Cuentos para leer en el siglo XXI. Andrés González Novoa
como si le hubiesen quemado el trasero. Tras él se escuchaban sonidos terribles y pronto sintió que un barril gigante le pasaba por encima, quiso levantarse pero el viento lo elevó como un trozo de papel, una flecha lo atravesó y seguidamente fue convertido en una cometa.
El astronauta de juguete despegó y le lanzó un rayo turquesa que lo redujo a cenizas que, mezcladas con el aire, eran recogidas por diminutas hadas que las pellizcaban con descaro. Amontonaron la montañita negra sobre la mano del pirata y éste amenazó con estornudar cuando la Princesa Encadenada lo interrumpió:
–Suficiente, capitán, creo que lo ha entendido perfectamente. ¿No es así? Extrajo su varita mágica y exclamó: -Arte del birrete, devuelve su forma a este mozalbete.
–¿Quiénes sois?, ¿Por qué me odiáis tanto?, preguntaba asustado Saúl mientras comprobaba que todos sus huesos ocupaban el lugar adecuado.
–Estamos hartos de ti, respondió un elfo perfumado.
–Ni un solo día nos perdonas, chilló el mono de los barriles.
–Nos haces daño. Tus jueguecitos son terribles. Golpes, disparos, espadazos, siempre sudor, peligro y sufrimiento. ¿Cómo crees que nos sentimos?, le interrogó un guisante verde con un ojo en la frente.
–¿Pero si solo es un juego?, protestó Saúl.
–¿Un juego? ¿Habéis oído? Un juego… repitió enfurecido el zorro azul mientras corría alrededor del niño formando un torbellino.
–Deberíamos encerrarlo en el volcán de las cosquillas eternas, proclamó el capitán Espárrago y un clamor monstruoso se elevó entre los acantilados negros.
–O chivarnos a Níobe de que es un cobarde y un mirón, sugirió un samurái que bebía té japonés.
–¿Sabéis quién es Níobe? ¿Cómo?, interrogó Saúl.
–Claro que la conocemos, respondió la princesa con voz de fresa, -o piensas que solo tu puedes vernos. La consola es un cristal, desde dentro también podemos mirar.
–Deberías hacerle más caso a esa niña y menos a la consola, sugirió un poni rosado.
–Nosotros sufriríamos menos. Eso está claro, opinó un caracol de carreras.
–Tan valiente apretando botones, pero a la hora de la verdad, resultas un cobarde, se burló el capitán Espárrago.
–¡Callad! Es solo un niño, aclaró la Princesa Encadenada, -está asustado.
¡No estoy asustado!, protestó Saúl, -bueno, un poco. -Yo no tenía ni idea de que lo pasabais tan mal a mi costa. Pensé que solo era un juego.
–Hacer daño no es un juego, nada es divertido cuando provocamos sufrimiento en los demás, le advirtió dulcemente la princesa.
–No lo olvides o volveré a por ti, amenazó el pirata caribeño con una sonrisa torcida.
–Esto servirá para que lo grabes en tu memoria, exclamó el mono, al tiempo que le propinaba una patada en el sur de la espalda, enviándolo por los cielos hasta que su cuerpo, dolorido, aterrizó en el centro de su habitación.
Se incorporó como pudo, caminó en círculos, desorientado, hasta descubrir la consola espachurrada por sus propias posaderas.
–Mejor así, resopló, mientras se aproximaba a la ventana. Tras el cristal, Níobe continuaba escribiendo sobre su libreta. ¿Cuánto tiempo había pasado?
–¡Mamá, voy a dar un paseo!, gritó mientras se enfundaba la sudadera. Salió de su casa ante la sorpresa de sus padres y se acercó al banco del parque.
–Buenas tardes, me llamo Saúl, estoy en tu clase… Y no supo cómo continuar, quedó paralizado, contemplando la libreta para no cruzarse con los ojos que le ponían nervioso.
– ¿Te gusta la poesía?, preguntó la niña esbozando una sonrisa de alambres plateados.
Níobe, lentamente, guardó sus colores en una cajita de madera, recogió su mochila y le entregó la libreta de arandelas del color de fresa.
–Podríamos dar un paseo, tartamudeó Saúl sin saber qué hacer.
Caminaron uno al lado del otro, ella sin decir nada y él leyendo con los labios en silencio. Entonces Níobe lo miró con sus enormes gafas y le preguntó:
–¿Puedes leerlo en voz alta?
Y mientras paseaban, entre niños y niñas que jugaban a los videojuegos y no levantaban la mirada ni aunque lloviese chocolate, Saúl descubrió en las frágiles palabras de Níobe trocitos de sus propios miedos y, al mismo tiempo, Níobe escuchó embelesada la hermosa voz de Saúl.
Ella le cogió la mano y se perdieron entre los árboles, sin que nadie los viese regalarse su primer beso. Imagínate, estaban todos jugando a la consola.
Inquietina Espontanis resultaba curiosa, incluso para ser hada. No se conformaba con observar a los humanos, anhelaba conocerlos, saber lo que pensaban o sentían y sobre todo, comprender porqué ya casi no hablaban entre ellos.
Se dice, por aquí y por allá, que las palabras humanas se transforman en imágenes en los oídos de las hadas. Por lo que una discusión entre varias personas, para ellas, supone mayor espectáculo que una película de aventuras en tres dimensiones. Si cierran los ojos y se concentran, pueden ver el color de nuestras emociones.
Pero las conversaciones desaparecieron como los dinosaurios, sin avisar. Entre los seres del bosque se extendía el rumor de un virus flamenco que hipnotizaba a los humanos con pantallas multicolores, obligándolos a bailar con sus dedos sobre baldosas de plástico negro.
Inquietina no entendía qué admiraban los humanos en aquellas pantallas que fuese más bello que la propia naturaleza. Aquella situación le provocó un extraño picor bajo la piel que se extendió entre sus pensamientos nocturnos hasta que no pudo más. Era curiosa, ya lo sabéis.
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