Justificación. N.T. Wright

Justificación - N.T. Wright


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un número creciente de académicos que, por temor a que la gran tradición Reformada de lectura y predicación paulinas esté siendo atacada, ha salido en su defensa, al punto de que cada semana que transcurre nos trae un nuevo lote de respuestas cargadas de preocupación y ansiedad a “la nueva perspectiva de Pablo”, a mí y a algunos de sus exponentes. No puedo entrar a debatir con todo eso. En efecto, hay muchos escritores importantes con los que simplemente no puedo interactuar en detalle. Espero, eso sí, como lo digo en el primer capítulo, esbozar algo más parecido a un ejercicio de rodeo por los flancos que a un ejercicio de desafío directo en todos los frentes posibles. Esto último —el ataque frontal— resultaría en una lucha cuerpo a cuerpo, no solo en cada renglón de Pablo, sino también en torno a lo que todos han dicho sobre cada uno de esos renglones. Hay un lugar para esa clase de libro, pero este es de un orden diferente.

      Entonces, ¿de qué se trata todo esto? Un simpático crítico inglés proveniente de una parte de la iglesia que generalmente no se preocupa demasiado por los detalles de “la doctrina de la justificación” habló de un toma-y-dame de textos y combates teológicos. Con eso quiso decir no se trata nada más que de un torneo intramuros puesto en escena solamente para aquellos a quienes les gusta ese tipo de cosas, pero no algo relevante para las preocupaciones de envergadura de las que se ocupa la iglesia. No se sorprendan si les digo que yo no comparto esa opinión. La justificación es muy importante. Los debates que se han dado alrededor de esa doctrina en una variedad de contextos son en realidad los puntos cardinales de muchos otros problemas a los que todos nos enfrentamos.

      ¿Qué es lo polémico, entonces, en todo esto? De eso es, por supuesto, de lo que el libro se trata. Sin embargo, puede ser provechoso señalar brevemente en dónde están algunos de los principales puntos de presión.

      En segundo lugar, la cuestión que se plantea es sobre los medios de salvación; cómo se consuma la salvación. Aquí, John Piper y la tradición que él representa han dicho que la salvación se logra por la gracia soberana de Dios, la cual opera a través de la muerte de Jesucristo en nuestro lugar y en nuestro nombre, y que uno se debe apropiar de la salvación solo por la fe. Estoy de acuerdo al cien por ciento. No hay una sílaba en ese resumen de la que yo pueda tener queja alguna. Con todo, falta algo, o, mejor dicho, alguien ha desaparecido. ¿Dónde está el Espíritu Santo? En algunos de los grandes teólogos Reformados, nada menos que en el mismo Juan Calvino, la obra del Espíritu es tan importante como la del Hijo. Sin embargo, no puedes simplemente ir y agregar al Espíritu al final de la ecuación y esperar que siga conservando la misma forma. Parte de mi alegato en este libro es que la obra del Espíritu se tome en serio en relación tanto con la fe misma de la persona cristiana como con la forma en que esa fe “actúa mediante el amor” (Gálatas 5.6). La manera en que la fe impulsada por el Espíritu actúa en forma concreta a través del amor y todo lo que fluye de él explica cómo se hace completo el rescate final de Dios a favor de su pueblo, que lo saca de la muerte misma (Romanos 8.1-11).

      En tercer lugar, viene la pregunta sobre el significado de la justificación; a qué se refieren en realidad ese término y los conceptos afines. Algunos cristianos usan “justificación” y “salvación” como si fueran palabras intercambiables, pero esto es claramente erróneo frente a la escritura misma. La “justificación” es el acto de Dios por el cual las personas son “declaradas justas” delante de él. Es así como lo dicen los grandes teólogos de la Reforma, John Piper incluido. Y así es, en verdad. Por supuesto. Pero, ¿qué implica esa declaración? ¿Cómo se produce? Piper insiste en que la “justificación” significa la “imputación” de la “rectitud” —la obediencia perfecta de Jesucristo— a la persona pecadora, revistiéndola con ese estado de rectitud, de justicia imputada, desde el primer momento en que tiene fe hasta su llegada final al cielo (Piper, 9).

      Entiendo la fuerza de esa propuesta y el sentido de seguridad que aporta. Además, estoy de acuerdo en que la doctrina de la justificación ofrece, de hecho, un sentido de seguridad, tal como lo expone Pablo. Con todo, como sostengo en este libro, la forma como Pablo procede no corresponde a la de Piper. La doctrina de justificación en Pablo es el lugar de encuentro de cuatro temas que Piper, y otros como él, se las han ingeniado para ignorar o dejar de lado.

      En primer lugar, la doctrina de justificación en Pablo es acerca de la obra de Jesús, el Mesías de Israel. No se puede entender lo que Pablo dice acerca de Jesús —ni sobre el significado de su muerte para nuestra justificación y salvación— a menos que se vea a Jesús como aquel en quien “todas las promesas de Dios encuentran su Sí” (2 Corintios 1: 20). Para muchos escritores del estilo de Piper, la larga historia de Israel parece funcionar simplemente como telón de fondo, una fuente de textos de prueba y tipos, más que como la historia de los propósitos salvíficos de Dios. Piper y otros como él me han acusado de minimizar el significado de la muerte salvífica, de hecho, substitutiva, de Jesús en la doctrina de la justificación de Pablo. Espero que este libro les dé a tales elucubraciones su debido descanso, mientras les recuerdo a mis críticos cómo esa parte de la teología de Pablo realmente funciona.

      En segundo lugar, la doctrina de la justificación en Pablo trata, por lo tanto, acerca de lo que bien podemos llamar el pacto —el que Dios hizo con Abraham—; el pacto cuyo propósito fue desde el principio un llamado a una familia mundial a través de la cual los propósitos salvadores de Dios para el mundo se harían realidad. Para Piper, y muchos como él, la sola idea de un “pacto” de ese tipo sigue siendo extrañamente ajena y extraterrestre. Él y otros me acusan de haberme inventado la idea de la historia de Israel como una narración en curso en la que el “exilio” en Babilonia se había “extendido” por cientos de años, de tal manera que los judíos en los días de Pablo todavía estaban esperando el “fin del exilio”, el verdadero cumplimiento de las promesas del pacto. A pesar de la robusta teología del pacto del mismo Juan Calvino y de su lectura positiva de la historia de Israel como cumplida en Jesucristo, muchos que hoy reclaman para sí una herencia calvinista o “Reformada” se resisten a aplicarla de la manera que, como sostengo en este libro, el mismo Pablo lo hace a tono con los fundamentos bíblicos sólidos que sustentan el tema del “exilio continuo”.

      En tercer lugar, la doctrina de justificación en Pablo se centra en el tribunal divino. Dios, como juez, “encuentra que están a favor de” y, por lo tanto, absuelve de su pecado a los que creen en Jesucristo. La palabra “justificar” tiene esta base metafórica jurídica. Para John Piper y otros que comparten su perspectiva, el imaginario del tribunal suscita otro tipo de lectura en la que la atención se centra más bien en el supuesto logro moral de Jesús al obtener, a través de su obediencia perfecta, una “rectitud” que luego puede transmitir a su pueblo fiel. Piper y otros me han acusado de imponer sobre Pablo este marco del “tribunal”. Yo sostengo que es Pablo mismo el que insiste en eso.

      En cuarto lugar, la doctrina de justificación en Pablo está ligada a la escatología, es decir, a su visión del futuro de Dios para todo el mundo y para su pueblo. A través de sus escritos —especialmente en Romanos— Pablo prevé dos momentos: a) la justificación final cuando Dios ponga todo el mundo en orden y levante a su pueblo de entre los muertos; y b) la justificación actual que anticipa ese momento. Para John Piper y la escuela de pensamiento que representa, la justificación actual parece recibir todo el peso. Piper y otros me acusan de alentar a las personas a pensar en sus propios esfuerzos morales como contribuciones a su justificación final y, por lo tanto, de comprometer el evangelio mismo. Yo insisto en que simplemente estoy tratando de hacerle justicia a lo que Pablo realmente dice y que, cuando traemos al Espíritu a colación, vemos que ese


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