La cábala. Mario Saban
del entorno que la puede aniquilar en el orden de la materia. La consciencia subjetiva de existencia se defiende en el plano de la materia, y dado que en el orden inferior la consciencia no debe defender ningún orden espacio-temporal (y por consiguiente ninguna subjetividad), entonces puede desarrollarse como consciencia Alef.
Todo entorno amenaza la existencia, en tanto que la consciencia desea la continuidad de la existencia física. La existencia natural sin consciencia existe dentro del orden general de la naturaleza, pero es la conciencia la que desea continuar existiendo para aumentar los niveles de consciencia; en realidad, la consciencia obliga a la existencia a desear la continuidad existencial para poder continuar creciendo.
Si en el futuro pudiéramos modificar el Kli de forma biológica para adquirir mayores niveles de recepción material, lograríamos un aumento mayor de nuestra consciencia, y llegará el día en el que extraeremos la consciencia del orden espacio-temporal y la elevaremos al Universo de Atzilut.118
En realidad, sabemos que todo mal ha sido instaurado dentro del sistema para nuestro bien, el problema que tenemos es que el mal siempre oculta el bien que trae, y que el bien siempre oculta el mal que trae. Si anulamos el concepto de bien y de mal del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, entonces alcanzamos el verdadero Árbol de la Vida. Sin embargo, debemos advertir que tanto el Árbol de la Vida como el del Conocimiento del Bien y del Mal coexisten. Dentro de un pensamiento relacionado con el mundo de la fragmentación de Bet, nos asociamos mentalmente al Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal; en cambio, cuando accedemos al nivel de consciencia del mundo de Alef, debemos realizar un proceso espiritual difícil, que es el de unir el bien y el mal en una raíz común. Si logramos superar las fragmentaciones inferiores, entonces operamos sobre el mundo superior.
Sin embargo, no podemos nunca abandonar la defensa de nuestra subjetividad, ya que si no lo hiciéramos, violaríamos el mandamiento de «Amarás a tu prójimo como a Ti mismo». El sujeto en tanto un Yo con consciencia subjetiva nunca debe renunciar a sí mismo (dentro del judaísmo) porque esto constituye la condición fundamental para poder amar a todos los «Otros» que se encuentran fuera de mi Yo subjetivo. Es un desequilibrio grave asociado al mal el abandono de uno mismo por la radicalización espiritual.119 El mundo de la fragmentación de la Bet fue construido para que nuestra subjetividad producto de la consciencia se desarrolle hasta alcanzar los mayores niveles de unificación en los niveles más excelsos del mundo de la Alef. Si no defendiésemos la existencia física del sujeto en el mundo de la fragmentación, no se podría desarrollar ni la conciencia Bet ni la conciencia Alef. Para que exista, pues, una conciencia «Alef», el sujeto debe de modo realista aprender a existir en las dimensiones más bajas de la realidad. Y justamente es en las dimensiones inferiores donde se puede aprender el mejor ascenso a una conciencia Alef.
La «Vida» destruye los conceptos inferiores del Bien y del Mal. Y aunque los sistemas inferiores decidieron elevar el «mal» hacia el mundo superior (Alef) a partir de la muerte física, jamás el mal logrará destruir el Bien del orden superior que es la Conciencia divina automanifestándose en una constante revelación existencial. Y estamos haciendo referencia a una conciencia más allá de nuestra conciencia subjetiva específica.
A pesar de esto, debemos ser conscientes de que el entorno (muchas veces agresivo con mi Yo) puede provocar una distorsión tal, que me haga «creer» que el único mundo real es el de la Bet. Mi Yo tiene que (a pesar de sostener su subjetividad) no caer en la trampa social de la presión del entorno o en la trampa material de la exclusividad dimensional de Maljut, sino «crecer» subjetivamente para alcanzar la extracción mayor de la potencialidad oculta de cada sujeto. Si el Yo logra percibir el «Entorno» (Yesod), sea a través de la agresión, o del elogio como opciones de crecimiento del Yo, entonces nos encontramos modificando nuestras percepciones interiores.
Es, por lo tanto, un trabajo doble, defendernos de las presiones del entorno social hasta alcanzar la máxima liberación del Yo y defender mi subjetividad pero sin caer en una construcción subjetiva producto de dicha defensa, porque entonces mi Yo no está construido a partir de mis verdaderas potencialidades interiores, sino a partir de las cicatrices sociales dentro de mi Yo. Debo crear las defensas de mi personalidad interior en la Tiferet para sobrevivir y adaptarme al entorno social y, al mismo tiempo, debo cuidar mi sensibilidad interior para continuar mis ascensos en los diferentes niveles de conciencia. Mi elevación cognitiva en la Biná no debe encontrarse obstaculizada por los problemas inferiores, sino que, por el contrario, los aumentos de mis niveles de consciencia deben continuar y potenciarse justamente por aprender de las dimensiones más bajas del Árbol de la Vida.
La raíz del alma (la esencia de mi Yo), es decir, los niveles más elevados del alma deben ser expresados exteriormente incluso frente a las agresiones (explícitas o implícitas del entorno). La construcción de una felicidad interior independiente de todas las actividades externas es la clave para acceder al interior de la Merkabá.
Aunque sabemos, los que trabajamos dentro de la Jojmá Nistará (sabiduría oculta del judaísmo), que no existe ni el bien ni el mal en la Eternidad, pero sí que existen dentro del mundo de la Bet. Al existir con consciencia en el mundo de la Bet, el mal y el bien operan como realidades, y, por lo tanto, debemos conocer que el bien y el mal son productos directamente de mi consciencia subjetiva, porque debo defender mi Yo del entorno, y cada vez que defino los límites de mi subjetividad automáticamente estoy creando un bien y un mal con relación a mi subjetividad. Y no es tan simple como lo presentamos; a pesar de que un sujeto esté realizando el esfuerzo de elevar su conciencia al nivel Alef, puede ser presionado por el entorno para rebajarse al nivel Bet, entonces son los «otros» los que definen mis límites (y no mi propio Yo). A pesar de que me puedan imponer límites identitarios en las siete dimensiones inferiores, el poder mental de mi Yo y su capacidad de modificación cognitiva dentro de la psique (en el nivel del alma de la Neshamá) siguen estando bajo nuestro control y dominio.
La consciencia es la que crea al sujeto y, a partir de ahí, el Yo (ya creado) desea la defensa de la existencia subjetiva, y esto conlleva automáticamente a que el Yo se encuentra gastando las energías psíquicas en la defensa de su subjetividad, y no en su propio crecimiento. Entonces aparece una de las paradojas fundamentales de la existencia: a mayor conciencia subjetiva, mayor es la subjetividad que debemos defender, pero paradójicamente cuando dejamos de defender la subjetividad, es entonces cuando realmente elevamos la conciencia hacia nuestra máxima potencialidad porque ya no obligamos a nuestras energías psíquicas a operar exclusivamente (o mayoritariamente) en el mundo de la fragmentación, sino en la unificación constante de nuestro Yo con toda la realidad cosmogónica.
Entonces debemos trabajar en dos frentes simultáneamente: por una parte, desgastar el mínimo de energías psíquicas en la defensa de nuestra subjetividad frente al entorno social, y, por la otra, concentrar el máximo de energías psíquicas en nuestra elevación constante aumentando los niveles de consciencia.
Lo ideal sería que exclusivamente concentremos nuestras energías psíquicas en la ascensión de los niveles de consciencia de forma permanente, pero este «ideal» en realidad choca con la defensa de nuestra existencia subjetiva en el mundo de la fragmentación (Bet).
Al no poder renunciar al mundo de la Bet, debemos gestionar dicho mundo a través de la consciencia Alef de elevación permanente. El interrogante entonces tendría que ser: ¿podríamos llegar a operar dentro del mundo de la fragmentación sosteniendo la consciencia permanente Alef? Aparentemente, la misma existencia del mundo de la Bet nos puede «hacer creer» de forma imaginaria que este es el verdadero y único mundo. Toda la defensa de nuestra subjetividad puede provocar que confundamos Tiferet con Keter. Porque la Biná opera como la «Madre arquetípica» del Yo de la Tiferet, y al buscar la seguridad subjetiva refuerza nuestra percepción de la realidad como un sistema único en el orden de la fragmentación. Pero debemos lograr que la Jojmá, o el Padre arquetípico, ingrese dentro del sistema para moderar la percepción de defensa subjetiva que hace el Yo y que provoca automáticamente una consciencia de tipo Bet.
35. El problema del mal como resultado del tiempo y el espacio
«Si una persona no ve que todo el bien del mundo físico es exactamente lo mismo que su mal, es imposible que unifique todas las cosas».
RABÍ