Susurran tu nombre. Alex North
de palo que libraban una trepidante batalla.
—¿Estás bien, Jake?
Levantó la vista. Era Sharon, una de las adultas que trabajaban en el Club 567. Hasta aquel momento había estado limpiando en el otro extremo de la sala, pero se había acercado y se había puesto en cuclillas, con las manos colgando entre las rodillas.
—Sí —dijo Jake.
—Un dibujo muy bonito.
—Aún no está acabado.
—¿Y qué será?
Jake pensó en cómo explicarle la batalla que estaba dibujando, los distintos bandos que la estaban librando, con las líneas entre ellos y los garabatos tachando a los que habían perdido, pero era demasiado complicado.
—Una batalla.
—¿Estás seguro de que no quieres salir a jugar con los otros niños? Hace un día precioso.
—No, gracias.
—Tenemos protector solar. —Miró a su alrededor—. Y me parece que por aquí encontraremos también alguna gorra.
—Tengo que acabar el dibujo.
Sharon se incorporó y suspiró para sus adentros, pero mantuvo una expresión bondadosa. Estaba preocupada por él y, aunque no era necesario que lo estuviera, Jake lo encontraba agradable. Jake siempre notaba cuándo alguien se preocupaba por él. Su padre solía preocuparse a menudo, excepto cuando perdía la paciencia. A veces gritaba, y decía cosas como «Todo esto sucede porque me gustaría que hablases conmigo, quiero saber qué piensas y qué sientes», y cuando eso pasaba le daba miedo, porque Jake tenía la sensación de estar decepcionando a su padre y poniéndolo triste. Pero no sabía cómo ser distinto a como era.
Círculos y más círculos. Otro campo de fuerza, con las líneas solapándose. ¿Y si en lugar de eso fuese un portal? ¿Para que la figurilla del interior pudiera desaparecer de la batalla y marcharse a un lugar mejor? Jake le dio la vuelta al lápiz y empezó a borrar con mucho cuidado la persona que había dibujado antes.
«Ya está».
«Ya estás a salvo, dondequiera que estés».
Una vez, después de que su padre perdiera los nervios, Jake se encontró una nota en la cama. Y se vio obligado a reconocer que era un dibujo muy bueno de los dos sonriendo, y debajo, su padre había escrito:
Lo siento. Solo quería recordarte que aunque nos peleemos, seguimos queriéndonos mucho. Besos
Jake había guardado la nota en su Estuche de Cosas Especiales, junto con todas las demás cosas importantes que quería guardar. Decidió echarle un vistazo. El Estuche estaba en la mesa, delante de él, justo al lado del dibujo.
—Sé que pronto vas a cambiarte de casa —dijo la niña.
—¿Quién? ¿Yo?
—Tu padre ha ido hoy al banco.
—Sí, ya lo sé. Pero dice que aún no está seguro de que lo hagamos. A lo mejor no le dan esa cosa que necesita.
—La hipoteca —dijo la niña cargándose de paciencia—. Pero se la darán.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque es un escritor famoso, ¿no? Es bueno inventándose cosas. —Miró el dibujo de Jake y sonrió para sus adentros—. Como tú.
Jake se preguntó sobre el porqué de aquella sonrisa. Era una sonrisa extraña, como si estuviera feliz y a la vez triste. Pensándolo bien, él también se sentía así cuando pensaba en lo de cambiar de casa. No le gustaba seguir viviendo allí, y sabía que su padre también se sentía triste, pero mudarse seguía pareciéndole algo que a lo mejor no deberían hacer, por mucho que hubiera sido él quien se había fijado en la nueva casa en el iPad de su padre cuando estaban mirando nuevas propiedades juntos.
—Pero cuando me haya cambiado de casa seguiré viéndote, ¿no? —dijo Jake.
—Pues claro. Ya sabes que sí. —Y entonces, la niña se inclinó hacia delante y le habló en un tono más apremiante—. Pero pase lo que pase, recuerda lo que te dije. Es importante. Tienes que prometérmelo, Jake.
—Te lo prometo. ¿Pero qué significa?
Jake pensó por un momento que la niña iba a explicárselo un poco más, pero justo en aquel momento sonó el timbre en el otro extremo de la sala.
—Demasiado tarde —susurró la niña—. Ya está aquí tu padre.
Cuatro
Cuando llegué, la mayoría de los niños estaba jugando en la zona exterior del Club 567. Mientras aparcaba, se oían las risas. Todos parecían la mar de felices, la mar de «normales» y, por un momento, recorrí el grupillo con la mirada en busca de Jake, esperando encontrarlo entre ellos.
Pero, naturalmente, mi hijo no estaba allí.
Lo encontré dentro, sentado de espaldas a mí, inclinado sobre un dibujo. Se me partió un poco el corazón al verlo. Jake era pequeño para su edad, y aquella postura lo hacía parecer más menudo y vulnerable que nunca. Era como si estuviese intentando desaparecer en el dibujo que tenía delante de él.
¿Y por qué culparlo? Jake odiaba ir al club, yo lo sabía, por mucho que nunca pusiera pegas cuando tenía que ir ni se quejara al salir de allí. Pero me daba la impresión de que no me quedaba otra alternativa. Desde la muerte de Rebecca se habían producido muchas situaciones insoportables: la primera vez que tuve que llevarlo a cortarse el pelo, cuando tuve que encargarme de comprarle todo el uniforme escolar, cuando abrí con torpeza los regalos de Navidad porque las lágrimas me impedían ver nada. Una lista interminable. Pero por alguna razón, lo más duro habían sido las vacaciones escolares. Por mucho que quisiera a Jake, me resultaba imposible pasar todo el día, cada día, con él. No tenía la sensación de que dentro de mí quedara lo suficiente como para poder llenar todas aquellas horas, y a pesar de que me odiaba a mí mismo por no saber ser el padre que mi hijo necesitaba, la verdad era que a veces necesitaba tiempo para mí. Para olvidar la distancia que se expandía entre nosotros. Para ignorar mi incapacidad creciente para saber abordar la situación. Para permitirme derrumbarme y llorar un rato, sabiendo que Jake no podía entrar en cualquier momento y descubrirme.
—Hola, colega.
Le posé la mano en el hombro. No levantó la vista.
—Hola, papá.
—¿Qué has estado haciendo?
—Poca cosa.
Noté bajo la mano un gesto de indiferencia casi imperceptible. Era como si su cuerpo apenas estuviera allí, como si fuese incluso más ligero y más blando que el tejido de la camiseta que llevaba puesta.
—He jugado un poco con alguien.
—¿Con alguien?
—Con una niña.
—Eso está muy bien. —Me incliné y miré el papel—. Y también has estado dibujando, por lo que veo.
—¿Te gusta?
—Pues claro. Me encanta.
De hecho, no tenía ni idea de qué pretendía ser aquello. Algún tipo de batalla, supuse, aunque era imposible discernir quién era quién o qué estaba pasando. Jake rara vez dibujaba cosas estáticas. Sus dibujos cobraban vida, eran una animación que se desplegaba sobre papel, y el resultado final era como una película en la que podías ver todas las escenas a la vez, superpuestas unas sobre otras.
Pero era creativo, y eso me gustaba. Era en una de las cosas en las que se parecía a mí, una conexión que teníamos. Aunque la verdad era que apenas había escrito una sola palabra en los diez meses que habían transcurrido desde la muerte de Rebecca.
—¿Vamos a irnos a vivir a