendo locos. Entonces comienzan a tratar de evitar estas situaciones “fuera de control,” lo que permite que el hábito se vuelva más y más paralizador.
Algunas personas luchan con los temores en situaciones sociales. Temen que dirán o harán algo que parecerá tonto y por eso las evitan. Otros tienen temores a la enfermedad o a la muerte, mientras que otros tienen el temor de hablar con extraños o frente a grandes audiencias. Algunas personas evitan las relaciones íntimas, a pesar de que están solas y desean estar casadas, sólo porque tienen miedo de cometer un error o sentirse decepcionados. Existen tantas formas de temor como situaciones en la vida.
Los Rostros de Nuestros Temores
Como puedes ver, la predisposición de una persona para ser temerosa puede estar motivada por una combinación de factores. Primero, parece que algunas personas, por su personalidad básica, están más inclinadas en esta dirección que otras. En los próximos capítulos analizaremos con más detenimiento los factores de nuestra personalidad que nos hacen temerosas. Algunas personas parecen tener cuerpos sensibles que reaccionan de manera más extrema al temor o que están más conscientes de los cambios que ocurren en sus cuerpos.
La historia personal también juega un papel importante en la habilidad que una persona tiene para manejar los problemas de la vida. Si creciste con padres temerosos—una madre que siempre huía de las dificultades de la vida o un padre que se ocultaba— entonces probablemente seas más temerosa. Si creciste en un hogar donde existía un alto nivel de abuso o deshonra o donde sentías que nunca podías complacer a nadie, probablemente lucharás. Pero la historia de tu niñez no es la única historia importante que tienes. También tienes tus experiencias como adulto, que en algunos casos son más importantes que las que tuviste de joven. Por ejemplo, si te costó trabajo conseguir un empleo, entre más entrevistas sin éxito hayas tenido, más temerosa te volverás de conocer personas o intentar vender tus habilidades y, por lo tanto, tendrás más problemas para conseguir trabajo.
Finalmente, todas somos producto de cómo hemos respondido a la vida que Dios ha marcado para nosotras. Algunas de nuestras respuestas pueden haberse dado en un espíritu de fe, mientras que otras brotaron de la incredulidad. Como analizaremos en los próximos capítulos, nuestra relación con el Señor, particularmente nuestro entendimiento de quién es Él y lo que significa Su Palabra, harán la diferencia en cómo manejemos las situaciones de la vida y nuestros temores.
Nuestra Herencia Común
La experiencia humana del temor no es nada nuevo. Aunque probablemente se discuta más hoy porque vivimos en la era de la información, el temor ha andado por ahí desde el principio de los tiempos. A medida que avancemos en este libro, vamos a examinar a fondo las perspectivas bíblicas del temor, pero por ahora echemos un vistazo rápido al primer registro del temor en la Palabra de Dios.
Cuando Dios creó la tierra, la clase de temor del que hemos estado hablando no existía. En el jardín del Edén, Adán y Eva estaban completamente seguros y libres de cualquier daño. No tenían miedo a los depredadores o a las enfermedades. Todas sus necesidades físicas estaban satisfechas. Amaban a su Creador y el trabajo que Él les había dado. Probablemente ni siquiera sabían que fuera posible tal cosa como el fin de la vida. No se preocupaban de lo que traería el mañana. Estaban completamente seguros, gozosos y llenos de alabanzas para su Señor.
Entonces pasó lo inconcebible: pecaron. Primero Eva y después Adán cayeron en la trampa de Satanás y desobedecieron a Dios. El resultado inmediato de su desobediencia fue el temor y la vergüenza. A continuación lee cómo describe la Biblia las secuelas de este terrible acontecimiento:
Y oyeron [Adán y Eva] la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. —Génesis 3:8-10