Gerencia financiera basada en valor. Maximiliano González
expectativas de sus diferentes grupos de interés, pues para una empresa son importantes tanto el accionista y el acreedor financiero que facilitan el dinero, como el trabajador que invierte su capital humano para realizar el propósito de la compañía, el cliente que demanda sus productos, y el proveedor que proporciona los insumos necesarios para hacer posible la producción del bien o servicio.
De acuerdo con Kramer y Porter (2011), el concepto de responsabilidad social evolucionó al concepto de valor compartido, según el cual las empresas se dedican a generar valor para los diferentes grupos de interés, sin negar la importancia de maximizar la riqueza de los accionistas, pero con restricciones explícitas. Se podría decir que este proceso está sujeto a la internalización de las expectativas de los demás grupos de interés. Así, la empresa puede invertir en la capacitación de los proveedores para que sus productos y servicios tengan una mejor calidad, en el bienestar de sus empleados, quienes serán más productivos y harán mejores aportes a la organización, y en sus clientes, fidelizándolos y garantizando la continuidad del negocio, todo lo cual favorece por igual los intereses de los accionistas.
Asimismo, un comportamiento adecuado de las empresas con los diferentes grupos de interés facilita la consecución de recursos financieros. Los Principios de Inversión Responsable, establecidos en la primera década del presente siglo como una iniciativa de las Naciones Unidas, les permite a los inversionistas institucionales a nivel mundial evaluar, con criterios no solo económicos, sino sociales, ambientales y de buenas prácticas de gobierno corporativo, las empresas y proyectos que financian. Es decir, cada vez más los proveedores de recursos financieros se preguntan por el impacto social, ambiental y económico de las empresas que apoyan.
Lo cual, bajo la lógica de las finanzas sostenibles, no implica que los fondos de inversión hayan dejado de lado la rentabilidad. Todo lo contrario. Significa que al momento de realizar una inversión son relevantes los riesgos ambientales, sociales y de gobierno corporativo, además de los operativos y financieros, pues las empresas deben ser financieramente viables. Una vez garantizado este aspecto, se deben gestionar sin tardanza cualquier problema social, ambiental o de gobierno corporativo que surja, pues puede acabar con la empresa; por ejemplo: un problema social con la comunidad donde la empresa lleva a cabo sus operaciones, o con los empleados, o recibir acusaciones de trabajo forzado o infantil, puede afectar desde la generación parcial de los flujos de caja hasta el otorgamiento de la licencia para operar.
Igual sucede con los temas ambientales: la contaminación puede llevar a la imposición de multas, o incluso a la cancelación de la licencia de operación. Además, los problemas de gobierno corporativo que implican disputas entre accionistas, o deficientes controles al comportamiento oportunista de los tomadores de decisiones, pueden comprometer la estabilidad financiera de una empresa con potencial de generación de valor económico. Por lo tanto, actualmente el enfoque financiero no se circunscribe exclusivamente a los aspectos financieros.
En conclusión, este texto no desconoce el enfoque bajo el cual las empresas están llamadas a generar valor compartido para la sociedad como un todo, y tampoco la importancia de generar valor económico para los accionistas. En la práctica son enfoques que se complementan, legitiman el modelo capitalista, permiten un desarrollo económico sostenible, una mejor redistribución de la riqueza y causan un impacto mesurado de la actividad económica en el medio ambiente. Sin embargo, el libro se ocupa de los conceptos básicos que permiten evaluar la viabilidad financiera de los proyectos y las empresas, y que constituyen el primer paso necesario, aunque no suficiente, para garantizar que las decisiones en la empresa generen valor.
El trabajo se presenta con la siguiente estructura: en el capítulo 1 se responde un interrogante muy sencillo, pero no siempre fácil de contestar: ¿qué es una buena decisión financiera?; en el capítulo 2, tomando como ejemplo una empresa hipotética, se analiza el primer paso en el proceso de decisión: la información histórica; en el capítulo 3 se repasan algunos conceptos relacionados con la modelación financiera, en particular la creación de una tabla de supuestos, para luego proyectar los estados financieros; en el capítulo 4 se analizan las principales herramientas de evaluación financiera, en particular el VPN y otros indicadores relevantes; en el capítulo 5 se estima el Costo Promedio Ponderado de Capital (WACC, por sus siglas en inglés); en el capítulo 6 se usa el caso base que se ha venido desarrollando para elaborar el análisis de riesgos, en particular para analizar la sensibilidad, el punto de equilibrio, los escenarios y la simulación de Montecarlo, y se termina con un mapa de riesgo; finalmente, se concluye con una serie de recomendaciones prácticas y útiles dedicada a todos aquellos gerentes que quieran orientar su gestión hacia la maximización de la riqueza de sus organizaciones.
¿Qué es una buena decisión financiera?
Para este texto una buena decisión financiera es aquella que sigue un proceso sistemático y organizado de análisis. Note que una cosa es una buena decisión, y otra distinta el resultado. El proceso de decisión se puede controlar, el resultado no. En ese contexto, podría decirse que la calidad de las decisiones es independiente de sus resultados. Un buen resultado sin un proceso sistemático y ordenado de análisis no fue producto de una buena decisión, ¡fue suerte!
En la figura 1 se muestra esquemáticamente el proceso de decisión más completo posible. Sin embargo, es preciso aclarar que las empresas toman constantemente tres tipos de decisiones: de operación, de financiación y de inversión. Las primeras están relacionadas con la administración de la liquidez necesaria para la operación, y con los ingresos y costos que se ven reflejados en la utilidad operativa. Las decisiones de inversión hacen referencia a la compra o venta de activos operativos y no operativos de largo plazo, incluyendo el análisis de la rentabilidad que genera esa inversión. Finalmente, las decisiones de financiación se refieren a la estructura de capital o financiación en el largo plazo de la empresa, junto con la evaluación del costo asociado a cada fuente de financiación.
Independientemente de su tipo, cada decisión requiere cierto proceso de modelación. El más completo de ellos implica la proyección de flujos de caja, el descuento de los mismos con el costo de oportunidad, y los análisis de sensibilidad asociados al comportamiento estocástico de los flujos de caja proyectados.
Figura 1. Proceso para tomar una “buena” decisión financiera
Una revisión financiera de la información histórica permite obtener los parámetros para construir una tabla de supuestos con la que se proyectan los estados financieros, en especial, el estado de resultados o PyG, el estado de situación financiera o balance, y el flujo del efectivo. Con esa información se construye el Flujo de Caja Libre (FLC) para luego descontarlo del Costo Promedio Ponderado de Capital (WACC) y calcular el VPN (y demás indicadores) de la decisión. Ese sería el caso base. Luego se procede a examinar los riesgos analizando la sensibilidad, el punto de equilibrio, los escenarios y la simulación de Montecarlo. Luego de pasar por todo este proceso se tienen las bases para tomar una “buena” decisión financiera.
Antes de comenzar a describir el proceso, es necesario contestar la pregunta: ¿qué es una buena decisión financiera? Como ya se dijo, una buena decisión financiera es aquella que sigue un proceso sistemático que busca como fin último agregar valor. ¿Qué es agregar valor? Es aumentar la riqueza (posibilidades de consumo) de los accionistas o dueños de