Cuentos para leer en el siglo XXI. Andrés González Novoa
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© de la edición: Diego Pun Ediciones, 2015
© del texto: Andrés González Novoa, 2015
© de las ilustraciones:Fabio González Torres, 2015
1ª edición versión electrónica: Febrero 2019
Diego Pun Ediciones
Factoría de Cuentos S.L.
Santa Cruz de Tenerife
www.factoriadecuentos.com
Dirección y coordinación:
Ernesto Rodríguez Abad.
Cayetano J. Cordovés Dorta
Consejo asesor:
Benigno León Felipe
Elvira Novell Iglesias
Carmen Teresa Gómez Dávila
Diseño y maquetación: Iván Marrero · Distinto Creatividad
Conversión a libro electrónico: Eduardo Cobo
Impreso en España
ISBN formato papel: 978 - 84 - 942659 - 7 - 6
ISBN formato ePub: 978-84-949994-3-7
Depósito legal: TF 118 - 2015
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A mis padres por educarme en la humildad del esfuerzo,
a Ernesto Rodríguez Abad por enseñarme a escribir con valentía,
a Marta por compartir un amor que no se amarra,
para Andrea y Ana por inventarse, cada día, mi mejor recuerdo,
a Cayetano Cordovés por compartir los sinsabores
del camino como un amigo,
a Fabio González por pintarme una segunda infancia,
a Los Silos, mi segundo hogar.
El pueblo donde nacen los cuentos.
Índice
La importancia de llamarse insecto
Ella parecía una niña diferente. Silenciosa en clase y solitaria en el recreo, en ocasiones leyendo bajo el laurel del patio y otras veces de cuclillas, dibujando insectos, ocultando sus misteriosos ojos tras los gruesos cristales de sus gafas de pasta.
Invisible para todos menos para él. Saúl no se explicaba el porqué. No juega al fútbol, ni le gustan las consolas, tampoco hace bromas en clase ni ruidos en la biblioteca. Se porta bien y no molesta a nadie. ¡Ni si quiera es guapa! ¿Qué le estaba sucediendo? No podía dejar de pensar en ella ni en el cuarto de baño.
Para colmo, cada tarde, a la misma hora, aquella niña se sentaba en un banco del parque frente a la ventana de su habitación. Saúl la observaba embobado, intentando imaginar cada palabra escrita por sus finos dedos cuando bailaban, lentamente, sobre su libreta de arandelas de color fresa.
Aquel día, por casualidad, ella levantó la mirada al cielo, pensativa, cuando sus ojos se encontraron con la ventana de Saúl que, rápidamente, se ocultó tras las cortinas sintiendo cómo su corazón se aceleraba. ¿Lo habría descubierto?, ¡qué vergüenza! Comprendía muy bien que no debería espiarla, pero ¿qué otra cosa hacer? No la conocía e ignoraba absolutamente lo que le podría gustar. ¿Qué le diría?
Decepcionado, sin saber muy bien cómo actuar encendió su consola y seleccionó el juego del pirata caribeño que lucha y navega por el mundo entero, sin tener ni la mitad de miedo que Saúl, sobretodo, cuando se acaba de topar con la mirada de Níobe.
Pulsando las teclas dirige al pirata sobre la cubierta de un viejo galeón, esquiva una espada afilada y un hacha voladora por medio pelo, rueda por el suelo y sorprende a su enemigo por la espalda, aprieta el botón de ataque mortal y no sucede nada.
–¿Qué extraño? ¿Se habrá estropeado la consola? ¡Vaya día!
El pirata se da media vuelta y le mira.
–¿Te parece bonito atacar por detrás? ¿Qué honor hay en eso?
Saúl, pálido como un fantasma, se pregunta:
–¿Me está hablando a mí?
El pirata ayudando a levantar a su enemigo responde:
–¿Y a quién si no? Tú y yo tenemos una conversación pendiente.
Y diciendo esto, el pirata alarga la mano y tira de la camiseta de Saúl arrastrándolo sobre la cubierta de un barco fantasmal con olor a sobaco tropical.
¡Rumbo al país de los esclavos imaginarios!, ordenó el capitán Espárrago, pues así lo conocían por allí, debido a su fea manía de comerse las uñas hasta que las yemas de los dedos se le convertían en pimientos morrones.
Durante el viaje, con la boca haciéndosele agua, Saúl descubrió la ciudad de las nubes de azúcar, la montaña rellena de crema pastelera, el río dulce donde nadaban los deliciosos peces caramelo y escuchó, alucinado, el susurrante canto de las sirenas de las cascadas de chocolate. ¡Qué empalague!, pensó, antes de sentir sobre su desnuda nuca una salada colleja.
–¡Ay! ¿Por qué me pegas?, protestó.
–A tu tiempo, pequeño tirano. Todo a su debido momento. En tierra te espera una lección a la altura de tus fechorías, sentenció el capitán, justamente, cuando desde la cofa del vigía se oía:
–¡Tierra imaginada!
Por estribor se divisaban acantilados negros, rotos como la dentadura de un viejo dragón y, en su garganta, Saúl descubría una ciudad imposible. Se mordió el labio para despertar de aquella pesadilla y solamente sintió dolor real, tan real como aquella ciudad de casas sin techo con forma de papel higiénico.
Saúl fue alzado en peso por el capitán, como un saco de papas, y de esta manera cruzó la pasarela hacia el muelle. Allí se arremolinaban los protagonistas de los juegos de su consola, enfadados, profiriendo gritos y con los brazos en jarra.
–Por fin te tenemos, sentenció el pequeño, delicado y amarillo Rascachú.
–Ahora sabrás lo que es bueno, te vas a enterar, añadió un zorro azul.
–Verás lo que te espera, presagió un príncipe persa desenvainando su cimitarra.
Entre la multitud emergió un astronauta de juguete: