Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas
vaya! - dijo lord de Winter-. Tras haber hecho comedia, tras haber hecho tragedia, ahora hacemos melancolía.
La prisionera no respondió.
-Sí, sí - continuó lord de Winter-, comprendo; de buena gana quisierais estar en libertad en esa orilla; de buena gana querríais, sobre un buen navío, hender las olas de ese mar verde como la esmeralda; querríais de buena gana, bien en tierra, bien sobre el océano, tenderme una de esas buenas emboscadas que tan bien sabéis combinar. ¡Paciencia, paciencia! Dentro de cuatro días os será permitida la orilla, os será abierto el mar, más abierto de lo que quisierais, porque dentro de cuatro días Inglaterra será desembarazada de vos.
Milady unió las manos, y alzando sus hermosos ojos al cielo:
-¡Señor, Señor! - dijo con una angélica suavidad de gesto y de entonación-. Perdonad a este hombre como yo lo perdono.
-Sí, reza, maldita - exclamó el barón-. Tu oración es tanto más generosa cuanto que, te lo juro, estás en poder de un hombre que no perdonará.
Y salió.
En el momento en que salía, una mirada penetrante se coló por la puerta entreabierta, y ella vislumbró a Felton que volvía a su sitio rápidamente para no ser visto por ella.
Entonces se arrojó de rodillas y se puso a rezar.
-¡Dios mío, Dios mío! - dijo-. Vos sabéis por qué santa causa sufro; dadme, pues, la fuerza de sufrir.
La puerta se abrió suavemente; la hermosa suplicante fingió no haber oído, y con una voz llena de lágrimas continuó:
-¡Dios vengador, Dios de bondad! ¿Dejaréis que se cumplan los horribles proyectos de este hombre?
Sólo entonces fingió ella oír el ruido de los pasos de Felton y, alzándose rápida como el pensamiento, se ruborizó como si tuviera vergüenza de haber sido sorprendida de rodillas.
-No me gusta molestar a los que rezan, señora - dijo gravemente Felton ; no os molestéis, pues, por mí, os lo suplico.
-¿Cómo sabéis que rezaba? Señor - dijo Milady, con una voz ahogada por los sollozos-, os equivocáis; señor, yo no rezaba.
-¿Pensáis acaso, señora - respondió Felton con su misma voz grave, aunque con un acento más dulce - que me creo con derecho de impedir a una criatura prosternarse ante su Creador? ¡No lo permita Dios! Por otra parte, el arrepentimiento sienta bien a los culpables; sea el que fuere el crimen que haya cometido, un culpable a los pies de Dios me parece sagrado.
-¡Culpable yo! - dijo Milady con una sonrisa que habría desarmado al angel del juicio final-. ¡Culpable! ¡Dios mío, tú sabes bien si lo soy! Si decís que estoy condenada, señor, sea en buena hora; pero ya lo sabéis Dios, que ama a los mártires, permite que, a veces, se condene a los inocentes.
-Si estuvierais condenada, si fuerais mártir - respondió Felton-, razón de más para rezar, y yo mismo os ayudaría con mis plegarias.
-¡Oh! Vos sois justo - exclamó Milady, precipitándose a sus pies ; mirad, no puedo resistir por más tiempo, porque temo que me falten las fuerzas en el momento en que tenga que sostener la lucha y confesar mi fe; escuchad, pues, la súplica de una mujer desesperada. Os engañan, señor, pero no se trata de esto, no os pido más que una gracia, y si me la concedéis, os bendeciré en este mundo y en el otro.
-Hablad con el señor, señora - dijo Felton ; afortunadamente no estoy encargado ni de perdonar ni de castigar; y es alguien más alto que yo a quien Dios ha confiado esa responsabilidad.
-A vos, no, sólo a vos. Escuchadme, antes de contribuir a mi perdición, antes de contribuir a mi ignominia.
-Si habéis merecido esa vergüenza, señora, si habéis incurrido en esa ignominia, hay que sufrirla ofreciéndola a Dios.
-¡Qué decís! ¡Oh, no me comprendéis! Cuando yo hablo de ignominia, creéis que hablo de un castigo cualquiera, de la prisión o de la muerte. ¡Ojalá plazca al cielo! ¿Qué me importan a mí la muerte o la prisión?
-Soy yo quien ahora no os comprende, señora.
-O quien finge no comprenderme, señor - respondió la prisionera con una sonrisa de duda.
-¡No, señora, por el honor de un soldado, por la fe de un cristiano!
-¡Cómo! ¿Ignoráis los designios de lord de Winter sobre mí?
-Los ignoro.
-Imposible, sois su confidente.
-Yo no miento nunca, señora.
-¡Oh! Se esconde demasiado poco para que no se le adivine.
-Yo no trato de adivinar nada, señora; yo espero que se confíe a mí; y aparte de lo que ante vos me ha dicho, lord de Winter nada me ha confiado.
-Mas - exclamó Milady con un increíble acento de verdad-, ¿no sois, pues, su cómplice, no sabéis, pues, que él me destina a una vergüenza que todos los castigos de la tierra no podrían igualar en horror?
-Os equivocáis, señora - dijo Felton enrojecido ; lord de Winter no es capaz de semejante crimen.
«Bueno - dijo Milady para sus adentros-, ¡sin saber lo que es, lo llama crimen!»
Y luego, en voz alta:
-El amigo del infame es capaz de todo.
-¿A quién llamáis infame? - preguntó Felton.
-¿Hay en Inglaterra dos hombres a quien un nombre semejante pueda convenir?
-¿Os referís a Georges Villiers? - dijo Felton, cuyas miradas se inflamaron.
-A quien los paganos, los gentiles y los infieles llaman duque de Buckingham - prosiguió Milady-. ¡No habría creído que hubiera un inglés en toda Inglaterra que necesitara una explicación tan larga para reconocer a aquel al que me refería!
-La mano del Señor está extendida sobre él - dijo Felton-, no escapará al castigo que merece.
Felton no hacía sino expresar respecto al duque el sentimiento de execración que todos los ingleses habían consagrado a aquel a quien los mismos católicos llamaban el exactor, el concusionario, el disoluto, y a quien los puritanos llamaban simplemente Satán.
-¡Oh, Dios mío, Dios mío! - exclamó Milady-. Cuando os suplico enviar a ese hombre el castigo que le es debido, sabéis que no es por venganza propia por lo que lo persigo, sino que es la liberación de todo un pueblo lo que imploro.
-¿Lo conocéis entonces? - preguntó Felton.
«Por fin me pregunta», se dijo a sí misma Milady en el colmo de la alegría por haber llegado tan pronto a tan gran resultado.
-¡Oh! ¿Si lo conozco? ¡Claro que sí! ¡Para mi desgracia, para mi desgracia eterna!
Y Milady se torció los brazos como llegada al paroxismo del dolor. Felton sintió sin duda en sí mismo que su fuerza lo abandonaba, y dio algunos pasos hacia la puerta; la prisionera, que no lo perdía de vista, saltó en su persecución y lo detuvo.
-¡Señor! - exclamó-. Sed bueno, sed clemente, escuchad mi ruego: ese cuchillo que la fatal prudencia del barón me ha quitado, porque sabe el uso que quiero hacer de él. ¡Oh, escuchadme hasta el final! ¡Ese cuchillo dejádmelo un mimuto solamente, por gracia, por piedad! Abrazo vuestras rodillas; mirad, cerraréis la puerta, no es en vos en quien quiero usarlo. ¡Dios!, en vos, el único ser justo, bueno y compasivo que he encontrado; en vos, mi salvador quizá; un minuto, ese cuchillo, un minuto, uno sólo, y os lo devuelvo por el postigo de la puerta; nada más que un minuto, señor Felton, ¡y habréis salvado mi honor! -¡Mataros! - exclamó Felton con terror, olvidando retirar sus manos de las manos de la prisionera-. ¡Mataros!
-¡He dicho señor - murmuró Milady bajando la voz y dejándose caer abatida sobre el suelo-, he dicho mi secreto! Lo sabe todo, Dios mío, estoy perdida.
Felton