El conflicto palestino-israeli. Pedro Brieger
desde los más simples hasta los más complejos, numerosos viajes a las zonas más calientes y conversaciones con actores que han jugado o todavía juegan un rol protagónico dentro del Estado de Israel, de los territorios palestinos y del mundo árabe e islámico. La primera edición de este libro fue publicada en 2010 y esta nueva introducción –y actualización– es también una oportunidad para enmarcar el conflicto en la región más amplia en la que se inscribe, dado que no se puede analizar la actualidad sin tomar en cuenta los importantes eventos sucedidos en varios países árabes, y principalmente en Túnez, Egipto, Libia, Yemen y Siria con sus revueltas y guerras civiles desde 2011.
En este sentido, hay hechos fundamentales que se deben mencionar para analizar los avatares de los últimos años: la política de los Estados Unidos con Barack Obama y Donald Trump y las revueltas en los países árabes. Esto es así porque, por un lado, el Estado de Israel se encuentra ubicado en el corazón del mundo árabe y, por el otro, por la importancia de la relación de Estados Unidos con el mundo árabe y, con el Estado de Israel en particular. Por eso debemos tomar en cuenta los efectos que las revueltas árabes produjeron en toda la región y en el conflicto que es objeto de este libro especialmente. Un tercer factor interesante para pensar las transformaciones posibles tanto en el mundo árabe como en el conflicto palestino-israelí es el rol de la prensa y la presencia de las redes sociales, entre las cuales Facebook y Twitter se han popularizado y generado un progresivo alcance masivo por el que hoy inciden en la vida política.
En cuanto a los países árabes, lo más saliente de los últimos años fue lo que los medios de comunicación denominaron “primavera árabe” en 2011, una serie de revueltas y revoluciones que trastocaron profundamente el mapa político del Medio Oriente. Hay que señalar que el mundo árabe ha conocido innumerables revueltas y revoluciones, tanto en el siglo XIX como en el siglo XX, aunque excede el propósito de este libro un riguroso examen de esos procesos que también involucraron enfrentamientos entre el Imperio Otomano y las potencias occidentales –algunas contra las potencias ocupantes y otras contra sus propios gobernantes–. Sólo para mencionar algunas hubo una revuelta en Egipto contra la ocupación francesa en El Cairo en 1880, otra contra los británicos en 1882 y en 1919, las revueltas contra los franceses en Siria en 1925-26; la resistencia libia contra los italianos en 1911 que duró más de 20 años; la iraquí de 1920, Marruecos 1925-26 y la gran revuelta palestina contra los británicos y el sionismo en 1936-39 que afectó la relación entre la población judía y árabe en la Palestina bajo el mandato británico, entre tantas otras.
Hay que recordar que los países árabes fueron creados en su mayoría durante el proceso de desintegración del Imperio Otomano y la colonización británica y francesa, cuando las potencias se repartieron la región al finalizar la Primera Guerra Mundial e incorporaron estos países al mercado mundial capitalista. Al retirarse físicamente dejaron monarquías a su servicio, algunas de las cuales todavía están en el poder (Jordania, Arabia Saudita). En los años cincuenta y sesenta, varios golpes de Estado –devenidos en verdaderas revoluciones– liderados por militares derrocaron a las monarquías de Egipto (1952), Irak (1958), Siria (1963) y Libia (1969) y alentaron la conformación de repúblicas. Estos procesos revolucionarios con un discurso nacionalista y antiimperialista no pusieron freno a las políticas autoritarias existentes en el pasado y tampoco desarrollaron dinámicas sociedades civiles, sino todo lo contrario. Los Estados controlaron, por medio de un partido único, –o sin partido– casi todos los aspectos de la vida pública y privada.
La revuelta popular que comenzó en Túnez a comienzos de 2011 tuvo, en muy poco tiempo, un efecto de contagio en casi todos los países árabes. Aunque era muy difícil establecer si se trataba de una revuelta más de las tantas que había conocido el mundo árabe o si se estaba frente a una situación cualitativamente diferente, en muy poco tiempo se tuvo la percepción de que se estaba ante un nuevo fenómeno. Durante años se fueron incubando rencores contra los gobernantes de los estados autoritarios, hasta que el 17 de diciembre de 2010, un joven en Túnez se prendió fuego “a lo bonzo” como forma de protesta ante la opresión del régimen. Las protestas –que fueron encabezadas principalmente por jóvenes–, se expandieron a otras ciudades y se incrementaron a través de la convocatoria que se hizo por medio de redes sociales como Twitter y Facebook. Luego de diez días de protestas, el presidente Zinedin Ben Alí apareció por primera vez en televisión prometiendo la creación de puestos de trabajo, pero a la vez afirmando que quienes protestaban serían castigados con todo el peso de la ley. Paralelamente, hubo protestas en Argelia por el aumento de precios de los alimentos y la desocupación. El 16 de enero Ben Ali abandonó Túnez y encontró refugio en Arabia Saudí hasta su muerte en 2019. Simultáneamente comenzaron protestas en Yemen y Egipto. La Plaza Tajrir en El Cairo fue ocupada por miles de manifestantes y se convirtió en el epicentro egipcio de la revuelta hasta el derrocamiento de Jusni Mubarak el 11 de febrero de 2011, luego de apenas dieciocho días de protestas. Un régimen que parecía indestructible, basado en el poder del ejército, se desmoronó cuando perdió el apoyo de las Fuerzas Armadas y la Casa Blanca consideró que no había que sostener más a Mubarak
Ese mismo mes las manifestaciones se sucedieron en varias ciudades de Libia que derivaron en una guerra civil y el derrocamiento de Muammar Kaddafi, en septiembre, con la inestimable intervención de la OTAN encabezada por líderes europeos que un tiempo antes le besaban la mano al “líder supremo” libio mientras pergeñaban grandes negocios. En marzo de 2011 también comenzaron las protestas masivas y pacíficas en contra del gobierno del presidente Bashar Al-Assad en Siria, que pronto también derivaron en una sangrienta guerra civil.
El tiempo y la historia dirán si las –“revueltas árabes”– ocurridas en 2011 implicaron una serie de revueltas populares o si se trató de una verdadera revolución con alcances históricos más profundos. Sin embargo, el hecho que las distingue y emparenta es que esta ola revolucionaria en el mundo árabe fue conducida por las masas, no sólo reemplazando líderes, sino erradicando regímenes que gobernaron por tres o cuatro décadas.
Las revueltas en Egipto y Siria tuvieron un efecto directo sobre israelíes y palestinos. Sin lugar a dudas, la caída de Jusni Mubarak en Egipto tuvo un significado especial por ser este país el más importante del mundo árabe y por su alianza estratégica con Estados Unidos, además de su abierta colaboración con Israel en el bloqueo de la Franja de Gaza. Con su caída, el gobierno israelí perdió un “aliado” que mantenía cerrada su frontera con dicho territorio. La presidencia de Mujamad Mursi en Egipto (junio 2012-julio 2013) fue un respiro para la Franja de Gaza por su pertenencia a la Hermandad Musulmana, ya que Hamás –acrónimo en árabe de Movimiento de Resistencia Islámico– es la versión palestina de ese movimiento. Con la elección del general Al Sisi a la presidencia de Egipto en mayo de 2014 se volvió a la política de Mubarak en detrimento de Hamás.
La revuelta en Siria también tuvo un efecto directo sobre israelíes y palestinos. Por un lado, el régimen que desde 1967 intenta infructuosamente que Israel se retire del Golán –un territorio que ocupa desde ese mismo año en la provincia siria de Quneitra– se vio más debilitado por la revuelta. Por el otro, esa revuelta tuvo un efecto directo sobre medio millón de refugiados palestinos que vive en ese país, dado que muchos respaldaron al gobierno de Al-Assad aunque otros se sumaron a la revuelta armada en su contra y Hamás abiertamente se distanció de Bashar Al-Assad.
Como dijimos antes, el otro actor fundamental para comprender las dinámicas de los países árabes y el conflicto palestino-israelí es Estados Unidos. Una mínima lectura de los medios de comunicación permite verificar que ante casi todas estas revueltas árabes aparece la pregunta “¿Cuándo Estados Unidos le soltará la mano al gobernante?”. Salvo el gobierno sirio, casi todos los países árabes tienen excelentes relaciones con la Casa Blanca y algunos –para mantenerse en el poder– dependen de su ayuda política, financiera y militar. Esta relación fue clave para neutralizar los reclamos palestinos, construir una coalición para expulsar a Saddam Hussein de Kuwait en 1991 e invadir Irak en 2003. De todas maneras, hay que señalar que esta revuelta árabe tomó por sorpresa tanto a los estrategas de la política exterior estadounidense como a los intelectuales que siguen día a día lo que sucede en una región vital para Estados Unidos. El presidente Barack Obama asumió en enero de 2009 y ese mismo año visitó Egipto, donde prometió una nueva relación