Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller

Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller


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del suyo. Cuando mencionó que Wes acababa de regresar a Sweet River tras pasar una época trabajando como corredor de bolsa en Wall Street, Stacie no pudo ocultar su sorpresa.

      —Necesito otro trago —bramó el hombre, concluyendo con un sonoro eructo.

      —Dime que vas a pasar la noche en el pueblo, hasta dormir la borrachera —exigió Josh, achicando los ojos.

      —Podría dormir contigo —la expresión de Wes se iluminó al mirar a Stacie—. Si me dejas.

      —Eso no va a ocurrir —los ojos azules de Josh se transformaron en rayitas plateadas bajo la luz.

      —Era broma —Wes soltó una carcajada—. Sé que es tuya—se puso serio—. Ojalá yo tuviera una mujer.

      —Por eso tienes que rellenar el cuestionario —comentó una voz conocida. Seth se abrió paso entre la gente y se situó junto a Wes—. Te lo dije, amigo. Necesitas una mujer. Haz el cuestionario.

      —Lo más probable es que no consigan emparejarme —Wes le quitó dos vasos de plástico llenos a un hombre que pasaba por allí. Dio un gran trago a uno y luego al otro.

      El vaquero cuyas cervezas acababa de robar se rió y siguió andando.

      —No lo sabrás si no pruebas —Seth miró a Stacie y a Josh—. Mira a Collins. ¿Quién habría pensado que él conseguiría pareja?

      —Eh —Josh dio un empujón a Seth—. Cuidadito.

      —Quiero una tan guapa como ella —dijo Wes mirando a Stacie, como si estuviera pidiendo una ración de patatas bien fritas.

      Ella tuvo la sensación de que el brazo de Josh se tensaba sobre sus hombros.

      —Ve a casa de Anna mañana y rellena un cuestionario —Seth le dio una palmada en la espalda—. Hará cuanto pueda por ti.

      —Vale —Wes terminó la cerveza de la mano derecha y estrujó el vaso de plástico—. Tengo que ir a vaciar la vejiga.

      —No me lo imagino en Wall Street —dijo Stacie, conteniendo la risa que burbujeaba en su garganta.

      —Se le daba muy bien. Ganó montones de pasta —dijo Josh con una sonrisa.

      —Pues parece que rellenará el cuestionario —Stacie miró a Seth con admiración—. ¿Te han dicho alguna vez que se te da muy bien reclutar?

      —Aún no he terminado —Seth le guiñó un ojo y después miró a un grupo de vaqueros que había en una mesa cercana—. Con cinco más cumpliré mi cuota —se alejó de ellos sin decir nada más.

      —Espero que Wes encuentre a alguien —dijo Josh, pensativo—. Aunque no sea su mejor noche, es un buen tipo. Le resultó muy duro regresar para ocuparse del rancho cuando su padre enfermó. Sé que se siente solo.

      El corazón de Stacie se conmovió por el dulce gigante. En dos semanas había descubierto que lo que les decía Anna a Lauren y a ella era cierto: no había suficientes mujeres para todos. Esa noche los hombres las triplicaban en número.

      —Seth está esforzándose para ayudar a formar parejas —murmuró Stacie mientras Josh la conducía hacia una mesa alejada de la pista—. Por encima de lo que se esperaba de él.

      —Quiere mucho a su hermana —Josh apartó una silla para Stacie y se sentó en la contigua.

      Ella pensó que, sin duda, Josh era el hombre más guapo de toda la sala. Inhaló profundamente y sintió un cosquilleo en el corazón. Además olía de maravilla. El aroma especiado de su colonia le aceleraba el pulso.

      —Le hace feliz que haya vuelto a Sweet River —añadió Josh.

      —Mis padres y hermanos también se alegrarían si yo volviera a Ann Arbor —comentó Stacie con ironía—. Es difícil dirigir mi vida a distancia.

      Josh acercó la cesta que había en el centro de la mesa, agarró dos cacahuetes y le ofreció uno.

      —No recuerdo que mencionaras a tu familia la otra tarde —comentó.

      —Alégrate —susurró Stacie en tono lúgubre—. Alégrate mucho.

      Josh no se echó a reír ni cambió de tema, a diferencia de lo que ella esperaba. La miró fijamente y rompió la cáscara del cacahuete.

      —Entiendo que no os lleváis bien.

      —Yo no diría eso —Stacie intentó mantener un tono de voz ligero. Nunca había querido ser una de esas personas que se quejaban de su vida o de su horrible infancia. Podría haber sido mucho peor. Además, tener aspiraciones elevadas para un hijo no podía considerarse maltrato—. Todos han triunfado. Yo soy la proverbial oveja negra.

      —Creer que tu familia no respeta y valora la persona en la que te has convertido debe de ser doloroso —Josh buscó su mirada con los ojos.

      —Su opinión no me molesta —se le había hecho un nudo en la garganta al oír el tono compasivo de Josh—. Al menos, la mayor parte del tiempo.

      Para evitar su mirada, Stacie agarró un puñado de cacahuetes. Peló uno y se lo metió en la boca. Cuando sus ojos volvieron a encontrarse, Stacie había controlado sus emociones.

      —Además, probablemente tengan razón.

      —No puedes creer eso.

      —A veces sí —Stacie titubeó. No quería mentir, pero tampoco abrirle su alma—. Otras me digo que lo único que ocurre es que yo no defino el triunfo de la misma manera que ellos.

      —Eso me ocurría a mí en la universidad —la mirada de Josh se perdió en la distancia—. La mayoría de mis compañeros querían ganar dinero. Yo sólo quería volver aquí y ser ranchero.

      —Eso mismo quiero yo —hizo una pausa y se echó a reír al ver su mirada de asombro y analizar lo que había dicho—. No. No quería, ni quiero, ser ranchero. Quiero ser feliz haciendo el trabajo de mi vida. Pero, a diferencia de ti, aún no he encontrado el camino hacia mi edén.

      Sorprendentemente, Josh no se rió. Si acaso, su expresión se tornó aún más seria.

      —Si pudieras hacer cualquier cosa, ¿qué harías?

      Parecía interesado de verdad. Por desgracia, a lo largo de los años ella había descubierto lo peligroso de compartir sus sueños. Sabía que la mayoría de los hombres estarían encantados de dirigir su vida si ella lo permitiera. Sin embargo, Josh no parecía ser de ésos.

      —Vamos, dímelo —la animó Josh, como si percibiera su debate interno—. Sé guardar un secreto.

      Tal vez el calor y el baile le habían recalentado el cerebro. O quizá fuera que Josh entendía que el dinero no lo era todo. O las cervezas que había bebido le habían soltado la lengua. Pero el caso era que decidió compartir su sueño con él.

      —Tendría una empresa de catering y crearía platos divertidos. Nada me gusta más que las fiestas, cocinar y ser creativa. Poder hacer eso a diario sería… increíble.

      Sintió un anhelo tan intenso que se quedó sin aire. Creía haber enterrado su sueño, pero hacía falta muy poco para avivar el rescoldo.

      —A juzgar por la cena que hiciste la otra noche, creo que tendrías mucho éxito —afirmó él. El tono sincero de su voz la reconfortó—. Aunque me imagino que tendrías que vivir en una gran ciudad para tener suficientes clientes para sobrevivir.

      —Hice un plan de negocio hace varios años —Stacie se sonrojó, avergonzada sin saber por qué. Aunque sólo había estudiado Empresariales para complacer a su padre, tenía que admitir que parte de lo aprendido resultaba útil a veces—. Las conclusiones me sorprendieron.

      —¿Qué descubriste? —Josh enarcó una ceja.

      —Que no tendría que ser una ciudad como Nueva York o Los Ángeles. Ni siquiera una del tamaño de Denver —contestó Stacie—. Una ciudad de


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