Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller
bajó la mirada de sus labios a las suaves curvas visibles bajo la blusa rosa, mientras procesaba la petición. Se le secó la boca al imaginar cómo sería sentir sus senos bajo las palmas encallecidas por el trabajo, el sabor que tendrían bajo su lengua. Tuvo una erección instantánea.
Aunque su cuerpo había respondido con toda claridad, él nunca había pensado con esa parte de su anatomía y no pensaba empezar a hacerlo en ese momento.
Su mente lo urgió a decir que no. Abrió la boca, pero no pudo emitir el monosílabo.
—¿Josh? —un rastro de incertidumbre, que no cuadraba con la directa oferta que acababa de hacer, ensombreció el bello rostro de Stacie.
Él sabía que dudar era una locura. Pero para él, la intimidad nunca se había limitado a librarse de una comezón. Cuando le hacía el amor a una mujer, era porque ella le importaba.
Recorrió a Stacie con la mirada y comprendió que sí le importaba. Y si no aceptaba su oferta, muchos hombres se ofrecerían voluntarios para ocupar su lugar, incluido su amigo Wes Danker.
Josh lo vio todo rojo durante un segundo. Amigo o no, ningún otro hombre de Sweet River iba a tocar a Stacie. De repente tuvo claro cuál sería su respuesta, cuál tenía que ser.
Agarró su mano y miró sus preciosos ojos castaños.
—Vale —incluso mientras rezaba por no arrepentirse de su decisión, se le aceleró el pulso—. Tengamos una aventura.
Mientras Josh bajaba el estor de su dormitorio, un estremecimiento de excitación recorrió la espalda de Stacie y una mariposa revoloteó en su garganta. Con una sencilla frase su vida había pasado de ser lenta, y algo aburrida, a adquirir el frenesí de un tren a toda máquina.
Había hecho una sugerencia y él había aceptado. Y su mirada ardiente le garantizaba que ambos estarían desnudos en menos de quince minutos.
«Sólo es sexo», se dijo, «nada que no puedas manejar».
—¿Qué tal el tobillo? —preguntó Josh, mirándola con ojos oscuros y penetrantes.
—Bien —contestó ella. Era cierto siempre que no pasara mucho tiempo de pie o lo moviera. Por suerte, no tenía intención de seguir en posición vertical mucho más tiempo.
Él sonrió y se acercó más, con los ojos cargados de excitación. Ella se preguntó cuánto tardarían en llenarse de desilusión.
—Antes de que empecemos, tengo que hacerte una confesión —le dijo.
—Eso suena… interesante.
Stacie hizo girar un mechón de cabello entre los dedos. Al hacer su impulsiva oferta había olvidado un detalle muy importante.
—No soy buena amante.
A pesar de la expresión atónita de Josh, siguió.
—Soy aburrida en la cama. No tengo mucha experiencia. Y, bueno, me distraigo con facilidad.
—¿Con…?
Se acercó hasta estar ante ella. Stacie captó el aroma especiado de su colonia. Nunca se había dado cuenta de que el azul de sus ojos estaba salpicado de motitas doradas. Ni de que tenía las pestañas tan largas que…
—¿Con qué te distraes? —insistió él.
En ese momento la estaba distrayendo su proximidad, pero ésa no era la respuesta correcta. Stacie notó que el rubor le teñía el rostro. Sólo había pretendido alertarlo para que no esperase demasiado, no iniciar una larga explicación sobre sus carencias en el terreno sexual.
—Normalmente con comida —contestó, al ver que seguía mirándola expectante.
—¿Te gusta comer mientras haces el amor? —sonó más interesado que molesto.
—No, tonto. Planifico menús.
—¿Después?
—Durante —Stacie se ruborizó aún más.
—¿Quiénes eran esos tipos? —la miró boquiabierto.
A ella le sorprendió que quisiera oír nombres.
—Es obvio que no estaban haciendo su labor si podías planificar menús mientras te hacían el amor —continuó él.
Stacie pensó que «hacer el amor» era una expresión algo fuerte tratándose de una aventura.
—¿Consideras el sexo una labor?
—La «labor» de un hombre es proporcionar placer a su pareja —replicó Josh—. Confía en mí. Lo único en lo que vas a pensar esta noche es en lo bien que estamos juntos.
Soltó una risita al ver la expresión dubitativa de su rostro.
—Supongo que tendré que convencerte —se quitó la camisa y la dejó caer al suelo.
Stacie comprobó que tenía un cuerpo fantástico. Unos hombros anchos que disminuían hasta las caderas estrechas. Un pecho perfectamente esculpido y salpicado de vello oscuro.
Los planos y músculos de su cuerpo estaban perfectamente equilibrados. No tenía un cuerpo tonificado por rutinas de gimnasio, sino endurecido por el trabajo físico.
Era una pena que él no fuera a encontrarla igual de perfecta. Sus senos de tamaño medio no eran material de página central de revista y, aunque tenía el vientre plano, los músculos perfilados brillaban por su ausencia. Con dedos temblorosos, empezó a desabrocharse la blusa, esperando no decepcionarlo mucho.
Antes de que acabara con el segundo botón, él cerró la mano sobre la suya.
—No hay prisa —dijo con una voz sexy y grave, que hizo que la sangre de ella se le espesara en las venas—. Rápido está bien, pero lento es aún mejor.
Tenía los dedos ásperos y Stacie se preguntó cómo sería sentir esas manos callosas sobre sus senos.
Ése fue su último pensamiento coherente. Él se sentó a su lado y la besó. Acarició su piel con la boca, depositando suaves besos en sus labios, su mandíbula y cuello abajo, manteniendo las manos sobre sus hombros.
Mordisqueó el lóbulo de su oreja y luego volvió a sus labios. Ella los entreabrió y, cuando él no profundizó en el beso, deslizó la lengua en su boca.
Él cuerpo de él se estremeció y ella tardó un segundo en descubrir la razón. Hasta que comprendió que se estaba riendo.
—¿Qué te hace tanta gracia? —se apartó bruscamente.
—Para ser dos personas que quieren ir despacio, parecemos empeñados en movernos rápido.
—Tú no —el tono quejoso de Stacie reflejó su frustración—. Tú podrías tomarte toda la noche.
Josh no pareció ofenderse. De hecho, sus labios se curvaron en una sonrisa y sus ojos se llenaron de satisfacción.
—Parece que estoy haciendo mi labor.
—¿Qué quieres decir?
—Dime, con sinceridad, ¿has pensado en recetas mientras nos besábamos?
—No —le espetó Stacie—. He estado demasiado ocupada intentando que metieras la lengua en mi boca y sentir tus manos en mis pechos.
—Me gusta una mujer que pide lo que quiere —sus ojos llamearon. La tumbó sobre la cama y empezó a desabrocharle la blusa mientras besaba sus labios de nuevo—. Y me gustas tú.
Habló despacio, con la misma calma con la que la acariciaba. Aunque el cuerpo de Stacie clamaba por el contacto de piel contra piel, saber que él no se apresuraría ni la dejaría atrás la reconfortó.
Josh había prometido que le haría disfrutar y, aunque no hacía mucho que lo conocía, estaba segura de que era un hombre de palabra.
Cuando por fin cerró una mano