Petrocalipsis. Antonio Turiel
y cotidiano (coches y motos), siguiendo por el de mercancías (furgonetas, camiones y barcos) y acabando por los medios de transporte rápidos de larga distancia (aviones), el petróleo permite mantener en marcha el transporte mundial. Gracias a la abundancia del petróleo barato que ha caracterizado las últimas décadas, el sistema de transporte mundial se ha expandido hasta alcanzar el gigantismo actual, lo que ha hecho posible el sueño de la globalización. Hoy en día, se fabrica en masa en China para que los bienes producidos sean transportados en contenedores a bordo de grandes cargueros que cruzan los mares del mundo. En la actualidad, cada familia occidental suele tener al menos un coche, y eso ha conseguido que la fabricación de automóviles sea la principal manufactura en los países desarrollados y uno de los grandes generadores de empleo y de actividad económica. Y no solo eso: el petróleo también se usa para mantener en marcha maquinaria fundamental, desde las grúas y excavadoras que usamos para construir, mantener y reparar nuestras infraestructuras hasta los tractores y cosechadoras que garantizan la producción masiva de alimentos (y eso sin hablar de los usos químicos del petróleo: plásticos, reactivos, alquitranes, parafinas…).
Hemos creado un enorme monstruo que se alimenta de petróleo. Un gigante que mantiene en marcha la economía y nos proporciona empleos, seguridad, alimentos… La tercera parte de la energía que se consume hoy en día en el mundo proviene del petróleo, lo cual lo convierte en la fuente de energía más importante de todas las que usamos. Queremos prescindir del petróleo porque sabemos que no es bueno para el medioambiente, pero no podemos dejar de usarlo de forma repentina.
A principios de la década de 1970 descubrimos hasta qué punto dependíamos del petróleo cuando los países árabes, como represalia por nuestro apoyo a Israel, sometieron a Occidente a un embargo que duró meses, pero cuyas consecuencias económicas se dejaron sentir hasta mediados de la década de 1980. Fue una crisis económica muy seria en un mundo que aún no conocía la globalización y que consumía la mitad del petróleo que consume hoy en día.
En 2008 el precio del barril de petróleo se disparó, y en julio de ese año llegó a rozar los ciento cincuenta dólares. Dos meses más tarde, las autoridades federales de los Estados Unidos decidieron no rescatar Lehman Brothers, que con su quiebra desencadenó la crisis económica más profunda de las últimas décadas hasta la llegada de la covid-19. Y, aunque el desmán de las hipotecas basura fuera la leña apilada que necesitó la crisis para arder durante años, los altos precios del petróleo vinieron a ser la chispa que desencadenó el incendio, porque a esos precios de nuestro más vital combustible la mayoría de las actividades económicas simplemente no eran viables.
Necesitamos dejar el petróleo, pero, como muestran los ejemplos de 1973 y de 2008, no podemos prescindir de él de golpe.
Lo sensato sería ir adoptando un plan para el abandono progresivo del petróleo, pero, como el petróleo es tan versátil, tan fácil de transportar, tan energético…, cuesta mucho prescindir de ese líquido con propiedades casi mágicas. Y, como de momento tampoco existen alternativas energéticas que sean, cuando menos, tan útiles y baratas, en la práctica no se están llevando a cabo verdaderos cambios. Porque no es rentable, no es económico y porque, en el fondo, no creemos que sea tan necesario.
Sin embargo, en noviembre de 2018 comenzó a sonar, con fuerza, una alarma. Se ciñe un nuevo peligro en el horizonte, uno del cual los investigadores en recursos naturales llevan años alertando. Una amenaza que los representantes políticos y los grandes actores económicos, pese a conocerla desde hace tiempo, han preferido ignorar tanto como han podido porque plantea un problema urgente para el cual no disponemos de una solución sencilla. Es el que supone la llegada del llamado peak oil, o «cénit de producción del petróleo», al que dedicaremos el siguiente capítulo. Un problema tan grave que nos va a obligar a prescindir del petróleo aunque nosotros no queramos. En realidad, el petróleo nos va a abandonar mucho antes de que nosotros renunciemos a él.
2 POR QUÉ NO PODREMOS SEGUIR UTILIZANDO EL PETRÓLEO
Necesitamos el petróleo porque todo depende de él. Tenemos que prescindir de él, pero tenemos que hacerlo paulatinamente, so pena de sufrir graves consecuencias en el funcionamiento de todo nuestro sistema económico y social. Pero ¿qué pasaría si de repente comenzáramos a disponer de menos petróleo cada año? ¿Qué pasaría si, al margen de lo que a nosotros nos convenga más, simplemente comenzáramos a no contar con ese petróleo al que le hemos confiado nuestra estabilidad?
El peak oil supone la llegada al punto de máxima extracción posible de petróleo en el mundo. Decimos petróleo, pero usamos esta palabra en un sentido muy extenso: nos referimos a todas las sustancias líquidas más o menos asimilables al petróleo de toda la vida (el cual, en esta nueva nomenclatura, se denomina petróleo crudo convencional, mientras que los otros líquidos más o menos similares se denominan petróleos no convencionales). Es un hecho conocido desde hace décadas que, a pesar de que las reservas de petróleo puedan ser inmensas, la velocidad a la que extraemos (o producimos) petróleo se halla limitada por diversos factores físicos y no puede sobrepasar cierto valor. Peor aún: después de haber alcanzado su máximo, la velocidad de extracción de petróleo irá reduciéndose paulatinamente sin remedio.
La razón de este descenso en la producción es fácil de entender si uno piensa en cómo se encuentra el petróleo en el subsuelo. El petróleo se halla generalmente ocupando las oquedades e intersticios de una roca de tipo poroso (es decir, una roca llena de agujeros, similar a un queso gruyer, pero con agujeros más grandes y más pequeños). Se ha de pensar en esa roca porosa, también llamada reservorio, como en una esponja completamente empapada de petróleo en su interior. Cuando se comienza a explotar un yacimiento de petróleo, se realiza una perforación desde la superficie hasta llegar a la roca reservorio. Como el petróleo es un líquido y, a la profundidad a la que se encuentra, está sometido a una gran presión (la del peso de toda la roca que tiene encima), tan pronto como se le abre una vía de escape, el petróleo comienza a fluir con fuerza a la superficie. El petróleo va fluyendo libremente, pero, a medida que vamos extrayéndolo, la roca reservorio va compactándose: sin el petróleo de su interior, y sometida a presiones increíbles, la roca se comprime y cimenta. Eso es malo para el flujo del petróleo, porque los canales interiores de la roca por los que iba circulando se van primero estrangulando y finalmente cerrando a medida que la roca colapsa. Para evitar que descienda el flujo de petróleo, las compañías petroleras utilizan múltiples técnicas (denominadas de recuperación mejorada) que permiten mantener valores elevados de extracción, al menos durante un tiempo. Generalmente se abren pozos auxiliares por los que se inyecta agua o gas a presión, lo cual permite mantener la presión interior de la roca y evitar que colapse y, al mismo tiempo, empujar el petróleo hacia los pozos de extracción. A veces se hacen perforaciones en horizontal, en ocasiones se revienta la roca para favorecer que el petróleo siga fluyendo y otras veces simplemente se perfora un nuevo pozo de extracción a una cierta distancia del anterior para intentar absorber el petróleo albergado en una zona distinta de la misma formación rocosa. El caso es que, al final, lo que va quedando en la roca es el petróleo disperso, el que está diseminado aquí y allá en forma de gotitas, de pequeñas bolsas a lo sumo. La mayoría del petróleo contenido en la roca nunca llegará a ver la luz, simplemente porque se halla tan diseminado que intentar extraerlo costaría una cantidad de energía, y de dinero, tan descomunal que nunca merecerá la pena sacarlo: pensemos que, de promedio, solo se puede extraer el 35 % de todo el petróleo que alberga una formación de petróleo convencional.
Esta gran diseminación del petróleo en un reservorio que posee una geometría muy complicada de huecos interconectados por tortuosos canalillos no solo explica por qué no se puede extraer todo el petróleo contenido en la roca, sino también por qué la producción alcanza un máximo y, después, declina. Así pues, al principio extraemos todo el petróleo fácilmente interconectado y perforamos por donde nos dé más rendimiento. A medida que el yacimiento envejece y se vuelve muy explotado, se necesita cada vez un esfuerzo mayor para sacar menos petróleo. Llegados a este punto, el empresario echa sus cuentas: puede gastar, como mucho, cierta cantidad de dinero por cada litro de petróleo que extrae. A veces, la tecnología permite mejorar un poco la capacidad de extracción; otras, incluso, la subida del precio