Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller

Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller


Скачать книгу
tenemos mucho en común —abrió los ojos como platos—. Tú tienes siete perros y yo siete avestruces —bromeó.

      —Lo dijo en serio.

      —Ya, seguro.

      —Bueno, un perro y seis cachorros —aclaró—. Bert tuvo perritos hace ocho semanas.

      —¿Has dicho que «Bert» tuvo perritos? —insistió ella, aún sin creerlo del todo.

      —En realidad, la perra se llama Birdie —dijo él con expresión de desdén—. Se lo puso mi madre.

      —Apuesto a que son encantadores. Los perritos.

      —¿Quieres verlos?

      —¿Podría? —Stacie se enderezó en el asiento.

      —Si no te importa viajar por carretera un rato —comentó él—. Mi rancho está a sesenta kilómetros.

      Josh, con sutileza, estaba haciéndole saber que si accedía, pasarían el resto del día juntos. Y ofreciéndole la oportunidad de rechazarlo. Stacie no lo dudó, adoraba a los perritos. Y estaba pasándolo bien con él.

      —Hace un día precioso —dijo, sin mirar al cielo—. Perfecto para conducir un rato.

      —No intentes engañarme —sonrió él—. Te da igual conducir un rato o el tiempo. Sólo te interesan los perritos.

      —No, no —Stacie intentó mantener el rostro serio, pero se echó a reír.

      Estaba claro que la entendía muy bien. Deseó que su interés se limitara de verdad a los perritos. Porque si no era así, iba a tener problemas.

      Capítulo 2

      JOSH aparcó ante su envejecida casa y se preguntó cuándo había perdido el sentido común. Tal vez al ver a la belleza morena sentada en el porche y sentir un pinchazo de atracción. O cuando había empezado a hablar del tiempo y ella lo había escuchado con toda atención. O quizá cuando sus ojos se iluminaron como un árbol de Navidad al oírle mencionar a los perritos.

      Fuera por lo que fuera, llevarla al rancho había sido un error.

      La miró de reojo y vio cómo miraba a su alrededor con los ojos abiertos de par en par. Cuando su mirada se detuvo en la pintura agrietada y levantada, luchó contra el deseo de explicarle que tenía brochas, rodillos y latas de pintura en el granero para remediar eso en cuanto trasladara al resto del ganado. Pero calló.

      Daba igual lo que pensara de su casa; era suya y estaba orgulloso de ella. Situada junto al límite del bosque Gallatin y en la base de las montañas Crazy, la propiedad había pertenecido a su familia durante cinco generaciones. Cuando llevó a Kristin allí, de recién casada, la casa había estado recién reformada y pintada. Aun así, ella le había puesto pegas.

      —Es tan… —empezó a decir Stacie, luego se paró.

      «Destartalada. Vieja. Aislada», rememoró automáticamente las palabras que su ex esposa le había lanzado cada vez que discutían.

      —Impresionante —Stacie miró el prado que había al este de la casa, ya cubierto de nomeolvides azules—. Es como tener tu propio trocito de paraíso.

      Josh, sorprendido, dejó escapar el aire que había estado conteniendo sin ser consciente de ello.

      —Oh… —gritó Stacie, inclinándose hacia delante y apoyando las manos en el salpicadero al ver al perro de pelo corto, y tan negro que parecía azul, que se aproximaba al vehículo—. ¿Es Bert?

      —Sí —Josh sonrió y paró el motor.

      —Estoy deseando acariciarla.

      De reojo, Josh vio que se inclinaba hacia la manija de la puerta y le sujetó el brazo.

      —Espera a que te abra yo —dijo.

      —No hace falta —Stacie se liberó de su mano—. Por esta vez, puedes saltarte la caballerosidad.

      —No —Josh volvió a rodear su brazo con los dedos. Al ver cómo lo miraba ella, la soltó e intentó explicarse—. Bert puede ser muy territorial. Eres una desconocida y no sé cómo reaccionará.

      No quería asustar a Stacie, pero la semana anterior, Bert le había enseñado los dientes a un mensajero que fue a llevarle un paquete.

      —Ah —Stacie se recostó en el asiento—. Claro. No sé por qué no se me ha ocurrido.

      —Seguramente no habrá problema —dijo él, molesto por el instinto protector que había surgido en él—. Pero no quiero correr riesgos.

      Ella lo miró con gratitud, pero él prefirió fingir que no lo notaba. Abrió la puerta y bajó del vehículo. No necesitaba su agradecimiento. Habría hecho lo mismo por cualquier mujer, incluyendo a la anciana señorita Parsons, que le había golpeado los nudillos con una regla de madera en tercer curso. Lo haría por cualquier fémina, no sólo por una chica bonita que hacía que volviera a sentirse como un colegial.

      Josh centró su atención en la perra negra y gris que tenía a sus pies, agitando el rabo como loca.

      —Buena chica —se inclinó y rascó la cabeza de Bert. Había sido un regalo de cumpleaños de su madre, seis meses antes de que Kristin se marchara. A ella nunca le había gustado la perra. Lo cierto era que para entonces, a Kristin no le había gustado nada: ni el rancho, ni la casa, ni él.

      —¿Puedo bajar ya?

      Josh sonrió al captar la impaciencia de su voz. Descartó los recuerdos del pasado y corrió a abrirle la puerta, con Bert pegada a sus talones.

      —Sentada —dijo, mirando a la perra. Bert obedeció, clavando en él sus inteligentes ojos color ámbar, con las orejas tiesas y alerta—. La señorita Summers es amiga, Bert —dijo Josh, abriendo la puerta—. Sé buena.

      A pesar de la advertencia, el pelaje del cuello y el lomo de Bert se erizó cuando la morena bajó del vehículo. Josh se interpuso entre la perra y ella.

      —Perra bonita —la voz de Stacie sonó grave y serena. Rodeó a Josh, dio un paso adelante y extendió la mano—. Hola, Bert. Soy Stacie.

      Bert miró a Josh, luego dio un par de pasos adelante y olisqueó con cautela la mano de Stacie. Para sorpresa de Josh, empezó a lamerle los dedos.

      —Gracias, Birdie. Tú también me gustas —la sonrisa de Stacie se amplió al ver que la perra seguía lamiéndola—. Estoy deseando ver a tus bebés. Seguro que son tan bonitos como su mamá.

      Bert agitó el rabo de un lado a otro y Josh la miró con asombro. Para ser una mujer que había crecido sin mascotas, Stacie tenía buena mano con los animales.

      —Los pastores ganaderos australianos, como se denomina su raza, tienen fama de ser listos y fieles. Son fantásticos con el ganado —Josh hizo una pausa—. Aun así, no mucha gente diría que son bonitos…

      —Es muy bonita —Stacie se inclinó y puso una mano sobre las orejas de la perra, lanzando a Josh una mirada de advertencia.

      —Mis disculpas —Josh se llevó una mano a la boca para ocultar la sonrisa—. ¿Quieres ver a las seis versiones en miniatura?

      —¿Lo dudas? —Stacie se enderezó y le dio la mano—. Vamos.

      La mano le pareció muy pequeña dentro de la suya, pero su firmeza denotaba fuerza interior. Cuando había descubierto que había sido emparejado con una de sus amigas de Denver, se había preguntado si Anna había manipulado los resultados de la investigación.

      Pero empezaba a darse cuenta de que Stacie y él tenían más en común de lo que había pensado. Y le gustaba esa chica de ciudad. Por supuesto, eso no implicaba que fuera una buena pareja.

      Ya había estado antes con una chica de ciudad. Se había enamorado de ella y se había casado. Pero había aprendido


Скачать книгу