La cábala. Mario Saban

La cábala - Mario Saban


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por la negación de las energías cosmogónicas que nuestra psique capta más allá de nuestra comprensión actual en el orden espacio-temporal.

      Ahora bien, si lo que existe «Arriba» (Keter) es equivalente a lo que existe «Abajo» (Maljut), entonces nosotros intermediamos entre dos factores que esencialmente son «uno».

      En cierto modo, la psique se encuentra en la doble tarea de enfrentar la biología (Freud) como de enfrentar la cosmogonía (Wilber). Es como si el Universo de Yetzirá se encontrase en medio de las tensiones del universo inferior y el superior. Cuando hacemos referencia al universo inferior, hablamos del Universo de Asiá (lo material/biológico) y cuando hacemos referencia al universo superior hacemos referencia al Universo de Briá (lo energéticamente más sutil del campo mental).

      Esta función de la Conciencia (Biná de la Biná) es problemática, debido a que está permanentemente ajustando un modelo de «normalidad» de acuerdo con los niveles de represión existentes. En otras palabras, una psique que descienda a lo instintivo abandonando los controles de la Conciencia o una psique que ascienda a la abstracción más elevada de nuestra capacidad mental se encuentra en problemas. Sin embargo, a partir del desarrollo de la Conciencia subjetiva, la psique no tiene otro camino que continuar ascendiendo y descendiendo constantemente integrando los dos aspectos de la realidad. Si exclusivamente la psique sube sin límites, entonces se puede llegar a la locura, y si exclusivamente la psique baja a la animalidad, entonces se puede perder la conciencia humana. Por lo que a la psique no le queda otro camino que la «oscilación constante» entre Keter y Maljut, descendiendo para aceptar sus límites y ascendiendo para destruir dichas limitaciones.

      Es un doble esfuerzo, porque debemos integrar, por una parte, lo que proviene desde abajo y lo que proviene desde arriba. Lo que proviene de abajo es el conjunto que engloba tres factores básicos, el «instintivo» corporal (Nefesh en el nivel de Maljut), el nivel «social» (Ruaj en Yesod) y la interioridad emocional (Ruaj en Tiferet), y lo que proviene de arriba, que engloba los niveles simbólicos (Jaiá en Jojmá) y lo oculto inexpresable ni de forma simbólica ni en formal conceptual (El nivel del No-Yo o Iejidá). Es en el centro de esta interacción (Merkabá), esto es, en la Neshamá, donde tenemos que trabajar adecuadamente la oscilación entre lo que hay arriba y lo que hay abajo, nunca desconociendo lo de abajo por lo de arriba, ni lo de arriba por lo de abajo, porque en cuanto el ser humano tiende exclusivamente a lo de arriba, o exclusivamente a lo de abajo, no llega a la esencia de la realidad.

      Podemos entonces considerar desde la simbología del Árbol de la Vida la posibilidad de unificación de los dos sistemas, tanto el freudiano como el junguiano, porque ambos operan desde dimensiones diferentes: mientras que Freud operaba desde la Biná hacia Maljut y conceptualizaba los mecanismos del mundo inferior, Jung y, luego, Maslow comenzaron a operar sobre los mecanismos del mundo superior e intentaron conceptualizar lo simbólico trascendente. Allí encontraron que el sentido de la existencia no estaba anclado en el mundo inferior (o mundo de la fragmentación), sino en el mundo superior.

      La aparición de la Conciencia (Biná de la Biná) no crea mentalmente el mundo superior, sino que, por el contrario, lo descubre en la interioridad cosmogónica general. Por ese motivo, los cabalistas hacen referencia al descubrimiento de la Neshamá en la edad adulta.

      Mientras Freud descendió de la Biná pasando por los «Palacios», y trabajó la relación entre la Conciencia (Biná de la Biná) con el Inconsciente (Jojmá de la Biná), Jung comenzó a trabajar directamente en la Jojmá psicológica, y allí operó dentro del Inconsciente colectivo.

      Cuando comenzaron a operar en el mundo superior de los «arquetipos» aparecieron, en palabras de Maslow, las «metamotivaciones»,66 que no tenían una relación con el mundo inferior freudiano, y que tampoco representaban una huida infantil de dicho mundo inferior. Y si la escuela freudiana nos hizo conscientes de la relación de la psique con las dimensiones inferiores, tenemos que ser conscientes ahora de nuestra relación con las dimensiones superiores. Los freudianos se asustaron desde la Biná de la Biná cuando avanzaron afrontando las categorías simbólicas junguianas porque en cierto modo percibían en esto una huida de la realidad instintiva.

      Sin embargo, lo que debemos aceptar es que cuando la «Conciencia subjetiva» de la Biná de la Biná ya se encuentra operativa, no puede sino continuar aumentando sus niveles de consciencia. Los aumentos constantes de los niveles de Consciencia no son huidas de la realidad material (aceptación del cuerpo físico y sus instintos biológicos), sino que constituyen la característica esencial de la propia naturaleza de la Consciencia. Después de expresar los niveles inferiores de la materialidad, la Consciencia continúa su propia evolución ascendente. Esta elevación de los niveles de la conciencia humana ya no podrá ser frenada por la pulsión animal. Un adecuado reconocimiento de los instintos animales del ser humano podrá permitir la canalización de las energías inferiores (satisfechas en su nivel), operar sobre los niveles de conciencia superiores.

      Gran parte del trabajo (fundamental labor) de la Psicología tradicional ha sido indudablemente el reconocimiento de lo «corporal» (los instintos biológicos).67 Sin embargo, ahora que ya estamos en proceso de reconocimiento de lo biológico instintivo (Nefesh) y de los niveles emocionales (Ruaj), tenemos que aceptar que la Consciencia no se quedará contemplando eternamente nuestra animalidad material.

      La naturaleza de la Consciencia es su crecimiento permanente porque desea elevarse más allá de la existencia, ya que la aparición misma de la Consciencia (el descubrimiento de la Neshamá) hace que ella por su naturaleza tienda a su propio crecimiento. Por ese motivo, la Consciencia es en sí misma «Trascendencia» de la propia existencia. Y la Consciencia por su propia naturaleza continuará «autotrascendiéndose», y esto no nos llevará a la negación de lo corporal, sino a la integración de lo biológico-corporal (Nefesh) a los niveles más elevados de Consciencia alcanzados. La aceptación de lo corporal (Nefesh) no constituirá un reduccionismo de lo humano a lo animal, porque la Consciencia como escisión de la existencia desea mayor nivel de Consciencia.

      El reconocimiento del Nefesh (en tanto alma animal-cuerpo físico) no implica que necesariamente debamos aceptar que el ser humano no posee otros niveles del alma. Porque no podemos hacer un reduccionismo corporal a lo instintivo de la estructura integral del ser humano. La aceptación de lo corporal/animal no implica necesariamente que debamos concentrar nuestra atención exclusivamente en este nivel del alma. La psicología del misticismo judío no puede negar (ni lo debe negar) el nivel corporal del alma (Nefesh).

      Y si Keter está en Maljut y Maljut se encuentra en Keter, tanto lo biológico como lo cosmogónico en el fondo pertenecen a la misma realidad sustancial. Sin embargo, en medio de ambos (de Keter y Maljut) nos encontramos nosotros con nuestra Conciencia, y gracias a la aparición de la Conciencia (Neshamá) ahora percibimos el universo como «dual», porque la consciencia subjetiva es una escisión mental de la existencia.

      Por ese motivo, si contemplamos detenidamente el Árbol de la Vida, podemos encontrar allí que comenzamos con Keter como unidad y concluimos con Yesod como unidad (antes de llegar a Maljut) y, en medio del camino, tenemos tres dualidades: la primera dualidad inferior o biológica, la segunda dualidad intermedia o emocional, y la tercera dualidad superior o intelectual.

      La Consciencia, pues, opera sobre la dualidad porque en realidad su propia existencia es la creadora de dicha dualidad en el orden psicológico. La dualidad objetiva en el orden cosmogónico la creó el mismo Ein Sof cuando realizó su autocontracción (Tzimtzum).

      Por ese motivo, decimos que nosotros somos el fiel reflejo de la dualidad objetiva Ein Sof/vacío (Imagen y Semejanza). Por lo que debemos aceptar que la primera dualidad se produjo mucho antes de la aparición de las almas dentro del Universo de Briá (la Creación), y que la dualidad originaria aparece en el contexto del Maasé Bereshit cuando el Ein Sof crea el vacío. Esta es la primera manifestación de la dualidad (aunque no la dualidad en sí misma). La dualidad interior dentro del Ein Sof se puede establecer cuando podemos diferenciar entre las diez dimensiones existentes en el interior del Ein Sof y que crean el Universo de Atzilut. Aunque si decimos que Atzilut (la Emanación) es coeterna al Ein Sof, entonces podríamos decir que existe una paradoja dentro del mismo Ein Sof, porque existen las Sefirot infinitamente consustanciales a la misma Eternidad e


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