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funcional a la hora de atenuar el riesgo inherente a toda producción agropecuaria.
Asimismo, las restricciones en materia de capital significan que en el mejor de los casos, este “nuevo” productor va creciendo lentamente en su actividad, con oscilaciones marcadas en el transcurso de su trayectoria. Las limitaciones en recursos productivos condicionan también la magnitud de los ingresos generados y dificulta poder armar un flujo de fondos a partir del emprendimiento, que permita reproducirlo en el tiempo.
El propio proceso de crecer en la actividad puede ser visto como una mayor exposición al riesgo, si implica descuidar otras actividades. En este sentido, puede decirse que es constante la comparación con otras alternativas y ofertas laborales (aunque éstas sean changas), y ello tiene su razón de ser en sus trayectorias ocupacionales y en los ingresos reducidos que perciben.
No obstante, existen diferencias en los casos analizados en función de su grupo de pertenencia. En el más joven prevalece el aporte de un pequeño capital propio además del recibido a través de otros apoyos, y éste ha aumentado en el transcurso del tiempo con pequeñas reinversiones de lo obtenido a partir de la actividad encarada; en cambio, en el grupo de edad “madura” el capital propio al inicio es menos frecuente y las trayectorias del emprendimiento son variadas en cuanto a resultados. Un posible factor explicativo, aunque claramente no el único, se relaciona con los mayores requerimientos de ingresos en hogares con mayor cantidad de miembros que no trabajan.
Estas diferencias también se evidencian en la visualización subjetiva a futuro de los microemprendimientos. En términos generales en el grupo “joven” prevalecen los apicultores, que apuntan a aumentar la cantidad de colmenas; proponiéndose algunos de ellos dedicarse por completo a la actividad. Este es el grupo que exhibe mayor convencimiento personal en cuanto a la factibilidad de permanecer como productores y crecer a partir de los emprendimientos iniciados. También son los que identifican menores limitaciones. De todas maneras, si existe una perspectiva de formación profesional ésta ocupa un lugar importante dentro del proyecto de vida, pasando a segundo término el emprendimiento en sí.
En el grupo de edades intermedias, el emprendimiento ocupa un lugar secundario, excepto en un caso (el más joven). En esta fase de la vida aparecen otras necesidades en los entrevistados (que los hijos puedan continuar con estudios que a ellos, por razones fundamentalmente económicas, les estuvieron vedados). En ese marco el emprendimiento es identificado como la vía que puede permitir una permanencia más prolongada de los hijos en el sistema educativo, aunque, como señaláramos previamente, la presencia de un número mayor de miembros en las familias implica menores recursos factibles de ser destinados al desarrollo de actividades productivas.
Dentro de los hombres de este segundo grupo existen casos que procuraron que la producción agropecuaria se convirtiera en su principal actividad y fuente de ingresos, aunque no pudieron lograr este objetivo, fundamentalmente por desconocimiento de cuestiones productivas o por la carencia de un canal comercial aceitado.[7] En contraste, en las mujeres pertenecientes a este grupo el emprendimiento supone un ingreso al que le adjudican mayor control en cuanto a su asignación y que les permite adquirir bienes o acceder a servicios que aligeran su trabajo doméstico (por ejemplo un lavarropas, o financiar la conexión a la red de agua corriente). También puede contribuir al desarrollo de lazos de sociabilidad con otras mujeres (López, 2008). De todas maneras su valoración está condicionada por su grado de ajuste al funcionamiento cotidiano de la familia. Si es realizado en el lugar donde residen les permite estar más cerca de sus hijos; en caso contrario es implícitamente objetado porque obliga a buscar reemplazos para su cuidado (por lo general, los hijos mayores). El inicio de estas actividades es, en el caso de estas mujeres, inducido o posibilitado por apoyos provenientes de programas estatales o de otro tipo; su “proyecto” parece estar más articulado en torno a la familia que al microemprendimiento. Aquí cabe observar que las expectativas en general no son independientes de la socialización de género y de la distribución de recursos existente en un contexto social determinado; las opciones y limitaciones configuradas, tanto al interior de las familias como dentro de los lugares de trabajo (Moen, 2003).
Por último, en el grupo de edad “madura”, se encuentran dos situaciones bien diferenciadas en cuanto a la visualización de los microemprendimientos: 1) Por una parte, quienes lo iniciaron como salida laboral (hombres en todos los casos), donde el inicio está fuertemente influenciado por las instituciones de apoyo. El progreso en esta dirección obedece a un conjunto de factores favorecedores; como el fuerte involucramiento local y extralocal en el apoyo de la experiencia, el trabajo de más de un miembro de la familia en la misma actividad y la afición o “gusto” por la misma. 2) Otro tipo de situación es la de aquellos que encararon una actividad productiva en pequeña escala a partir de la inclusión de sus hijos en las llamadas escuelas “de alternancia” (CEPT[8]), que contemplan este instrumento dentro del currículo escolar, y donde alguno de los padres queda a cargo de éste durante ausencias temporarias del hijo. En estos casos éste es visualizado como un complemento que permite financiar estudios superiores; el objetivo es que puedan convertirse en profesionales.
En síntesis, la consideración de la etapa del ciclo vital se vuelve relevante, no sólo por la influencia de la edad de las personas en su proyecto en relación a los emprendimientos, sino también por la diferente incidencia del contexto institucional y ocupacional en sus trayectorias vitales y expectativas. No obstante, hay un elemento que traspasa todos los casos, que es el acceso a la tierra. Así, las limitaciones en este sentido condicionan el planteo mismo del emprendimiento y sus posibilidades de crecimiento futuro.
5. Conclusiones
La introducción del enfoque del curso de vida resulta particularmente fértil para acercarse al punto de partida de pequeños emprendedores residentes en áreas rurales y localidades que, debido a su tamaño reducido, son escasamente alcanzadas por las mediciones periódicas de empleo y las iniciativas de política pública. La consideración de algunos elementos propios de esta perspectiva nos permitió delinear una tendencia hacia el incremento de la precariedad ocupacional en años recientes, que en algunos casos logra revertirse parcialmente –en tanto los empleos obtenidos presentan cierta estabilidad, aunque no siempre garanticen el acceso a beneficios sociales–. El Estado, la construcción y el agro surgen como los actuales motores del empleo en las áreas consideradas; no obstante, la creciente transitoriedad de las ocupaciones demandadas por este último, en el marco de una agriculturización ahorradora de mano de obra, permea el carácter de las ocupaciones obtenidas y explica la dificultad para convertir los trabajos desempeñados en un “oficio”, que organiza los recorridos personales y garantiza la reproducción de los hogares. Pasa así a primer plano la mayor estabilidad en términos relativos del empleo ligado por diversos mecanismos al sector público, como fuente de ingresos altamente valorizados. En ese contexto, la existencia de créditos “blandos” para el desarrollo de actividades productivas, canalizados fundamentalmente desde la órbita nacional a la municipal, forma parte del menú de apoyos potencialmente accesibles a sectores con dificultades para insertarse en el mercado de trabajo.
Desde otro punto de vista, la perspectiva adoptada permitió conectar la trayectoria y la visualización subjetiva de los emprendimientos con la etapa del ciclo vital. Se delinea el grupo más joven cómo aquel que combina una evolución positiva en la actividad con el proyecto personal de consolidarse en ella, mientras que en los demás aparecen diferencias en cuanto a la percepción del emprendimiento como un mecanismo de generación de ingresos complementarios y/o ligado a otros “valores” (la sociabilidad, el empoderamiento personal, etc.) o por el contrario, como una alternativa laboral con un rol fundamental para los ingresos familiares. Esta diferenciación aparece fuertemente traspasada por la dimensión de género.
Ya en el terreno de las estrategias de intervención en localidades como las estudiadas por este trabajo, el apoyo a microemprendimientos productivos debiera entonces ser considerado como una opción adicional, no sustitutiva de otros instrumentos de política que dinamicen el trabajo asalariado en sus modalidades no precarias. En este marco, ciertas dimensiones como la edad y el género constituyen “claves de lectura” esenciales para comprender