E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras

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escotado y unos zapatos de tacón. Se había decidido a comprarlo para darse un empujón a sí misma, para volver a ser la mujer que parecía que Lorenzo esperaba que volviera a ser. Sin embargo, ni siquiera estaba segura de que fuera a armarse de valor para ponérselo.

      Respecto a lo que le había relatado sobre el accidente… Todavía no podía creer que hubieran muerto dos personas y ella hubiese sobrevivido. Tenía suerte de haber salido con vida, y tenía claro que en su primera salida iría a darle el pésame a la madre del chófer e ir al cementerio para visitar la tumba de la mujer que había ido con ella en la limusina ese día. Quería pensar que quizá hubiese sido amiga suya, porque había observado con tristeza que no parecía tener ninguna. ¿Es que había tenido algo en contra del resto de las mujeres? ¿O quizá otras mujeres habían tenido algo en contra de ella? El caso era que el no tener amigos ni familiares en los que apoyarse la hacía sentirse muy sola en algunos momentos.

      Tenía que dejar de compadecerse, se dijo con firmeza, y siguió leyendo el libro mientras se preguntaba si sería capaz de reunir el coraje suficiente como para ponerse el vestido esa noche, y si Lorenzo se fijaría siquiera en lo que llevaba puesto, porque no parecía que la mirara demasiado. Y de pronto, cuando menos lo esperaba, la puerta se abrió de sopetón, haciéndola incorporarse sobresaltada.

      Cualquiera diría al verla que Brooke era la viva imagen de la inocencia, pensó Lorenzo con ironía, entrando en la habitación como un vendaval. Allí sentada en la cama, con un libro en el regazo, mirándolo con los ojos muy abiertos, como un animalillo asustado.

      Avanzó a zancadas y tiró sobre la cama el periódico sensacionalista que llevaba en la mano. El sensacional titular en grandes letras decía: ¡No sabe quién es!.

      Estaba furioso consigo mismo por haber empezado a fiarse de ella de nuevo a pesar de que sabía que era una mentirosa y una manipuladora. No era habitual en él perder los estribos, pero al ver aquel titular se había sentido traicionado, aunque luego se había preguntado por qué, cuando Brooke no estaba haciendo más que lo que siempre había hecho: moldear su imagen pública y azuzar el interés de los medios.

      Debía haber sabido que ocurriría algo así, haber esperado un comportamiento semejante de ella. Si se sentía engañado era culpa suya, por haber confiado en ella. ¿Cómo podía haber olvidado la clase de persona que era?

      –Debería haberlo imaginado… –masculló–. ¡Te di un voto de confianza y tú, mientras, andabas buscando de manera sibilina la atención de los medios! –la increpó.

      Brooke se había quedado de piedra. No podía creerse lo que estaba ocurriendo; Lorenzo nunca le había levantado la voz, pero en ese momento era evidente que estaba furioso con ella, porque esa ira se reflejaba en lo tensas que estaban sus facciones.

      –¡Adelante, léelo y dime que esto no es cosa tuya! –la desafió con desprecio.

      Temblorosa, Brooke tomó el periódico y lo primero que la sorprendió fue ver una fotografía de ella en la clínica con el vestido azul que se había puesto para una visita de Lorenzo. De inmediato se acordó de la agradable enfermera que había alabado su vestido y le había preguntado si podía hacerle una foto con el teléfono móvil. Ella, creyendo que, como le había dicho, lo que le interesaba era el vestido, le había dado permiso. Había sido una ingenua.

      –Está claro que tu vanidad no podía soportar las especulaciones de la prensa de que podrías haber quedado desfigurada o en una silla de ruedas –masculló Lorenzo–. Dijiste que no querías convertirte en el centro de atención de los medios… ¿y vas y haces esto?, ¿les das una entrevista? ¡Madre di Dio!, ¡no sé ni por qué me sorprende!

      –¿Una entrevista? –musitó ella.

      Brooke temblaba por dentro, más intimidada por el arranque de ira de Lorenzo de lo que querría admitir. Nunca habría imaginado que pudiera llegar a mostrarse tan irascible.

      –¡Sí, una entrevista! –la increpó él–. Mientras yo estaba ocupado, reforzando las medidas de seguridad para protegerte, tú estabas echando gasolina al fuego para llamar la atención de esos admiradores sin los que no puedes vivir.

      Brooke trató de ignorar a su furibundo marido para concentrarse en el artículo. De inmediato reconoció algunos comentarios sueltos que le había hecho a la enfermera, y algunos detalles médicos que deberían ser confidenciales. Parecía que habían hecho un refrito con todo ello y lo habían publicado como si le hubieran hecho una entrevista.

      –Yo no he concedido ninguna entrevista –le dijo a Lorenzo–. Una enfermera me dijo que le gustaba el vestido que llevaba y me pidió permiso para sacarle una foto. No tenía ni idea de que se la vendería a la prensa –le explicó incómoda–. Si lo lees verás que te estoy diciendo la verdad. Es una entrevista inventada. ¿Cómo iba yo a querer que la gente supiese que sufro de amnesia? Es muy embarazoso.

      –Por desgracia para ti sé que no puedo creer una sola palabra de lo que me estás diciendo –replicó Lorenzo en un tono gélido–. Eres una mentirosa consumada. Mientes sobre las cosas más ridículas y luego, cuando se descubre la verdad, te encoges de hombros como si no fuera contigo. ¡Nunca he podido confiar en ti!

      Aunque Brooke había logrado mantener la calma y el control sobre sus emociones mientras Lorenzo daba rienda suelta a su ira por un ingenuo error que había cometido, esas palabras la sacudieron como granadas de mano que explotaban al caer sobre ella. Aturdida, dejó a un lado el periódico, flexionó las piernas y se rodeó las rodillas con los brazos. Notó que se le revolvía el estómago y se sintió palidecer. ¿Había mentido a su marido varias veces y él lo había descubierto? ¿Era una mentirosa?

      De pronto se dio cuenta de que era la primera vez que Lorenzo le contaba toda la verdad, sin paliativos, sobre sí misma. Solo la ira había conseguido que se mostrara sincero con ella. Durante unos minutos había dejado de tratarla como a una persona demasiado delicada para soportar la realidad.

      Y ahora, de repente, se veía obligada a afrontar el hecho de que, por más que había intentado disculpar la fría actitud de su marido hacia ella, sí que había problemas en su relación. Lorenzo la veía como a una mentirosa en la que no podía confiar. Aturdida y espantada por esa revelación, se balanceó adelante y atrás, esforzándose por digerir esa dolorosa realidad.

      Al verla reaccionar de ese modo, la ira de Lorenzo se esfumó al instante. Sintiéndose culpable por cómo le había gritado, maldijo su falta de autocontrol y se sentó junto a ella en la cama. De pronto parecía tan pequeña, tan perdida, tan distinta de la mujer a la que recordaba… Y entonces aceptó que tenía que enterrar el recuerdo de esa Brooke, porque era posible que jamás regresase.

      –Lo siento. No debería haber perdido los estribos de esa manera –admitió con pesadumbre, tomando su mano–. Cuando vi ese artículo algo estalló dentro de mí y…

      –Esta situación es muy estresante –apuntó Brooke en un murmullo, con voz temblorosa–. Y estoy segura de que a ti también te afecta.

      No era que a él le estresara la situación, sobre todo porque sabía cosas que ella no podía recordar, pero sí se sentía culpable, horriblemente culpable por haberle generado esa angustia.

      Brooke apartó su mano.

      –No hace falta que sigas fingiendo –le dijo con un suspiro–. Ya lo has dicho: nuestro matrimonio no va bien. De hecho, eso explica muchas cosas.

      Lorenzo, que no había esperado que llegase tan rápidamente a esa conclusión, vaciló un momento antes de atraerla hacia sí, a pesar de que ella se resistió un poco, para abrazarla.

      –No, lo único que explica es que tengo muy mal genio, aunque normalmente soy capaz de mantenerlo bajo control –murmuró. Brooke temblaba entre sus brazos, esforzándose por contener los sollozos que se le escapaban–. No significa nada.

      –Pero… ¡has dicho que siempre estaba contándote mentiras y que no podías confiar en mí! –exclamó ella, sin poder contener ya las lágrimas.

      Lorenzo se sentía fatal por haber hecho que se alterara


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