Justificación. N.T. Wright

Justificación - N.T. Wright


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entre ellos, y sus sucesores tampoco lo están).1 El problema no es que él, como muchos otros, esté en desacuerdo conmigo. El problema es que realmente no ha escuchado lo que digo. Me observó con creciente preocupación mientras yo movía los objetos de la mesa de café. Como resultado, pasó una noche de insomnio, y ahora me ha llevado a la colina para mostrarme el glorioso panorama de otro amanecer. “Sí —quisiera decirle—. Conozco los amaneceres. Sé que nos parece que el sol le da la vuelta a la tierra. No lo niego. Pero, ¿por qué no escuchaste lo que yo estaba tratando de decirte?”.

      Hay otras dos razones por las que comencé con la historia del amigo que cree que el sol gira alrededor de la tierra. La primera es que, dentro del significado alegórico de la historia, los argumentos que he articulado —los diagramas, las imágenes, los objetos en la mesa de café— representan nuevas lecturas de las escrituras. No se trata de superponer teorías extraídas de otros lugares con las escrituras. Pero la respuesta que se nos ofrece como “la evidencia ante nuestros ojos” o “el significado más obvio” está profundamente condicionada por —y en puntos críticos a apela a— la tradición. Sí, tradición humana

      La segunda razón por la que comencé con la parábola del amigo, la tierra y el sol es más profunda. Reviste gravedad por motivos teológicos y pastorales y está cerca del corazón de lo que está en juego en este debate y muchos otros. El equivalente teológico de suponer que el sol gira alrededor de la tierra es la creencia de que toda la verdad cristiana se trata de mí y de mi salvación. En las últimas semanas, leí docenas de libros y artículos sobre el tema de la justificación. Una y otra vez, los escritores, de una variedad de orígenes, asumen o dan por sentado que la cuestión central de todo es “¿Qué debo hacer para ser salvo?” o (como lo diría Lutero) “¿Cómo puedo encontrar un Dios misericordioso?” o “¿Cómo puedo entrar en una relación correcta con Dios?”.

      No me malinterpreten. No le den rienda suelta a las reacciones irritantes o temerosas. La salvación es muy importante. ¡Por supuesto que lo es! Conocer a Dios por uno mismo, en lugar de simplemente saber o pensar acerca de él, está en el corazón de la vida cristiana. Descubrir que Dios es lleno de gracia y no un burócrata distante o un tirano peligroso es la buena noticia que constantemente nos sorprende y reanima. Pero no somos el centro del universo. Dios no está dando vueltas a nuestro alrededor. Somos nosotros los que giramos a su alrededor. Puede parecer, desde nuestro punto de vista, como si “yo y mi salvación” es el todo y el fin mismo de la fe cristiana. Tristemente, mucha gente —¡muchos cristianos devotos!— aún predica y vive de esa manera. Y no es un problema exclusivo de las iglesias de la Reforma. Es un asunto que se remonta a la alta Edad Media, en la iglesia occidental, que infecta y afecta tanto a católicos como a protestantes, a liberales y conservadores, a iglesias tradicionales e iglesias populares por igual. Sin embargo, una lectura completa de las escrituras narra una historia diferente.

      Dios hizo a los seres humanos con un propósito: no simplemente para que vivieran para ellos mismos o para que estuvieran en relación con él, sino también para que, a través de ellos, como portadores de su imagen, él pudiera traer su orden sabio, alegre y fructífero al mundo. Las escenas finales de la escritura, en el libro de Apocalipsis, no retratan a los seres humanos de camino al cielo para estar en una relación cercana e íntima con Dios, sino que ilustran al cielo viniendo a la tierra. La relación íntima con Dios que se promete y celebra en esa gran escena de la Nueva Jerusalén se hace presente, en otro acto de creatividad sanadora, en el torrente del río del agua de vida que fluye de la ciudad y en el árbol de la vida que brota con hojas que son para la sanidad de las naciones.

      Lo que está en juego en este debate no es simplemente la sintonización fina de las teorías sobre lo que sucede precisamente en la “justificación”. Eso se convierte rápidamente en, como señaló ácidamente un crítico del libro de Piper, una especie de duelo evangélico, un intercambio de versículos en el que frases de Pablo, raíces griegas, referencias arcanas a fuentes antiguas y modernas, y, a veces —por desgracia— palabras desagradables vuelan por la habitación. Mucha gente va a presenciar el espectáculo con disgusto, como vecinos que escuchan una desagradable pelea familiar. Sí, va a haber algunos forcejeos entre versículos en este libro. Eso es inevitable, dado el tema y la importancia central de la Biblia misma. Pero el punto real es —creo yo— que la salvación de los seres humanos, aunque, por supuesto, extremadamente importante para la especie, es parte de un propósito mayor. Dios nos está rescatando del naufragio del mundo, no para que podamos sentarnos y poner los pies sobre la mesa mientras disfrutamos de su compañía, sino para que podamos ser parte de su plan para rehacer el mundo. Orbitamos alrededor de Dios y sus propósitos. Dios no gira alrededor de nosotros al servicio de nuestros propósitos. Si la tradición de la Reforma hubiera tratado los evangelios con la misma importancia que les adjudicó a las epístolas, es posible que ese error nunca se hubiera dado. Pero fue lo que pasó y tenemos que lidiar con eso. La tierra, y nosotros con ella, orbita alrededor del sol de Dios y de sus propósitos cósmicos.

      Tal vez, irónicamente, esta declaración pueda ser considerada como la aplicación radical de la justificación por la fe. “Nada traigo para ti —canta el poeta—, mas tu cruz es mi sostén”. Por supuesto: dejamos de enfocarnos en nosotros mismos


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