Falsa proposición - Acercamiento peligroso. Heidi Rice
Louisa miró el impresionante bulto bajo sus vaqueros.
Fascinada, alargó una mano para pasar los dedos por la tela, pero Luke la sujetó.
–No, mejor no –le dijo con voz ronca–. No quiero decepcionarte.
A ella le gustaría decir que no habría ninguna decepción. ¿No sabía que estaba loca por él?
Pero entonces Luke bajó la cremallera de su pantalón para ponerse el preservativo y Louisa tragó saliva. ¿Había visto alguna vez algo tan magnífico?
–Enreda las piernas en mi cintura –murmuró Luke, apretándola contra la pared.
Ella hizo lo que le pedía, lanzando una exclamación cuando lo sintió dentro. Pero la ligera molestia fue olvidada por completo en unos segundos.
Luke empezó a moverse, al principio meciendo suavemente las caderas hasta que estuvo dentro del todo. Louisa jadeaba, sintiendo que perdía el control de nuevo. Pero no podía ser, era demasiado rápido. De nuevo, su inexperto cuerpo se rebelaba y cuando contrajo los músculos el dolor hizo su aparición.
–¿Qué ocurre?
–Lo siento, no puedo evitarlo.
–Me encanta, pero eres tan estrecha –Luke tragó saliva–. No quiero hacerte daño. Vamos a intentarlo así…
Mientras se movía, la acariciaba con un dedo hasta que sintió que se relajaba. Entonces sujetó sus caderas y empezó a empujar de nuevo, apretándose contra ella, entrando tan profundamente que Louisa estaba abrumada.
Se oyó sollozar de gozo mientras explotaba de nuevo, sus gemidos haciendo que Luke se dejase ir.
–Maldita sea –susurró, apoyando una mano en la pared, tan atónito como ella.
Louisa tuvo que agarrarse a sus hombros para no caer al suelo.
–Vaya, entonces esto es de lo que tanto habla todo el mundo.
–¿No lo sabías? –Luke sonrió mientras se subía la cremallera del pantalón.
Debería sentirse incómoda, cortada, pensó, pero la euforia que le corría por las venas lo hacía imposible. Luke le había dado algo que había temido no conocer nunca.
–Eres el primer hombre que pasa el test Meg Ryan –le dijo, echándole los brazos al cuello–. Debería darte una medalla.
–¿Qué es el test Meg Ryan? –preguntó él, riendo.
–¿Has visto Cuando Harry encontró a Sally? Es una película romántica muy divertida.
–Pues no, creo que no.
–Ella finge un orgasmo en un restaurante. El test Meg Ryan es cuando una mujer no tiene que… –Louisa hizo una pausa, poniéndose colorada–. Tú sabes que el ego masculino puede ser muy frágil y antes yo solía… en fin, ya sabes…
Empezaba a sentirse como una tonta. ¿Por qué había tenido que contárselo?
–Lo entiendo –dijo él, sin dejar de sonreír–. Y me alegra mucho que no hayas tenido que fingir un orgasmo conmigo.
El beso que depositó en sus labios era un susurro de ternura y afecto.
–Será mejor que tengas cuidado –le advirtió Louisa–. Estoy a punto de enamorarme de ti.
En cuanto dijo esas palabras supo que había cometido un error. Luke se puso tenso y el brillo de humor desapareció de sus ojos.
–¿Te importa si uso el cuarto de baño?
Ella parpadeó, sorprendida por el cambio de tono. Qué raro. Por un momento, parecía como si se sintiera culpable.
–No, claro que no. Está al final del pasillo. Voy a ver si me queda algo de café.
–Muy bien.
Louisa lo miró mientras se alejaba, su estatura y sus anchos hombros haciendo que el pasillo pareciese más estrecho.
Después de rebuscar en los armarios no encontró café y tuvo que conformarse con un té de hierbas. Luke entró en la cocina unos minutos después, tan guapo que Louisa tuvo que contener un romántico suspiro.
–Tenemos un problema.
Ella lo miró, sorprendida por su seria expresión.
–¿Qué problema?
–Se ha roto el preservativo.
–Ah, vaya.
–¿Tomas la píldora?
–No, no la tomo, pero no creo que vaya a pasar nada.
Decirle que no había tenido la regla en dos meses porque su ciclo menstrual era muy irregular no le parecía muy romántico, de modo que dijo:
–Estoy al final del ciclo, así que no puedo quedarme embarazada.
–Ah, muy bien –Luke se apoyó en la encimera y colocó un pie sobre el otro–. Pero si hubiese algún problema me gustaría que te pusieras en contacto conmigo.
–Sí, claro –Louisa no pudo contener un escalofrío de aprensión. ¿Por qué iba a tener que «ponerse en contacto» con él si estaban saliendo juntos?
–¿Sabes una cosa? Lo he pasado muy bien esta noche. Eres preciosa, inteligente, sexy y muy dulce.
Aquello sonaba a despedida y, de repente, Louisa tuvo una horrible premonición.
–No eres para nada lo que había esperado –siguió él–. Y, por eso, la confesión que debo hacerte es aún más difícil.
¿Confesión? Eso no le gustaba nada.
–¿A qué te refieres?
–Para empezar, no sabes quién soy, ¿verdad?
No sonaba como una pregunta, pero ella respondió de todas formas:
–Pues claro que lo sé. Eres Luke, el compañero de squash de Jack.
«Y mi príncipe azul» hubiese añadido, pero no parecía el momento. La declaración de amor tendría que esperar hasta que se conocieran un poco mejor.
–Ya me lo imaginaba –dijo él muy serio.
–No te entiendo, ¿qué es lo que imaginabas?
–Soy Luke Devereaux, el nuevo lord Berwick. Me sacaste en la lista de los solteros más cotizados del país.
–Tú eres… ah, ya veo.
Pero no lo veía. ¿Luke era lord Berwick?
Habían tenido que publicar una fotografía borrosa, hecha por un paparazzi, porque era un hombre muy reservado que no quería aparecer en los medios, pero podía ver el parecido. Aun así, no podía creerlo.
–Qué coincidencia tan extraña, ¿no?
Debería alegrarse, pensó. El hombre de sus sueños resultaba ser el soltero más cotizado de Gran Bretaña. Pero no se sentía alegre.
Sentía como si acabase de entrar desnuda en una habitación llena de gente. El hombre que estaba frente a ella no era un tipo normal sino un extraño. Y esa fría mirada no ayudaba nada a calmar su nerviosismo.
–No ha sido una coincidencia –dijo Luke.
–¿Ah, no? ¿Qué estás intentando decir?
–Acepté la invitación de Jack esta noche porque quería conocerte. No me gustó el artículo, me ha causado muchos problemas en las últimas semanas y… –Luke hizo una pausa– tenía intención de decírtelo.
Louisa se agarró al borde de la encimera.
–No entiendo. ¿Por qué no me lo has dicho antes?
Él se pasó una mano por el pelo.
–Cuando