E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras
que a veces las personas se comportaban de un modo distinto dependiendo de las circunstancias. Quizá Brooke era así cuando se sentía insegura, y era normal, porque en ese momento ni siquiera sabía quién era. Seguro que cuando volviera a disponer de su fabuloso vestuario, de su maquillaje, y ocupara de nuevo los titulares de la prensa del corazón, volvería a ser la mujer a la que recordaba.
Brooke se dejó caer en la silla frente al escritorio del doctor Selby, su psiquiatra, y dejó a un lado el bastón que usaba para caminar. Después de la sesión de fisioterapia siempre se encontraba dolorida y la leve cojera que aún sufría entorpecía sus movimientos, pero no se quejaba porque el simple hecho de poder volver a andar ya le parecía una bendición.
–¿Cómo has estado estos últimos días, Brooke? –le preguntó el psiquiatra, mirándola por encima de la montura de sus gafas.
–Muy bien, aunque sigo sin tener ningún recuerdo –respondió ella con incomodidad–. Todo se me hace aún muy extraño. Hace unos días Lorenzo me regaló un maletín de cosméticos para reemplazar el que se destruyó en el accidente. Tuve la sensación de que esperaba que la sorpresa me entusiasmara, pero no sé para qué sirven la mitad de las cosas que trae el maletín. Aun así, me maquillé un poco para su siguiente visita. No quería que pensara que no apreciaba su regalo.
–Parece que la opinión de Lorenzo te importa mucho –observó el doctor.
–Bueno, es normal, ¿no?, es mi marido.
–Claro, claro. El caso es que ahora mismo dependes por completo de él, pero sería más sano para ti que intentaras recobrar poco a poco tu independencia a medida que vayas recobrando las fuerzas.
Brooke asintió con tirantez. En los últimos dos meses había aprendido a ignorar los consejos que no le hacían gracia. Y es que todo el personal de la clínica de rehabilitación parecía querer darle consejos. Y no solo eso; desde su llegada había ido de sorpresa en sorpresa: había descubierto que el hombre con el que estaba casada era extremadamente rico, que antes del accidente había sido famosa, una conocida influencer y aspirante a actriz que solía despertar la atención de los medios.
Esas revelaciones la habían chocado porque se veía como una persona introvertida y con poca confianza en sí misma. Le había preguntado a Lorenzo cuándo podría disponer de un teléfono móvil o un portátil para buscar información en Internet sobre su vida antes del accidente, pero él había insistido en que no era buena idea, que había más posibilidades de que recuperara sus recuerdos si no los forzaba.
–¿Qué haré si no recupero la memoria? –le preguntó al psiquiatra.
–Lo superarás volviendo a empezar de cero. Has tenido mucha suerte. Los daños que sufriste en el accidente fueron graves, pero aparte de la amnesia no te han quedado secuelas –le recordó el doctor Selby.
Sí, pero no podía recordar a su marido, y era algo que la atormentaba cada vez que Lorenzo iba a visitarla. Sin embargo, no podía ir a visitarla tan a menudo como había esperado. Por lo que se veía era un hombre muy ocupado, que tenía que viajar al extranjero varias veces al mes. De hecho, parecía que había acertado con su impresión inicial sobre Lorenzo: era muy reservado, y raramente la tocaba. Era evidente que lo incomodaba profundamente que no lo recordara, pero el que pareciese no querer rozarla siquiera tampoco la ayudaba a sentirse cómoda con él. Era algo que tendría que hablar con él… y cuanto antes mejor.
Además, Lorenzo no se había apartado de ella durante todos esos meses que había estado en coma. ¿Por qué ahora de repente guardaba las distancias con ella? ¿Es que ya no la amaba? ¿Tal vez había dejado de encontrarla atractiva? ¿Estaría pasando su matrimonio por un mal momento?
Esa tarde, después de su sesión diaria de fisioterapia, fue a su habitación a arreglarse. Lorenzo iba a ir a visitarla, y no quería recibirlo en camiseta y pantalón de chándal. Buscó algo que ponerse entre la ropa que le había traído de casa unos días antes, aunque no fue tarea fácil. Todas aquellas prendas le parecían ahora demasiado llamativas y poco prácticas. Finalmente se decantó por un vestido azul. El color era demasiado brillante, casi chillón, pero si se lo había comprado sería porque le había gustado. Lorenzo estaba acostumbrado a verla pintada y a la última moda, y tenía la esperanza de que podría derribar las barreras entre ellos si veía que estaba esforzándose por agradarlo.
Tras darle instrucciones a su chófer para que lo recogiera más tarde, Lorenzo se bajó del coche. Alzó la vista hacia la fachada de la clínica y apretó los labios, preparándose para otra visita a su esposa. Si no recobraba la memoria, antes o después se vería obligado a contarle que antes del accidente habían estado tramitando su divorcio. Pero el psiquiatra le había advertido que no estaba preparada para enfrentarse a esa realidad, que él se había convertido en su punto de apoyo, y que verse desprovista de repente de ese apoyo podría afectar a su estado mental, ya de por sí frágil, y hacer que su recuperación sufriera un fuerte retroceso.
Ya había tenido fuertes disensiones con sus abogados por las advertencias que le habían hecho con respecto a visitar a Brooke. Le habían dicho que yendo a verla solo conseguiría que el juez se convenciera de que concederle el divorcio obstaculizaría lo que podría considerarse como una posible reconciliación.
Y eso no era lo que él quería, desde luego que no. No quería seguir casado con ella. Sabía que tenía que poner un límite a su compasión, pero en el fondo sabía que no era eso lo que lo preocupaba. El verdadero problema era que la deseaba. De hecho, parecía como si de repente la deseara más que nunca. Pero… ¿por qué? Porque estaba distinta, tan distinta que a veces no podía creérselo. Por ridículo que resultara, la Brooke de ahora le gustaba. Tal vez hubiera sido así antes de que él la conociera, antes de que se hubiera apoderado de ella el ansia por ser famosa. Además, ya no parecía obsesionada con su aspecto, y para su sorpresa así, al natural, resultaba incluso más hermosa.
Y era evidente que no estaba fingiendo, porque la Brooke a la que recordaba nunca habría sido capaz de fingir de un modo convincente esa mezcla de inocencia e ingenuidad que ahora exhibía. De pronto veía en ella cualidades que jamás había visto: se preocupaba por él, no se comportaba de un modo egoísta ni caprichoso… Sin embargo, estaba decidido a no caer de nuevo en las arenas movedizas de las que tanto le había costado salir. Brooke se estaba recuperando bien y pronto podría volver a cortar lazos con ella.
Cuando entró en la habitación, Brooke, que estaba sentada en uno de los dos silloncitos que había junto a la ventana, se levantó como un resorte. Parecía como si quisiera que viera que se había arreglado y maquillado, que supiera que estaba haciendo progresos.
–Hoy pareces más… tú –comentó Lorenzo, al ver que estaba mirándolo expectante.
El brillo de emoción en los ojos azules de Brooke lo inquietó.
–Creo que estoy preparada para marcharme… para ir a casa contigo –le dijo–. Estoy segura de que sería mejor para mí estar en un sitio que me sea familiar. Aquí son muy amables conmigo, pero me estoy volviendo loca encerrada aquí. Esto es tan aburrido… Tus visitas son los únicos momentos que espero con ilusión cada semana.
Lorenzo dominó con dificultad su consternación.
–Mañana hablaré con tus médicos. No queremos precipitarnos, ¿verdad? Al fin y al cabo, hace dos meses no podías ni andar.
–¡Pero cada día me siento más fuerte! –protestó ella–. ¿Es que no lo ves?
–Pues claro que lo veo –contestó él con suavidad–, pero hasta que no hayas recobrado la memoria, es demasiado arriesgado.
Brooke apretó los puños, sin poder contener ya la frustración que llevaba reprimiendo durante días.
–¿Y entonces qué?, ¿tendré que quedarme aquí toda mi vida como paciente? –le espetó enfadada–. ¡Porque me han dicho, y supongo que a ti también, que puede que no llegue a recuperar jamás la memoria!
Lorenzo apretó los dientes. Sí, se lo habían dicho, pero había estado ignorando esa posibilidad con la esperanza