Rivales enamorados. Valerie Parv
estadounidense se levantó también. Los fotógrafos se habían agrupado cerca de su mesa y la empujaron sin querer. Hugh la sujetó por la cintura y ella sintió un escalofrío.
Se vieron rodeados por los fotógrafos y Adrienne aprovechó el momento para escabullirse, pero su rescatador la siguió.
–La acompañaré a casa.
–¡No! –exclamó ella. Él la miró, sorprendido–. Tengo el coche muy cerca.
–Entonces, la acompañaré a su coche.
Afortunadamente, Adrienne había tomado prestado el coche de su secretaria, que conocía sus escapadas.
–Gracias por todo –dijo antes de cerrar la puerta.
Él la observó salir del aparcamiento, pensativo.
Capítulo 2
ENTRE –dijo Adrienne cuando oyó un golpecito en la puerta de su vestidor.
Era su secretaria personal, Cindy Cook. La carpeta de piel marrón que llevaba bajo el brazo hacía un curioso contraste con su vestido de seda azul.
–Está bellísima, Alteza –dijo la joven, haciendo una pequeña reverencia.
Cindy trabajaba para ella desde que se habían graduado en la universidad y sabía que aquello no era un simple halago. En realidad, Adrienne estaba encantada con su nuevo vestido.
Era una elegante túnica de color verde esmeralda con un gran escote en la espalda. Con los rizos morenos recogidos sobre la cabeza y sujetos por una tiara de diamantes, parecía lo que era: una princesa.
–¿No te parece un poco atrevido para la gala benéfica?
–A los fotógrafos les encantará.
Como respuesta, era muy inteligente. Seguramente, el vestido era un poco atrevido, pero ya era demasiado tarde para cambiarse. Adrienne no le había contado a Cindy el incidente con el jinete borracho ni lo del hombre que la había rescatado, diciéndose a sí misma que no había tenido importancia. Aunque no estaba tan segura de que fuera así.
–Es un diseño de Aloys Gada. Allie me lo recomendó.
Allie, o más exactamente, la princesa Alison era la esposa de Lorne. Nacida en Australia, era como un soplo de aire fresco en palacio. Como Caroline, la esposa estadounidense de Michel. Igual que Lorne y Allie, Michel y Caroline eran muy felices y Adrienne estaba deseando convertirse en tía.
–¿En que estás pensando? –preguntó entonces Cindy, que solía tratar de tú a la Princesa cuando estaban solas–. Seguro que no es en la gala de esta noche.
–En una persona que he conocido hoy –suspiró Adrienne. Llevaba mucho tiempo soñando con encontrar al hombre de su vida, pero estaba empezando a desesperar.
Y no podía dejar de pensar en aquel estadounidense.
–¿Un hombre? –sonrió su secretaria.
–Puede ser –suspiró Adrienne, pensando que sería mejor no contar nada–. ¿Cuáles son los nombres importantes? –preguntó, para cambiar de tema. Abriendo la carpeta, Cindy recitó varios nombres, todos ellos aristócratas. La gala benéfica que tendría lugar aquella noche era a favor de los niños sin hogar y Adrienne conocía a casi todos los benefactores. Sería una noche aburridísima, pero la soportaría porque era para una buena causa–. ¿Alguna cara nueva?
–¿Una cara joven?
–Para variar un poco.
Cindy comprobó la lista.
–No hay casi nadie de tu edad. El más joven es un extranjero, Hugh Jordan. Está aquí para llevar a cabo un proyecto con el príncipe Michel.
–¿Por eso está invitado?
Cindy negó con la cabeza.
–No. Mis notas dicen que ha hecho un gran donativo.
–Supongo que pensará que eso le hace quedar bien ante Michel –murmuró Adrienne.
Había reconocido el nombre. Hugh Jordan pensaba montar un rancho en Nuee, en unas tierras que Adrienne había querido para sí misma.
La seguía molestando que Michel hubiera confiado en un extranjero para desarrollar el proyecto y no en su propia hermana. Ella sabía tanto sobre caballos como cualquier hombre. Pero era una princesa y las princesas no dirigían ranchos, Adrienne recordó las palabras de su hermano.
Michel no había dicho eso exactamente, le había dado más bien razonamientos como «es inapropiado para una persona de tu posición, te quitaría mucho tiempo y tienes obligaciones oficiales…», pero el resultado era el mismo. Hugh Jordan iba a crear el rancho de sus sueños.
Al parecer, Michel le había hablado sobre su interés por los caballos, particularmente la raza autóctona de Nuee y Hugh Jordan se había mostrado interesado en conocerla. Adrienne no tenía intención de compartir sus conocimientos con un extranjero para que después él se aprovechara de ellos, pero Hugh Jordan había conseguido colarse en la gala benéfica y forzosamente tendría que conocerlo.
–Seguro que fuma puros y es gordísimo –rio Cindy. Adrienne soltó una carcajada–. Y por muy feo que sea, seguro que tú consigues que haga otra enorme donación para tus niños.
–Lo considero una obligación –sonrió la princesa.
Cindy le habló del resto de los detalles con su habitual eficiencia.
–Eso es todo –dijo, cerrando la carpeta. Adrienne se levantó del sillón, pero de repente le fallaron las piernas–. ¿Estás bien? No deberías haber salido esta tarde.
Aunque era su cómplice, Cindy no aprobaba sus salidas de incógnito y Adrienne lo sabía.
–Estoy bien. Pero necesito comer algo.
–Haré que te suban una bandeja inmediatamente.
Un criado subió poco después, pero Adrienne apenas probó bocado. Media hora más tarde, entraba en el gran salón de palacio.
Los invitados se colocaron en fila para saludarla y Cindy se puso detrás de la princesa por si necesitaba que le recordara algún nombre. Aunque no solía ser necesario; Adrienne tenía muy buena memoria y recordaba todas las caras.
Sin embargo, cuando un hombre se acercó para estrechar su mano, se quedó helada.
–Hugh Jordan, de San Francisco –murmuró Cindy.
–Alteza, qué sorpresa –dijo él, irónico. A juzgar por el brillo de sus ojos azules, la sorpresa no era más agradable para él que para ella. En lugar del hombre de negocios gordo e insufrible que Adrienne había imaginado, Hugh Jordan era alto, fuerte y muy guapo. Y el hombre que la había rescatado en la feria. Al igual que los otros invitados, tomó su mano para saludarla, pero no la soltó inmediatamente, como requería el protocolo–. El mundo es un pañuelo, ¿verdad?
Los años de entrenamiento consiguieron que Adrienne no perdiera la sonrisa, aunque por dentro estaba muy nerviosa.
–Es un placer conocerlo, señor Jordan.
Su corazón latía a toda velocidad, pero ni siquiera permitió que un pestañeo demasiado rápido la delatara.
Por un segundo, una sombra de duda cruzó las facciones de Hugh Jordan y Adrienne se dio cuenta de que estaba intentando decidir si la mujer que había conocido por la tarde era la misma que tenía frente a él. Con aquel vestido de noche y una fortuna en joyas adornando su cuello y su cabeza, sabía que tenía un aspecto muy diferente. ¿Podría convencerlo de que se trataba de un error?
–El placer es mío, Alteza. Espero que más tarde podamos hablar sobre… intereses comunes.
Antes de que Adrienne pudiera replicar, él soltó su mano y se alejó, obligándola a saludar al siguiente