Petrocalipsis. Antonio Turiel
el primer paso para replantear de nuevo la situación (los objetivos alcanzables por nuestra sociedad) supone demostrar, de una vez por todas, que el problema está mal planteado. Por eso era necesario este libro, en el que se nos dice por fin a las claras: ¡no, no y mil veces no! a tantos cuentos de hadas con los que hemos adormecido nuestras conciencias. Usemos la luz de la razón y despejemos las sombras, y, una vez que sepamos adónde no debemos dirigirnos, comencemos a iluminar el camino para saber cuál es el mejor destino posible de entre los lugares a los que nos gustaría ir.
Yo no me hago muchas ilusiones con este libro. No es esta la primera vez que alguien del mundo académico intenta alertar del disparate que, sin embargo, es la única directriz válida para nuestros gobiernos y que corre el riesgo de arrastrarnos al abismo (como evidencia, la lacra del paro y el subempleo). Sé que algunos adeptos a la ideología del crecimiento, que son muchos y tienen acceso a los grandes medios de comunicación, tomarán tal o cual dato de este libro, lo retorcerán, lo sacarán de contexto y dirán algo así como que digo cosas que en realidad no aparecen en este libro. Se ha hecho antes y se volverá a hacer ahora. La principal diferencia entre el presente y el pasado es que ahora mismo se nos están acumulando tantos problemas y de tal gravedad, que perder el tiempo en discusiones espurias puede ser fatal para la continuidad de nuestro orden social.
Mientras iba escribiendo el libro, he ido muchas veces hacia delante y hacia atrás, reescribiendo trozos e insertando discusiones nuevas en lugares por los que ya había pasado. He hecho un gran esfuerzo por darle a este libro no solo un formato coherente, sino por intentar que, al mismo tiempo, sea algo digerible. Pero lo más importante ha sido hacer comprensibles las razones por las que la mayoría de las cosas que se están proponiendo en el debate público no se puede hacer, y eso sin perderme en la enorme cantidad de tecnicismos que obviamente presenta un tema tan complejo como este, que abarca ramas de la geología, la física y la ingeniería. Así pues, he evitado tanto como he podido referirme a cantidades absolutas y he preferido poner cada fuente en relación con las demás, de modo que se vea con mayor claridad la importancia relativa de cada una. También, cuando presento las dificultades y las limitaciones que posee cada solución tecnológica, he preferido evitar las explicaciones técnicamente más farragosas en favor del empleo de términos sencillos y comprensibles para abordar los problemas fundamentales. Por tanto, que nadie busque en este libro una gran profusión de datos o discusiones minuciosas sobre procesos fisicoquímicos o procedimientos de ingeniería o incluso estimaciones de reservas probadas o probables. Para poder discutir todas las cuestiones a las que se aluden en estas páginas de manera exhaustiva haría falta escribir una auténtica enciclopedia y no menos de una veintena de autores, y el resultado sería una obra adecuada solo para su consulta por especialistas. No es lo que se pretende aquí y ahora, sino, muy al contrario, enviar un mensaje a la sociedad y explicarle con argumentos sencillos pero bien fundados que estamos perdiendo completamente la perspectiva al concederle una orientación del todo equivocada a nuestros problemas, que estamos errando el camino mientras nos perdemos y no avanzamos en la dirección debida. En suma, hacer entender por qué no va a pasar nada de lo que se dice y por qué, si no lo entendemos, podemos acabar en un desastre completo. Un desastre cuyo primer síntoma es la misma escasez del petróleo; de ahí el nombre de petrocalipsis.
Que haya desplegado un gran esfuerzo por hacer mis argumentos más divulgativos no quiere decir que mis aseveraciones estén exentas de rigor; justamente al contrario, al simplificar los argumentos, he tenido que ser más cuidadoso y preciso para evitar caer en afirmaciones erróneas, lo cual ha supuesto que me haya centrado en aquellos aspectos que verdaderamente determinan la imposibilidad, en ese por qué no que se repite machaconamente capítulo tras capítulo. A pesar de toda la rebaja de tecnicismos y del esfuerzo por acercar las cuestiones más candentes al lector general, seguramente para alguno de mis lectores el grado de detalle que va a encontrarse en estas páginas sea aún excesivo. A estos lectores les pido su benevolencia: piensen en todas las tablas, gráficos y ecuaciones que he omitido en favor del argumento. Por otro lado, algunos lectores con mayor formación pueden encontrar discutibles los datos clave que ofrezco porque contradicen cosas que conocen. A estos les pido cierta dosis de paciencia y que no desdeñen al primer vistazo alguna posible contradicción que encuentren: piensen que he revisado cada dato y afirmación, y que quizá la diferencia entre lo que yo digo y lo que ellos sepan guarde relación con ciertas palabras clave (como la diferencia entre la energía primaria y la energía final). Aparte de eso, por supuesto algunos datos presentan cierto margen de incertidumbre, a veces considerable. En caso de que mis datos sean opinables y revisables, leámoslos, contrastémoslos y revisémoslos. Ciertamente, yo no estoy en posesión de la verdad y puedo equivocarme en alguna medida: discutamos el asunto entonces. Abramos de una vez un debate que lleva demasiado tiempo aparcado, demasiado tiempo ignorado. Pero eso sí: hagámoslo ya, porque el tiempo para reaccionar se nos está acabando.
1 POR QUÉ NO SABEMOS CÓMO DEJAR EL PETRÓLEO
Es conocido por todos que el empleo de petróleo perjudica el medioambiente. No en vano, nuestro consumo de petróleo libera grandes cantidades de dióxido de carbono que contribuyen al cambio climático, junto con otros gases contaminantes que provocan enfermedades respiratorias. Además, la extracción de petróleo puede contaminar el agua y la tierra de las zonas que lo albergan. Pero no podemos dejar de usarlo. De hecho, no sabemos cómo dejar de usarlo. ¿A qué es debido? ¿Qué tiene el petróleo que lo haga tan apetecible e irremplazable?
El petróleo es un combustible fósil. Más en concreto, es lo que técnicamente se conoce como un hidrocarburo líquido de origen fósil. Eso quiere decir que constituye una mezcla de moléculas en las que abundan los átomos de carbono y de hidrógeno, formadas por la descomposición y la transformación de materia orgánica enterrada profundamente durante millones de años. El petróleo, como el resto de los combustibles, contiene mucha energía en poco volumen: es una sustancia energéticamente densa. Y eso es lo que lo vuelve tan interesante. Y tan necesario.
En efecto: un litro de petróleo contiene aproximadamente treinta millones de julios de energía. Al profano le parece complicado decir si eso es mucho o poco, porque no resulta fácil intuir lo que supone un julio (unidad de energía en el sistema internacional). Hay una comparación útil que permite expresar la energía en términos mucho más comprensibles: expresar la cantidad de energía en horas de trabajo físico de un hombre. En término medio, un adulto en buena forma física puede desarrollar una potencia muscular (energía producida por cada unidad de tiempo) de unos cien vatios durante un período más o menos prolongado (de unas ocho horas al día). Como el vatio equivale al consumo de un julio por segundo, los cien vatios de potencia muscular del trabajador promedio representan que produce una energía de cien julios por segundo o, si quieren, de seis mil julios por minuto o de trescientos sesenta mil julios por hora. Teniendo eso en cuenta, los treinta millones de julios de energía contenidos en un litro de petróleo equivaldrían al trabajo físico humano desplegado por nuestro trabajador durante ochenta y tres intensas horas de esfuerzo. Eso serían casi tres días y medio sin parar o bien, si lo expresamos en agotadoras jornadas de ocho horas diarias, poco más que diez días de trabajo. Eso por lo que se refiere al petróleo sin refinar; si hablamos de gasolina o de diésel, su contenido energético es hasta un 30 % mayor.
Gracias a esa densidad energética sin igual, es posible mover máquinas muy pesadas con una autonomía de muchas horas o de centenares de kilómetros usando un depósito de combustible increíblemente pequeño. Piensen por un momento en su coche: con solo un depósito de cuarenta o cincuenta litros, ¿cuántos cientos de kilómetros son capaces de recorrer? Algunos coches, con una conducción apropiada, pueden llegar a recorrer hasta mil kilómetros a una velocidad realmente sorprendente, por encima de los cien kilómetros por hora. Un simple litro de gasolina es capaz de permitir que un coche avance entre quince y veinte kilómetros. ¿Cuánto tiempo creen que les llevaría empujar ese mismo coche, con su tonelada larga de peso, usando solo sus manos, hasta que recorriera esos quince o veinte kilómetros? A pesar de que el motor de combustión de los coches modernos solo aproveche un 25 % de toda la energía del combustible, aun así, y gracias a la enorme densidad energética del petróleo, podemos hacer cosas que a nuestros bisabuelos les parecerían increíbles.
El petróleo, hoy en día, viene a ser la savia