El colapso ecológico ya llegó. Maristella Svampa
y más precarización, en el marco de un “capitalismo del caos”, con mercados y fronteras nacionales más estrictos; o bien, sin caer en una visión ingenua, la crisis puede habilitar la construcción de una globalización más democrática, ligada al paradigma del cuidado, por la vía de la implementación y el reconocimiento de la solidaridad y la interdependencia como lazos sociales e internacionales, así como de políticas públicas orientadas a una nueva agenda, un gran pacto ecosocial y económico que aborde conjuntamente la justicia social y ambiental.
Parafraseando a José Carlos Mariátegui, uno de los intelectuales marxistas más emblemáticos de América Latina, debemos utilizar las herramientas que nos brinda el pensamiento político y socioecológico del Sur, no como “dogma”, no como fórmula o rótulo, sino como “brújula” en nuestro viaje. Así, este libro no aspira a proveer un itinerario establecido de antemano sino, precisamente, una brújula, una carta geográfica, pues lo que necesitamos en la hora actual, como afirmaba lúcidamente Mariátegui, es “pensar con libertad”, y “la primera condición es abandonar la preocupación de la libertad absoluta”. Y concluye: “El pensamiento tiene la necesidad estricta de rumbo y objeto. Pensar bien es, en gran parte, una cuestión de dirección o de órbita” (Mariátegui, 1995). De eso trata El colapso ecológico ya llegó.
[1] Ambos proyectos legislativos contaron con el asesoramiento de uno de los autores de este libro.
[2] Ignacio de la Rosa, “Mendoza vive la mayor crisis hídrica desde que hay registros oficiales”, Los Andes, 9/10/2019, disponible en <www.losandes.com.ar>.
1. Del fracaso de las COP al movimiento por la justicia climática
El Antropoceno y el terricidio como nuevo umbral
La realidad acuciante de la crisis climática nos revela un planeta cada vez más inhóspito, atravesado por fenómenos climáticos extremos: huracanes y supertifones de inusitada frecuencia, diluvios bíblicos e inundaciones sin fin, incendios que arrasan millones de hectáreas y exterminan la vida vegetal y la de miles de animales no humanos en los cinco continentes, sequías que rebasan cualquier récord histórico, acelerado derretimiento de los glaciares, entre los más visibles. Los fenómenos meteorológicos extremos y la variabilidad del clima nos arrojan a un fluir espaciotemporal diferente, marcado por mutaciones bruscas de efectos perdurables. Las amenazas son constantes y pueden ser directas –olas de calor, desertificación, inundaciones– o indirectas –propagación de enfermedades transmitidas por distintos vectores, aumento de refugiados climáticos, emigración y guerra, por nombrar solo algunas–.
¿Es el capitalismo el que nos ha llevado hasta este precipicio, el que nos ha dejado al borde del abismo o del “terricidio”, como señala la referente mapuche Moirá Millán?[3] Sin duda, ninguna lectura de la crisis socioecológica/climática actual puede dejar de incluir una mirada de largo plazo sobre la dinámica histórica del capitalismo y su vínculo con un determinado régimen ecológico/ambiental y sobre la visión antropocéntrica que permea nuestra civilización.
Vivimos una época rica en conocimientos y saturada de información, mucha más de la que podríamos absorber y procesar en siete vidas consecutivas. El nuestro es un tiempo de crisis prolongadas y probables colapsos que el Antropoceno, en cuanto compendio de conocimientos y diagnósticos, no se ha cansado de anunciar. El Antropoceno designa un nuevo período, en el cual el humano representa una fuerza transformadora con alcance global y geológico. El ingreso a esta nueva era geológica instala la idea de que hemos traspuesto un umbral peligroso, cuyas manifestaciones más evidentes son el calentamiento global y sus consecuencias sobre la crisis climática. El término “Antropoceno” –del griego ἄνθρωπος (anthropos), hombre, y καινός (kainos), nuevo o reciente– fue propuesto, entre otros científicos, por el químico Paul Crutzen (2006) en 2000 para sustituir al Holoceno, período caracterizado por la estabilidad climática, de entre diez y doce mil años de duración, que permitió la expansión y el dominio del ser humano sobre la Tierra.[4]
El concepto de Antropoceno pronto se trasladó al campo de las ciencias de la Tierra, como también a las ciencias sociales y humanas e incluso al ámbito artístico, por lo cual devino una suerte de “categoría síntesis”, esto es, un punto de convergencia para geólogos, ecólogos, climatólogos, historiadores, filósofos, artistas y críticos de arte. Según las visiones más críticas, los grandes cambios de origen antrópico o antropogénico que hacen peligrar la vida en el planeta están ligados a la dinámica de acumulación del capital y los modelos de desarrollo dominantes, cuyo carácter insustentable ya no se puede ocultar ni disimular.
Para diversos especialistas y científicos habríamos ingresado al Antropoceno hacia 1780, esto es, en la era industrial, con la invención de la máquina de vapor y el comienzo de la explotación y el consumo de combustibles fósiles. A partir de 1945, a esta primera fase siguió “la gran aceleración”, cuando los indicadores de actividad humana van desde la mayor petrolización de las sociedades y la concentración atmosférica del carbono y el metano hasta el aumento de las represas, sin olvidar los cambios cruciales en el ciclo del nitrógeno y del fósforo, y la drástica pérdida de biodiversidad.
Para el Anthropocene Working Group –integrado por geólogos de la Universidad de Leicester y del Servicio Geológico Británico bajo la dirección de Jan Zalaslewicz–, el planeta habría iniciado una nueva era geológica hacia 1950, con la presencia de residuos radiactivos de plutonio tras los numerosos ensayos con bombas atómicas a mediados del siglo XX. Por último, el historiador Jason Moore propone indagar los orígenes del capitalismo y la expansión de las fronteras de la mercancía en la larga Edad Media para identificar los rasgos de lo que denomina “Capitaloceno”.
Desde nuestra perspectiva, es necesario propiciar el alcance crítico y desacralizador del concepto, y pensar el Antropoceno en clave de expansión de la mercantilización y las fronteras, lo cual nos obliga a retomar la crítica al capitalismo neoliberal y los modelos de desarrollo dominantes. Esto no significa que debamos abandonar la noción-síntesis. Antes bien, resulta imprescindible subrayar la tensión que lo atraviesa, pues se trata de un concepto en disputa, atravesado por diferentes narrativas no siempre convergentes no solo respecto del comienzo de la nueva era, sino, sobre todo, de las salidas posibles de la crisis sistémica. El Antropoceno como diagnóstico crítico nos desafía a pensar la problemática socioecológica desde otro lugar y cuestiona las dinámicas actuales del desarrollo. Instala la idea de que la humanidad ha traspuesto un umbral y ha quedado expuesta a las respuestas cada vez más imprevisibles y a gran escala de la naturaleza. No se trata solo de una crisis del anthropos. No es solo la vida humana la que está en peligro, sino también la de otras especies y del sistema Tierra en su conjunto.
El Antropoceno inicia una etapa marcada por las narrativas del fin. Así, no resulta raro que exista una profusa bibliografía acerca del colapso de la civilización humana, ya que no son pocos los especialistas que postulan que el ecocidio –o lo que aquí denominamos “terricidio”– es la mayor amenaza que pesa sobre la sociedad mundial y la vida en el planeta. Si a esto sumamos las igualmente temibles hipótesis de una guerra global y una pandemia, estamos ante factores que lejos de excluirse pueden potenciarse unos a otros hasta coincidir en una combinatoria fatal para la humanidad.
En este primer capítulo presentaremos los factores que dan cuenta de la crisis socioecológica actual, para luego indagar los avances y retrocesos de la conciencia ambiental a través de las cumbres globales sobre el ambiente y el clima. También nos interesa preguntarnos sobre el esquizofrénico escenario global en el que, por un lado, prosperan los movimientos por la justicia climática y los llamados cada vez más desesperados a frenar el calentamiento global, y por otro, persiste la posición de una élite política y económica favorable a los combustibles fósiles cuyo negacionismo está representado por importantes líderes mundiales.
Factores de la crisis
Los