Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller

Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller


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      Josh se puso de costado, el sol matutino lo había despertado. La mayoría de los días estaba fuera antes del amanecer, pero ése en concreto las tareas podían esperar. Saciado y satisfecho, se estiró, sin ganas de dejar atrás el sueño que había sido la noche anterior.

      La noche había sido increíble. Habían dejado de lado el pensamiento racional y las inhibiciones y no habían mirado atrás.

      Al percibir que Stacie se movía, Josh abrió los ojos. Lo sorprendió ver a su amante apoyada en un codo, observándolo, con el cabello oscuro enmarcando su rostro y expresión demasiado seria. Considerando lo tarde que se habían dormido, parecía muy despierta.

      —¿Te arrepientes de algo? —preguntó ella, antes de que pudiera darle los buenos días.

      —Hay muchas cosas de las que me arrepiento —Josh se apoyó en los codos—. ¿Tienes algo específico en mente?

      —Esto —contestó ella—. Tú. Yo. Juntos. Desnudos.

      Tras el entusiasmo que había demostrado él la noche anterior, no entendía la pregunta. Pero la seriedad de su rostro indicaba que la respuesta era importante para ella.

      —No —afirmó con sinceridad—. No me arrepiento absolutamente de nada.

      —Interesante —se incorporó con brusquedad, sin preocuparse de la sábana que cayó hasta su cintura—. Yo siento lo mismo.

      Josh se dijo que estaban hablando y debería estar mirando su rostro. Por desgracia sus ojos parecían tener otra opinión y recorrían sus deliciosas curvas. Había explorado cada centímetro de su cuerpo, pero verla a la luz del día lo sobrecogió.

      Como si pudiera leerle el pensamiento, ella sonrió levemente, se inclinó hacia delante y rozó su boca con los labios.

      —Eres el vaquero más sexy que he conocido. Aparte de ser un amante fantástico.

      Josh se había empeñado en conseguir que disfrutara tanto como él. Por lo visto, lo había conseguido. Henchido de orgullo, le guiñó un ojo.

      —Te prometí hacerte olvidar esas recetas.

      Stacie se rió y sus mejillas se tiñeron de rubor.

      —Lo conseguiste.

      —Fue fácil —deslizó un dedo por su sedosa mejilla—. Tú hiciste que fuera fácil.

      Apretó los labios antes de decirle que había sido fácil por cómo le hacía sentirse. Pero sus sentimientos eran problema suyo, no de ella.

       Ella se movió de nuevo, enredó los dedos de una mano en su cabello y le besó las comisuras de los labios. Él inhaló su embriagador olor a jazmín.

      —¿Estás seguro de que no tienes más?

      —¿Más?

      —Preservativos.

      El cuerpo de Josh, que estaba más que listo para ponerse en marcha, se desinfló al recordar que la noche anterior habían utilizado el puñado que había encontrado en un cajón.

      —No quedan.

      —Ojalá hubiera seguido tomando la píldora —Stacie suspiró—. Pero no era necesaria y…

      —Hay otras maneras de divertirse —dijo Josh—, que no conllevan riesgo de embarazo.

      —¿Como montar a caballo o jugar con Bert?

      La mirada inocente de Stacie no engañó a Josh ni un segundo. Soltó una carcajada.

      —Pensaba en actividades más… íntimas.

      —Tengo una amiga en Denver —los ojos de Stacie se iluminaron—. Ella y su novio hacen juegos de rol. Recuerdo que una vez él simuló ligársela en un bar. Ella hacía el papel de chica de pueblo que visita la ciudad por primera vez. Siempre pensé que podía ser un juego divertido.

      Josh nunca había sido un gran actor, pero no quería apagar el entusiasmo de Stacie. O permitir que volviera a pensar en planificar menús.

      La primera vez que habían hecho el amor, ella había estado insegura, titubeante en sus caricias. Hasta que él le había demostrado con acciones y reacciones que estaba abierto a cualquier cosa que deseara probar. Y por lo visto «cualquier cosa» incluía hacer teatro.

      —¿Qué tienes en mente? —preguntó, intentando inyectar entusiasmo a su voz.

      —Primero nos vestiremos…

      —¿Vestirnos?

      —Déjame hablar —alzó la sábana y se tapó el pecho. Parecía empeñada en que le prestara atención—. Cuando estemos vestidos, yo bajaré y empezaré a preparar el desayuno.

      El juego perdía atractivo por momentos. Pero el entusiasmo de Stacie crecía, así que forzó una expresión de interés y sonrió animoso.

      —Entonces, ¿qué?

      —Tú llamas a la puerta y simulamos que es nuestro primer encuentro —dijo ella—. Pero con una diferencia importante.

      Josh rezó por que la diferencia fuera muy grande, porque hasta ese momento el juego no tenía nada a su favor. Aparte, por supuesto, de que hacía sonreír a Stacie.

      —¿Te ha ocurrido alguna vez conocer a alguien que te impresionara hasta el punto de querer saltarte todas las convenciones sociales y saltar sobre él, es decir, sobre ella?

      Él lo pensó y recordó el momento en que vio a Stacie en el porche de Anna.

      —Sí, me ha ocurrido.

      —A mí también —afirmó ella.

      A Josh se le contrajo el estómago en un ataque de celos, tan inesperado como ridículo.

      —Cuando te vi a ti, me sentí así —musitó ella—. Estabas increíblemente atractivo.

      Era un cumplido agradable, pero Josh no había olvidado su crítica.

      —Te decepcionó que fuera un vaquero.

      —Pero seguiste pareciéndome sexy.

      —A ver si lo entiendo. Llamo a la puerta. Inicio mi ataque y…

      —Yo estoy dispuesta y deseosa —sonrió—. Pero no hay preservativos, así que los pantalones tienen que seguir en su sitio.

      —Me gusta este juego —aceptó él, empezando a ver sus posibilidades, a pesar de las restricciones.

      —¿Nos vemos abajo en veinte minutos? —Stacie enarcó una ceja.

      —Trato hecho —dijo él, sonriente de expectación.

      Capítulo 10

      A STACIE, ante la cocina de Josh, le costaba estarse quieta. Le parecía increíble haber sugerido el juego y haber conseguido que Josh lo aceptara.

      «Pide y te será dado», pensó. La frase bíblica del sermón del domingo anterior no era aplicable a situaciones como ésa, pero sin duda ser directa había funcionado.

      Se estremeció de excitación.

      Todo estaba listo. El café borboteaba en la reluciente cafetera, el beicon perfectamente hecho se escurría en toallas de papel y los huevos revueltos estaban casi a punto cuando se oyó un golpecito en la puerta de la cocina.

      Stacie bajó el fuego y fue hacia la puerta con el corazón acelerado. Le sudaban las palmas de las manos cuando abrió la puerta.

      —Buenos días, señora —Josh se quitó el sombrero—. Soy Josh Collins.

      —Stacie Summers —le ofreció la mano—. Encantada de conocerlo.

      —El placer es mío —sujetó su mano unos momentos y ella sintió un cosquilleo en el brazo.

      Stacie


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