Alamas muertas. Nikolai Gogol
decisivas de la producción literaria posterior, como la crítica social, la introspección psicológica, la reflexión sobre el problema del mal, la mezcla de géneros, o la experimentación más allá de los cánones del realismo. En la línea de Puskin, habría de situarse a poetas como Ajmatova o Pasternak y a prosistas como Turguieniev o Tolstoi; y, en la de Gogol, a novelistas como Dostoyevskii, Saltykov-Siedrin, Bielyi o Nabokov (véase Maguire, p. 443).
No obstante, por una razón o por otra (en esta introducción aparecerán algunas interpretaciones), el talento de Gogol empieza a declinar al mismo tiempo que se dispara su ascetismo religioso, que llegó a lanzarlo a un peregrinaje a Jerusalén (1848). Así, una miscelánea moral a base de pasajes de cartas, titulada Fragmentos selectos de una correspondencia con amigos (1847) no sólo le reportó el vituperio general de la intelectualidad rusa sino que puso en evidencia los límites de su creatividad. En sus últimos años de vida, todas sus esperanzas personales, literarias, religiosas y morales se iban a proyectar hacia la culminación de la «segunda parte» de Almas muertas, empresa ésta que si bien parece que se culminó (ni siquiera este punto acaba de estar totalmente seguro) acabó, como ya se ha dicho, siendo pasto del severo juicio de las llamas.
Gogol fue, en todo caso, el gran renovador de la literatura rusa de su tiempo y uno de los vértices de la literatura europea del siglo XIX. Con mayor o menor fortuna, llevó hasta el final una postura crítica frente a su tiempo, de la que son testimonio sus obras, que se abrieron camino en medio de una brutal censura y supusieron un hálito de esperanza en una sociedad con un régimen cuya costumbre era la de reprimir a sus intelectuales disidentes, como bien experimentaron Radisiev, Puskin o Poliesayev.
ALMAS MUERTAS
Los últimos meses de 1835 debieron de ser para nuestro autor extraordinariamente ricos en trabajos y proyectos. En ellos, escribió «La calesa», inició su drama (luego inacabado) Alfred, sacado de la historia medieval inglesa y empezó a darle vueltas a un tema del que le habría hablado Puskin y sobre el que éste, al parecer, pretendía hacer un poema humorístico en verso: cerca de la propiedad que tenía Puskin en Mijailovskoye (distrito de Pskov), un hombre se había dedicado a comprar campesinos muertos que aún no habían sido computados como muertos en los registros de la administración zarista. El escritor y lexicógrafo Vladimir I. Dal, amigo del poeta, le había señalado un caso análogo del que luego él mismo haría un relato. Ello le reforzaba a Puskin en la convicción de que en Rusia eran posibles las especulaciones más extravagantes que uno pudiera imaginar (véase Troyat, p. 154). En su Авmорская Исnоведь (Confesión del autor), insiste Gogol en que fue Puskin quien le llevó a tomarse en serio este proyecto, planteándole el ejemplo de Cervantes, quien aun contando con relatos y obras importantes, hasta que no llevó a cabo su Quijote no ocupó su privilegiado lugar en la historia de la literatura. El poeta le estaría llamando a hacer una obra equivalente. «[...] Puskin consideraba que el tema de Almas muertas me resultaría muy bueno porque me daba plena libertad para ir con mi héroe por toda Rusia y describir los más diversos caracteres» (1992, pp. 289-290). Ante el entusiasmo gogoliano, el propio Puskin renunciará a su poema, que por otro lado encajaba mejor con el temperamento de su amigo y que además le permitiría valerse de todas las anotaciones que llevaba a cabo en sus cuadernos de viaje (véase Troyat, p. 155)[3].
Gogol se planteará Almas muertas, desde el principio, como una obra de gran aliento en la que trataría de englobar a toda Rusia. El autor sabía que su país carecía de una obra así y él se sentía llamado a hacerla. En una carta a Puskin (07-10-1835; antes de escribir Rievisor) dice lo siguiente:
He comenzado a escribir Almas muertas. El tema se va extendiendo y se va convirtiendo en una novela larga y parece que será tremendamente divertida. Pero ahora la he parado en el capítulo tercero. Estoy buscando un buen informador con el que pueda compartir una breve intimidad: en esta novela quiero mostrar toda Rusia, al menos desde un lado. (Recogido en Guippius, p. 490.)
Por otra parte, a Gogol, a su vez, le inquietará sobremanera el hecho de que dos de sus obras anteriores, Arabescos y Mirgorod, pese a las buenas críticas apenas se vendan y se verá en una situación económica muy delicada que le llevará a dejar por un tiempo Almas muertas y a dedicarse a la escritura de una comedia que, a la sazón, no será otra que Rievisor (véase Troyat, pp. 156-157).
A esas alturas, por tanto, aún no estaba claro lo que fuera a dar de sí la nueva obra. Conforme avance en la redacción en 1836, se convencerá, por un lado, de que la tarea frente a él es enorme y, por otro, de que la obra va a enfrentarle con grandes sectores de la sociedad rusa. De hecho, una primera versión de Almas muertas, comenzada en San Petersburgo y continuada en Suiza y París, no sobreviviría, pues el autor consideró que la carga satírica era excesiva. Había de tratar de llevar a cabo una prosa más descriptiva y algo menos mordaz. No obstante, Gogol seguirá empeñado en retratar la superficialidad, la banalidad y la trivialidad de su sociedad (véase Guippius, pp. 491-492).
Entre 1836 y 1841, Gogol trabajará en Almas muertas sin que los criterios compositivos varíen sustancialmente. Tales criterios se explicitan al principio del capítulo 7, donde se reflexiona sobre dos tipos de escritores: el que «pasa de largo frente a personajes aburridos y desagradables, que aturden por la tristeza de su autenticidad» y que «se acerca a personajes que presentan elevadas cualidades humanas», que está llamado a ser un triunfador, un Dios; y el que se aventura «a sacar fuera todo lo que pasa a cada momento ante sus ojos y lo que no ven los ojos indiferentes... ¡todo el barro terrible y aterrador de las bagatelas que envuelven nuestra vida, toda la profundidad de los fríos y rotos personajes cotidianos, con los que bulle nuestro terrenal y, en ocasiones, amargo y triste camino [...]!» (pp. 219-220). Este segundo tipo de escritor, con el que se identifica el autor en la redacción de la «primera parte» de Almas muertas estará condenado a verse postergado por su tiempo (véase p. 220).
Lo que sí variará, en cambio, será el plan global en el que el autor inscriba su obra; y así, en su imaginación, irá cobrando cada vez más importancia la continuación del primer volumen.
En una carta a Aksakov, desde Roma (28-12-1840), puede rastrearse la forma en la que Gogol trabaja los materiales de Almas muertas en la última época antes de la publicación:
Otra circunstancia que puede darme esperanzas para mi vuelta son mis trabajos. Ahora estoy preparando una depuración total del primer tomo de Almas muertas. Cambio, pulo, reelaboro por completo buena parte y veo que no podrá llevarse a cabo su impresión sin que yo esté presente. Entretanto, su continuación ulterior se va aclarando en mi cabeza, más pura y majestuosa y ahora veo que tal vez con el tiempo salga algo colosal; tan sólo con que me lo permitan mis débiles fuerzas. (Cartas 1836-1841, p. 322.)
No debe de ser casual que las lecturas que alterna nuestro autor con el trabajo de Almas muertas sean san Francisco de Asís, Dante y Homero (véase Troyat, p. 305).
El título de la obra recogía en sí buena parte de los extremos que se movían en ella[4]. La polisemia de души (almas, como siervos y como espíritus) genera todo un campo de fuerza al lado de мертвые (muertas). La ambigüedad del conjunto «almas muertas» resulta incesante desde el inicio; pero lo más interesante es que, mientras que en el primer nivel el título «almas muertas» equivale al primer nivel temático, «Chichikov compra almas muertas» (campesinos muertos aún no registrados como tales); en el segundo nivel, la ambigüedad de «almas muertas» (gentes sin alma, o carentes de espíritu) se corresponde también con el desarrollo interior de la obra, que muestra un paisaje rebosante de personas que carecen de alma como tal o, más propiamente, que han dejado morir sus almas. Ello se percibe, por ejemplo, cuando del terrateniente Sobakievich se diga que «parecía como si en este cuerpo no hubiera alma o como si ésta estuviera en él pero en absoluto allí donde corresponde [...]» (p. 188); o cuando tras la muerte del fiscal se diga que «fue entonces solamente, con el duelo, cuando supieron que el difunto había tenido, en efecto, un alma, aunque por su propia modestia nunca la hubiera mostrado» (p. 293); o al mostrar la ceja enarcada de su cadáver con una cierta expresión interrogativa: «Sólo Dios sabe qué es lo que preguntaba el